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estaciones

Furias y flores

Flores 20230922
Una rosa sobre el piano | Unsplash | Zach Lezniewicz

“Pero era primavera...”. Así comienza uno de los cuentos más geniales de Clarice Lispector. El “pero” alude a la dificultad para bajonearse en esta época del año. Todo impulsa al encuentro, a un supuesto florecer, a regocijarse. Vientos tibios pretenden atenuar las miradas tristes, la luz se vuelve amable y la contemplación reclama su lugar. Pero… la protagonista del cuento de Lispector está en busca del odio. Su pareja la abandonó; quiere entender ese sentimiento que la inunda, que la agobia. Pero, ¿cómo odiar en primavera? ¿Dónde volcar la rabia? ¿De qué manera sentirse así en clima tan agradable? Por otra parte, a diferencia de la aleatoriedad de los humanos, la naturaleza está en alza. Es tiempo de renovación, de apareamiento, los animales se andan buscando, los pájaros parecen danzar por los aires entonando serenatas, lanzando sus colores por entre las ramas brotadas de los sauces; las azaleas exhiben su paleta de rosados, lilas y blancos, los lapachos están que arden; los jazmines se apuran y no pocas enredaderas empezaron a desplegar sus hojas nuevas. Las nubes se aglutinan en cielos grises, intentando detener tanta euforia vivaz y soleada, como si fuera insoportable darle la bienvenida a una estación que facilita la alegría, mientras el malestar se propaga. Qué difícil lidiar con impulsos placenteros en tiempos de tantas dificultades. Y justo vamos a votar en primavera, cuando no nos une el amor sino el espanto. Tan cerquita del odio que da miedo.

Ballenas y libros

En el cuento de Lispector (que se llama El búfalo), la mujer, queriendo hallar el odio, va al zoológico porque supone que lo encontrará en los animales, sin lenguaje que lo vele. Pero… los animales están en celo. Ella busca bronca, y solo encuentra regodeos y caricias: el león relame a la leona, la mona hace monerías, y así sucesivamente. Como si la naturaleza destituyera tal sentimiento, no formara parte de su renacer.

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Entonces, ¿cómo resurgir del odio, florecer de la furia? Los candidatos parecen flores mustias en busca de la altivez perdida, o enardecidos sin otra gracia que la de la irrupción. Líderes tan poco representativos y que sin embargo debemos elegir para que nos representen.

Ahora me viene una frase de un cuento de Borges (nunca faltan, ni las frases ni los cuentos del infinito autor). Se trata de uno de los últimos de su libro El Aleph, pero no es tan conocido como el que da título al libro. Me refiero a El hombre en el umbral. Justamente este hombre (“pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia”), dice lo siguiente: “Es fama que no hay generación que no incluya cuatro hombres rectos que secretamente apuntalan el universo y lo justifican ante el Señor. Pero ¿dónde encontrarlos, si andan perdidos por el mundo y anónimos y no se reconocen cuando se ven y ni ellos mismos saben el alto ministerio que cumplen? Alguien entonces discurrió que si el destino nos vedaba a los sabios, había que buscar a los insensatos”.

No hace falta buscarlos, el poder los provee.