Por dónde empezar. Juro que cuando hace dos semanas desde esta columna se renombró al oficialismo como Frente de locos y hace una semana se planteó que las PASO iban a dejar una huella, que no era una encuesta, no tenía (ni tengo) la bola de cristal, ni imaginaba estos días desquiciados que supimos conseguir.
Parece vetusto que hace apenas siete días el Frente de Todos recibió una paliza electoral en la mayor parte del país. Sin embargo, ese resultado hizo salir del placard a conflictos centrales en la coalición de gobierno que vienen de antaño.
Se ha repetido aquí, en no pocas oportunidades, que la decisión de Cristina Fernández de Kirchner de ungir a Alberto Fernández como su número uno en la fórmula presidencial, consagrada por el armado del FdT y el voto popular de 2019, no implicaba que naciera el “albertiterismo”.
"La vas a chocar, Alberto", dicen que le dijo el martes en Olivos. CFK se fue angustiada y enojada.
Esa lógica volvió a ratificarse el jueves 16 con la contundente carta pública de CFK, en la que le cuenta las costillas al Presidente de cada hueso con el que desacuerda de su gestión, casi como si ella hubiera estado pintada estos dos años. Hay claro, en ambos, un espacio de sobreactuación. Ya lo expresó un tal Máximo Kirchner cuando los definió privadamente como los Pimpinela. Algún cientista político rescató estos días ese concepto para referirse al “pimpinelismo de Estado”.
En la previa electoral, alrededor de la vicepresidenta se marcaba que ella sería la madre de la victoria y él el padre de la derrota. El demoledor podcast de la diputada K Fernanda Vallejos no manifiesta algo distinto a lo que se viene escuchando del cristinismo en los últimos meses. Tiene sí la contundencia del off the record que se hace público.
A Cristina le molestan cuestiones de fondo y de forma de la administración Alberto. Las sustanciales pasan por la política económica, que a su criterio debería ser más expansiva en los recursos estatales, tal como le sugiere siempre Axel Kicillof, al que le fue bárbaro en el comicio bonaerense. A Cristina se le olvidó mencionar ese detalle en su carta. No fue el único que obvió.
Para CFK, el Presidente es otro de “los funcionarios que no funcionan”, que ya quedó en la historia de sus misivas para sentar posición. Como él está a cargo del Poder Ejecutivo, vayamos sobre sus colaboradores. Les endilga, a él y a ellos, que trabajan poco. O que no son cuidadosos en algunos aspectos, como el del festejo clandestino del cumpleaños de la Primera Dama en Olivos. Nada encendió tanto al cristinismo contra Alberto F como esa foto.
Ya en el centro de operaciones del FdT en Chacarita hubo el domingo 12 por la noche varios chisporroteos ante la derrota sorpresiva, que no previó ninguna encuesta seria ni hasta el sector más optimista de Juntos por el Cambio. Unos y otras en el FdT se achacaban no querer asumir la derrota, lo que terminó haciendo el Presidente, quien erróneamente planteó en la campaña que se plebiscitaba su gestión.
Al día siguiente, Alberto F mostró a su pareja (la otra protagonista central de La Foto) en la Casa Rosada. Y a Cafiero, Guzmán y Kulfas en un acto previsto. Lo mismo el martes, en una inauguración de dos cuadras de pavimento en una avenida en el Conurbano, con el jefe de Estado flanqueado por Cafiero. Cristina había apuntado en reserva contra ellos y lo tomó como una provocación. Le pidió verse en Olivos, su cumbre número 19, especificaría ella después.
Allegados a ambos dejaron trascender que el diálogo de casi tres horas a solas fue tenso y con un desacuerdo central más allá de la política económica: cuándo hacer cambios en el Gabinete. El Presidente los planeaba para después de las legislativas de noviembre, con el argumento lógico que una nueva derrota quemaría cualquier renovación. La Vicepresidenta la quería ya: “La vas a chocar, Alberto”, dicen que le dijo. Se fue entre angustiada e indignada por no sentirse escuchada.
A la mañana siguiente, el miércoles 15, le pidió a Wado de Pedro que presentara una nota pública de renuncia como ministro del Interior. Y que cada kirchnerista del Gabinete y entes descentralizados claves (como PAMI y Anses) también coordinaran sus dimisiones. La presión sobre el Presidente para forzar un recambio ministerial inmediato no podía ser más contundente y riesgosa: puso como nunca antes al borde de la ruptura a la coalición oficialista.
La primera reacción albertista fue de redoblar la apuesta. A su alrededor trasuntaban una valentía que podía sonar a temeridad: aceptar todas las renuncias K y rearmar el Gabinete con dirigencia propia y aportada por sectores aliados, entre los que contaban a la CGT, Moyano, gobernadores, movimientos sociales e intendentes. Y a la espera de la toma de partido de Sergio Massa, que nunca llegó.
Un rumor no confirmado de forma oficial fue que a Alberto F lo habría animado inicialmente el respaldo de un poderoso e influyente empresario, con quien mantiene una larga relación pese a sus vaivenes políticos. “Es ahora o nunca, Alberto”, dicen que le dijo.
El cristinismo tomó nota de la escalada, que incluyó la admisión oficiosa del Gobierno de que le aceptaba el resonante portazo a De Pedro y la desmentida oficial al respecto que hizo Vilma Ibarra, la secretaria Legal y Técnica que tanto detesta CFK. Ante la renovación de la inmovilidad gubernamental sobre el Gabinete, La Cámpora hizo circular la decisión de que si las dimisiones no se tomaban, igual serían indeclinables.
Funcionarios muy cercanos a Alberto F detectaron un decaimiento de sus ínfulas tras la carta demoledora de Cristina, quien además dejó trascender por gente de su confianza que había hablado con el Papa Francisco. Los dardos venenosos que horas antes había vertido contra el Presidente el arzobispo de La Plata, el bergoglista Víctor Fernández, daba pie a la especie.
El viernes 17, el Presidente avanzó en un armisticio con la Vicepresidenta, al concederle casi todos sus pedidos:
- Hacer los cambios ministeriales ahora.
- Sacar a Cafiero de la jefatura de Gabinete.
- Eyectar al secretario de Comunicación, Biondi.
- Mantener al frente de Interior a De Pedro (sí, el mismo que desató el vendaval y al que el albertismo calificó de traidor, de mínima).
- Y que Guzmán (al que ella llamó para aclararle que no pedía su cabeza) firme las ampliaciones dinerarias para “poner plata en la calle”.
Detenerse en si Juan Manzur, Aníbal Fernández, Julián Domínguez y Daniel Filmus obedecerán más a papá que a mamá resulta anecdótico y simplista. Intentemos analizar desde la complejidad de la situación. Estos viejos-nuevos funcionarios no han brillado en las funciones ejecutivas que tuvieron durante el kirchnerismo. Parecen más los salvadores de la frágil unidad del FdT que de la gestión de gobierno.
Cerca del Presidente detectaron una caída de sus ínfulas tras la carta a Alberto: a por el armisticio
Hay algo peor. El tan mentado recambio por más de lo antiguo arriesga a que Alberto F pierda todavía más apoyo. Por caso, que sean todos hombres o que el nuevo jefe de Gabinete sea un cercenador serial en Tucumán del IVE no cayó bien en los sectores del oficialismo que han hecho de la diversidad una bandera a flamear.
Acaso esta nueva contradicción alimente la idea de que el oficialismo está pensando más en la elección que en la gobernabilidad hasta 2023. De ser así, el flamante Gabinete duraría apenas ocho semanas. Una locura. Otra más.