El caso Pomar es un ejemplo de la inseguridad colectiva expuesta en un sufrimiento individual y familiar profundo e irreversible. El Estado no nos protege: creo que así se archiva en la conciencia colectiva. La imagen es tremenda: los cuatro cuerpos descomponiéndose en un campo, la policía simulando que los busca y los funcionarios políticos simulando eficacia en los medios masivos.
Creo que los periodistas y los medios tenemos una responsabilidad en la construcción de esa falsedad que duró 24 días y quiero reflexionar sobre eso.
Primero, un contexto. Mi hipótesis es que Scioli y su gente temen/temían que el caso Pomar se convirtiera en ese tipo de tragedias de gran resonancia que de pronto sintetizan un malestar social hondo y fuerte, un Cromañón: allí se condensaron nítidos los orígenes de ese malestar: afán criminal de lucro, corrupción, desprecio por la vida.
Había razones para temer. Hay un malestar hondo y fuerte por la inseguridad ensañada en indefensos e inocentes. Las denuncias de corrupción que involucran a funcionarios le agregan a ese malestar una percepción de impunidad que lo multiplica. No es sólo el estilo violento de los Kirchner: la injusticia en el reparto de la riqueza, visible en los conflictos sociales en la calle y los medios, crea un maremágnum donde todo se potencia y oscurece.
A esta tensión social, a esos malestares, les temen los políticos con cargos ejecutivos. Por eso, las encuestas los auscultan con su “minuto a minuto”, y por eso les responden en el escenario social por excelencia: el de los medios.
Pero el gobierno de Buenos Aires respondió como en un escenario teatral. Los policías de Stornelli no buscaron: actuaron el rol de policías que rastrillaban. Los funcionarios sólo iban al campo y a la ruta a simular una eficacia ante los medios. Reemplazaban la acción con la palabra, decían “miles de policías“ y decían “por tierra y por aire“.
Pero el escenario social implica (sobre todo y todavía) a los grandes medios masivos y a los periodistas. Yo creo que el periodismo tuvo un rol pasivo y deficiente y por eso ayudó a construir aquella ficción política: el concepto “miles de policías“ se plantó en el territorio de los medios, donde a los periodistas se nos reconoce una idoneidad y una función y por eso, una responsabilidad. Supuestamente, sabemos separar los hechos de la ficción. No vimos rastrillajes pero dijimos que se realizaban. Vimos desorientación y la transmitimos sin filtro.
¿Por qué fallamos? Porque no cumplimos con nuestra responsabilidad, primero y principal, y por una inercia negativa propia de nuestro oficio. Los policías, los jueces y fiscales buscan culpables y muchas veces prejuzgan; nosotros buscamos historias y a veces “compramos” y vendemos historias falsas.
Recuerdo ahora una frase atribuída a un periodista brillante y cínico de los años 50 y 60: “nunca dejes que la realidad te impida un buen título” (no lo nombro porque no la escuché de él; la transcribo porque describía una verdad). Muchas veces encubrimos nuestra pobreza con una frase bella. Y muchas veces, llenamos el vacío con construcciones basadas en hipótesis basadas en otras hipótesis.
En el caso Pomar, los periodistas y los medios terminaron envueltos en una trama que no les pertenecía –las urgencias y miedos de Scioli y la Policía– pero no fueron inocentes sino “partícipes necesarios”. Sacaron un beneficio (aparente y efímero) del engaño: construyeron una historia (vacilante, improbable) para satisfacer (chapuceramente) una supuesta demanda de sus públicos y competir con malas artes con otros medios.
Por eso se colgaron de las declaraciones de una fiscal que difundía hipótesis en contra de toda prudencia: conflicto familiar, secuestro, robo, desaparición voluntaria, involuntaria, etcétera. Eso sí, se cubría: “No existe indicio que las confirme”. Llegó a decir que no habían hallado arma alguna de Pomar pero que “pudo haber comprado una en el mercado negro”. Quizás no tiene idoneidad, fue víctima de su fama súbita. O de presiones políticas: diga algo, muestre que estamos preocupados y actuando, metalé.
Esta vez, algunas de las hipótesis insustanciadas fueron pronunciadas por un miembro de la familia de las víctimas: la sospecha de una pelea marital basada en el relato de discusiones; la hipótesis del narcotráfico, apoyada en que Pomar era técnico químico.
La voz de un familiar no convalida una hipótesis ni da legitimidad a su publicación ni da inocencia (“Ah, no lo dije yo; lo dijo la suegra”). La misma familiar, dolida y desorientada, aclaraba que era una suposición. Los periodistas y los medios la convertimos en un daño.
He escuchado lamentos, “me da vergüenza ser periodista”, de colegas que no han intervenido en el caso Pomar. Pero no he leído ni escuchado autocríticas inequívocas, sin reservas. No fueron “ciertos medios” ni “ciertos periodistas”, fueron medios y periodistas concretos los que cayeron en este error, con distintos grados de culpa, la mayoría por acción y algunos por omisión: podríamos haber señalado a tiempo la mala praxis. Esta columna es una autocrítica. También intento reflexionar sobre el error para ayudar a comprenderlo y no repetirlo. Le pedimos autocrítica a Pepe Albistur y nos irritan sus gambetas... No somos proclives a reflexionar sobre nuestro trabajo y cuando lo hacemos no somos rigurosos, nos quedamos en la queja, transferimos culpas: “Lo dijo la suegra”, “lo impone la empresa”; maneras de renuncia. El periodismo que viene es una práctica y una teoría y se construye hoy.
*Periodista. www.robertoguareschi.com