La editorial cordobesa Borde Perdido acaba de publicar Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, una biografía coral firmada por Matías H. Raia y Agustín Conde De Boeck que reúne textos, imágenes, historias y testimonios alrededor de un escritor enigmático, de quien su amigo Alberto Laiseca proclamó que carecía de todo talento porque solo tenía genio. Hace meses que Ariel Luppino me atormenta con la genialidad de Fox y me amenaza con la aparición de este libro que ayudará a que una obra breve y olvidada ilumine la literatura por venir. De paso, ayer hablé con un editor y me preguntó si Luppino es tan bueno como todo el mundo anda diciendo, lo que sin duda constituye una señal, aunque no sé bien de qué. En uno de los opúsculos de Fox, un escritor le dice a un discípulo que, si es genial, le conviene morir lo más rápido posible, para no ser despedazado por el sistema en vida y, en cambio, ser glorificado tras ella: “Las cohortes de mimadores ya están preparadas y harán tus gestos aceptables al común”.
Fox cumplió con el consejo y murió en 1972, a los treinta años, decapitado por un tren en la estación Belgrano R. Antes había sufrido múltiples electroshocks, publicado un par de libros, escrito en revistas underground, alternado con la activa bohemia de los sesenta con epicentro en el Bar Moderno que “eran felices sin darse cuenta”, conocido al misterioso gurú Ithacar Jalí y asustado a la gente diciendo que era nazi, aunque no queda claro si se trataba de una convicción o de una boutade. Aunque las propias palabras de Fox impiden tomar su nazismo a la ligera: disculparlo o presentarlo como inofensivo es negarlo. Laiseca saldaba la discusión diciendo: “Gritaba ‘soy nazi, soy comunista’ para hinchar las bolas. No era nazi ahí, después fue nazi” Y agregaba: “Decí que no era el Proceso... el gordo Fox era capaz de denunciarnos a todos por comunistas. Estaba muy loco. Por eso le huíamos.”
El amor de Fox por la destrucción, que incluye las esvásticas, las calaveras y el esoterismo negro, su voracidad como lector, una escritura de la que en el libro asoman fragmentos sublimes así como su inevitable y póstuma influencia son el tema de un libro que se propone (y lo logra) mantenerse lo más alejado posible del enfoque periodístico que la rareza del personaje sugiere. En sus páginas se alternan los comentarios con citas y logran así que el orden más o menos cronológico dibuje el retrato de una época marcada por el furor y la imaginación, de la que un personaje aparentemente secundario resultó su impensado profeta. Es probable que el culto de Fox, el representante de la “contracultura de la contracultura” recién esté comenzando.
Para terminar, un mensaje a los responsables de la editorial. Borde Perdido tiene un catálogo más que interesante y esta es una buena prueba. Pero en un libro que requirió mucho trabajo, la composición tipográfica está inexplicablemente descuidada. Ejemplos: las letras de una palabra pueden estar separadas; algunos textos están desflecados y otros no; por no tener un programa que separe en sílabas, los renglones quedan estirados o comprimidos como un acordeón. Hasta en las páginas de las viejas revistas desconocidas que el libro reproduce, la composición se ve más armoniosa. ¿Es que la destrucción anunciada por Fox iba a empezar por la tipografía?.