Después de un tiempo, tuve oportunidad estos días de tomar el tren de la línea Retiro-Tigre y experimenté el notable cambio en la calidad del viaje. Hay gente que dice que estos trenes decentes le cambian la vida y lo creo, porque conozco esa línea. Cuando era chico viajaba casi todas las semanas a Tigre; los viejos trenes ingleses, con escalones en las puertas porque los andenes eran bajos, funcionaban. Años después viví durante una década en la zona norte y viajaba a diario; el servicio era bastante peor que en tiempos de mi infancia, pero también funcionaba razonablemente. Jorge Asís lo narró memorablemente en su cuento Nuestro tren. Después vino todo lo que conocimos, hasta los desastrosos trenes de los últimos años. En el camino fue preciso que sucediesen cosas horribles, entre otras la tragedia de Once y las vidas que costó en la línea Sarmiento. Ahora vuelve a circular un tren decente, con un servicio decente –oigo decir que también el Sarmiento ha mejorado–. Es posible. Del mismo modo, aunque nadie murió en los colectivos de Buenos Aires, millones de personas sufrieron día tras día a lo largo de su vida el drama de viajar en esta ciudad; hoy, el Metrobus ha humanizado el transporte. Algo así era posible.
Cada día vivimos o nos enteramos de que ocurren dramas inconmensurables. La muerte del pequeño Aylan, cuyo cadáver fue encontrado en una playa de Turquía, conmovió al mundo porque en todo el mundo la prensa difundió su imagen; pero continuamente mueren en el mundo refugiados y personas que no pueden escapar del horror en el que les tocó vivir. Casi al mismo tiempo, también a través de los medios de prensa en la Argentina conocimos el impresionante caso de Oscar, el jovencito qom fallecido tuberculoso y desnutrido. Impresionante.
Vivimos en un país, y en un mundo, que día a día nos recibe con más problemas que soluciones. Día a día, muchos problemas nuevos se presentan, muchos otros preexistentes se agravan o se prolongan indefinidamente, y algunos son enfrentados y a veces son resueltos o paliados. No se trata solamente de problemas de vida o muerte, o del sufrimiento insoportable de seres humanos de carne y hueso. Cosas suceden en otros planos de la vida que pueden mejorarse. Ahora mismo, en nuestro país, estamos en un proceso electoral que es un aspecto decisivo de nuestras instituciones de gobierno. La transparencia del proceso, su confiabilidad, son factores importantes para la legitimidad del orden político. De nuevo, algunos problemas se ponen de manifiesto gracias a su amplificación mediática; Tucumán, hoy, simboliza este problema. Lo que los ciudadanos piden no es poco: que se vote sin trampas. La solución está al alcance de la mano, sólo requiere que dirigentes de los partidos que compiten en las elecciones se pongan de acuerdo para organizar y administrar el proceso ajustándose a las reglas. Muchísima gente se pregunta: ¿cómo es posible que no puedan hacerlo?
¿Cómo es posible que no podamos evitar que un joven argentino muera enfermo y desnutrido? ¿Cómo no podemos evitar que en un edificio de la gran ciudad ceda la baranda de un balcón y algunas personas caigan al vacío? ¿Cómo es posible que no podamos votar para elegir a nuestras autoridades y confiar en que las reglas se cumplan? Muchas de esas cosas son posibles, como lo es mejorar el transporte público.
En estos días, en la Universidad Católica Argentina, tendrá lugar el Congreso Nacional de Valores convocado anualmente por la Asociación Cristiana de Jóvenes. Allí confluyen dirigentes de todos los sectores sociales y políticos. La propuesta no es escuchar las voces de algunos, sino las de todos; escucharlos a todos. Eso no resuelve los problemas, pero es un primer paso para avanzar en la búsqueda de soluciones.
*Sociólogo.