Sorprendía que en la sala del Estado Mayor británico, durante la Segunda Guerra Mundial, se exhibiera el instructivo de un general alemán. Su contenido vale como enseñanza para quien presida un Estado. Los astutos ingleses lo tomaron. Decía: “Hay cuatro especies de oficiales, los inteligentes, los trabajadores, los tontos y los perezosos”.
Esas características o cualidades vienen siempre de a dos. Y para el autor, Kurt Von Hammerstein, los inteligentes y trabajadores deben integrar el Estado Mayor, mientras a los tontos y perezosos –que constituyen el 90% del plantel– hay que derivarlos a tareas de rutina. Cree que los inteligentes y perezosos son los más capacitados para la conducción: tienen claridad y tiempo para reflexionar. Pero hay que cuidarse de los tontos y trabajadores, son los que provocan desastres.
Esta reflexión le hubiera servido a un Alberto Fernández sobrepasado que le cuesta explicar los dos últimos episodios de su rodeo: el bochorno de peligrosas aglomeraciones callejeras de jubilados con alto riesgo de contagio, casi convocadas por los funcionarios, y el penoso descubrimiento de pagos exhorbitantes a proveedores o intermediarios de comida para sectores vulnerables. Como alguna vez fueron los pollos de Mazzorín, los guardapolvos de Bauzá, esta vez tocaron los fideos de Arroyo, bombazos sobre el cuerpo de un Presidente que la pandemia de repente convirtió en un inesperado y ponderado conductor.
Votos. Sin embargo, AF no puede capitalizar su ascenso, nadie sabe cómo convertirá en votos propios el año próximo esta primavera personal y, mucho menos, cómo será su travesía en la interna de un gobierno que se recela, con soberbios albertistas quejosos del mismo Alberto por no empoderarse más, con una Cristina fría y algo distante, un solícito Massa menos pegado a la mesa de decisiones pero aproximado a Kicillof en lugar de los intendentes, siempre con un cartapacio a mano para acercar economistas u otros magos que impidan una debacle.
Como el pánico administra la mayoría de los actos, el jefe de Estado dejó asomar a las cámaras empresarias en su reclamo por un descongelamiento de la cuarentena económica. Razones: no venta, no actividad, poco se produce. Hubo presentaciones varias, argumentos sólidos, muchos pensaron que Fernández dudaba pero insistió al día siguiente de estas recorridas –luego de escuchar a su consejo asesor de médicos– en que no se modifica la política de confinamiento para evitar un colapso sanitario. Enamorado quizás de su frase –primero la vida, después la economía– y con la progresión favorable a su persona que le remiten las encuestas, Fernández se parapetó detrás de epidemiólogos y especialistas, los mismos que en ocasiones se equivocan como los políticos (ver la cuestión de los barbijos como ejemplo). Aun así, saben más que los que no estudiaron.
El escándalo de los precios exhorbitantes de los fideos, entre otros rubros, provocó una docena de renuncias y algunos reproches a los padrinos políticos de los dimitentes. También, en esto, vienen de a dos, como los oficiales de Hammerstein. Pero las modificaciones y la renovada estructura del área social se le filtraron entre las manos al Presidente, son otros los que se hacen cargo: cedió responsabilidades. Si bien había estado con intendentes bonaerenses que lo respaldan o desean refugiarse bajo su manto, el mandatario no los habilitó para el ejercicio social. Con esta entrega parece que se aleja de los intendentes que aspiraban a solidificar un núcleo apoyando a Fernandez Campeón con vistas a las elecciones del año próximo en la Provincia. Una curiosidad en el cambio de figuras en el Ministerio: ayer se proponían colocar debajo de Arroyo a un hombre vinculado al Papa y, por supuesto, a las organizaciones sociales que profesan la fe católica. Jugada de emergencia, pero sutil: el dueño del cielo tapará el revuelo y a los implicados en las distintas compras de alimentos el Estado. Una depuración sui generis.
Carteles. Habrá que ver a quién le compran en el mercado y si se liquida un sistema de cartelización como la mafia de los taxis, conectado al aparato político desde hace varias décadas. También el precio, ya que no abundan los empresarios dispuestos a vender a largo plazo, con alta tasa de inflación y sin consistencia para los pagos. Para esa tarea, algunos de los denunciados disponían de un expertise refrendado en años. Esas dudas no se transfieren a la consecuencia política de la presunta transformación: los nuevos ocupantes provienen de grupos cercanos a la vice Cristina, al menos son los que más interpretan sus gestos, gente con la voluntad de controlar un servicio básico: la distribución de comida. Si a este conjunto se suman la Anses y el PAMI, también servidores a la viuda de Kirchner, tal vez se anticipe un horizonte de conflictos en la Provincia.
Al mismo tiempo, para el próximo jueves se estima que el ministro Guzmán hará pública la oferta para los acreedores bajo ley Nueva York, pocos días antes de un vencimiento de US$ 500 millones. Se alude, en varios papers que circulan, a un listado de pretensiones oficiales de quitas, períodos de gracia y otras condicionalidades. Habrá unos 40 días para negociar, ya todo es cuarentena. Se supone que Fernández no desea ir al default y le habría dicho a Guzmán: “Sacame este problema de encima”. Los acreedores estiman que la oferta del ministro no será aceptada. Tiempo de negociación, algunos sobre el futuro económico saben menos que, por momentos, los médicos sobre el coronavirus. A la Argentina le juega en contra la jurisprudencia que asentó el ex juez Griesa en su momento, aunque parece bizantino un desacuerdo cuando nadie sabe hacia dónde derivan las economías en el mundo.
No vendría mal un entendimiento, una dilación, eventualmente incumplible, pero suficiente para reiniciar un proceso que involucre al FMI como protagonista. Hasta el numen de Guzmán, Joseph Stiglitz, ha modificado posiciones por la crisis mundial y ahora sugiere no romper con el organismo. Primero, para ver si pueden recuperar los US$ 5.400 millones que el Fondo le negó a Macri a último momento. Segundo, para poder participar en el reparto si el organismo finalmente triplica o quintuplica su capital, necesaria asistencia para unas noventa naciones que ya advirtieron su cercanía al default. Aunque más débil, quizás Guzmán podría integrarse a esa tropa universal que reclama préstamos para salir de una brutal bancarrota desatada en apenas dos meses.
También, claro, la Argentina puede ofrecer una posición recalcitrante, negarse a tratos asociativos y, hostil, quedarse afuera de una distribución que le corresponde como país miembro. Ya alguna vez, en el pasado, Perón se perdió el Plan Marshall. Y como se sabe, solo los hombres son los que tropiezan dos veces con la misma piedra.