El viernes de la semana pasada, Jorge Fernández Díaz escribió en La Nación: “Hay listas negras en nuestro país. En ellas relampaguean los nombres de Beatriz Sarlo, Tomás Abraham, Santiago Kovadloff, Jorge Asís, Daniel Link, Matilde Sánchez y de decenas de pensadores, narradores y poetas.”
Si bien me gusta imaginar mi nombre relampagueando, no me considero incluido en ninguna lista negra, y no estoy seguro de que alcance el hecho de que a alguien no le paguen un pasaje a una Feria del Libro para tipificar un acto de censura.
Sólo una vez recibí una invitación oficial del gobierno nacional para ir a una Feria del Libro, en Santo Domingo. Fue en 2006 y sucedió lo que nunca me había sucedido: perdí el vuelo. Es probable que la circunstancia conste en mi legajo y nadie se atreva a repetir el papelón. Por otro lado, no tengo demasiadas expectativas ni respecto de las Ferias del Libro, en general (mis libros no sueñan con el mercado internacional) ni respecto del gusto literario estatal (que siempre se confunde con un aparato de propaganda).
He participado de eventos organizados en Tecnópolis, asisto a mesas redondas y congresos en la Biblioteca Nacional, trabajo para organismos nacionales más o menos descentralizados.
Agradezco que Fernández Díaz crea que merezco más que aquello de lo que disfruto, pero no creo que me corresponda el honor del proscripto. Mientras se desarrolle la edición 2014 de la Feria de Guadalajara, estaré atendiendo otros compromisos internacionales (Dartmouth College).