Pareciera emerger una sostenida relación funcional entre un gobierno que se consolida después de su primera elección de medio turno y la atomización de la oposición, haciendo obsoleto el sistema político de equilibrios entre un oficialismo que gobierna y una oposición que controla y se prepara para sucederlo, cumpliendo la alternancia democrática con la menor cantidad de sobresaltos. La última vez que la oposición, radical o peronista, se mantuvo unida luego de una derrota presidencial confirmada por una segunda derrota en las elecciones de medio turno siguiente fue en 1985, cuando el peronismo vencido por Alfonsín se mantuvo cohesionado y pudo procesar la emergencia de un nuevo liderazgo dentro de una interna institucional entre Menem y Cafiero.
En sociedades más hedonistas surgen contratos sociales posmodernos más intensos y efímeros
Cuando Menem asumió como presidente, en lugar de reconocer el esfuerzo de Alfonsín por concluir seis años (y no cuatro) de democracia, después de la dictadura más sangrienta de nuestra historia, y encima haberla juzgado, se dedicó a engrandecer su propia figura y la de su partido, destruyendo la imagen pública del radicalismo por haber tenido que entregar el poder seis meses antes. Y en las elecciones de 1995, el radicalismo terminó tercero con la candidatura de Horacio Massaccesi, y quedó segundo un partido recién creado: el Frepaso, con José Bordón como candidato.
Cuando Néstor Kirchner asumió como presidente también estigmatizó a todo lo que lo había precedido, atomizando a la oposición, que nuevamente llegó dividida a las elecciones de 2007, en las que Cristina Kirchner fue electa superando cómodamente a Elisa Carrió por otro partido nuevo, el ARI, y a Roberto Lavagna por una coalición esencialmente radical. Y lo mismo volvió a suceder en 2011 con la reelección de la ex presidenta, cuando Hermes Binner por un frente que contó con el socialismo como actor principal y Ricardo Alfonsín por otro frente con el radicalismo como motor, volvieron a dividir a la oposición.
La tendencia se fue acentuando: Menem obtuvo un 10% más de votos que Bordón y Massaccesi juntos. En la primera reelección del kirchnerismo, el oficialismo pasó al 15% más que la suma de Carrió y Lavagna. Y en la segunda, Cristina estuvo cerca de duplicar los votos de Binner y Ricardo Alfonsín.
No sólo a partir de aquella interna Menem-Cafiero de fines de los 80 la tendencia fue que peronismo y radicalismo fueran divididos a las urnas sino que, en su debilidad frente a una hegemonía del oficialismo, trataran de mezclarse: Lavagna+UCR y Ricardo Alfonsín+De Narváez. En otra proporción, ahora Massa+Stolbizer, y con el peronismo dividido directamente en tres tras la demolición mediática de la década K.
El bipartidismo que en Argentina representaron el PJ y la UCR está amenazado en todo el mundo y sobrevive principalmente en los países calvinistas como Alemania (la alianza de la Unión de Derecha y la Socialdemocracia), Inglaterra (Conservador y Laborista) y Estados Unidos (Republicano y Demócrata), donde las tradiciones ejercen más contención.
En el resto de los países con real competencia electoral, la explosión de medios de comunicación que se produjo en los últimos veinte años, no sólo por la web sino también por los cien canales de televisión por cable y la duplicación de radios, hizo más fácil crear nuevos partidos de la nada y hacerlos visibles, como cada vez menos importante contar con estructuras partidarias o sindicales en las que apoyarse.
En la columna del domingo pasado cité que, en La República, Platón explicaba cómo “los peinados, la ropa, el calzado que usa la gente y todo el aspecto exterior” constituyen leyes no escritas sobre las que también se funda el Estado. “Hay que ser especialmente cauto al acoger una nueva clase de música ya que ésta podría poner en peligro todo –sigue Platón– porque nunca se alteran los modos musicales sin que resulten afectadas las más importantes leyes del Estado”.
Probablemente lo mismo suceda con las nuevas formas del amor, en las que, ante la prolongación de la vida activa, entre otros factores, como el crecimiento del hedonismo, cada vez es menos frecuente el modelo de un matrimonio hasta que la muerte los separe. La tendencia actual es de monogamias sucesivas, donde la pareja es fiel y se mantiene sólidamente unida, construyendo una familia con descendientes y la misma fortaleza que en el pasado pero por un tiempo no eterno, haciendo frecuente que a lo largo de la vida una persona haya acumulado tres matrimonios, todos intensos. Y que el modelo amoroso de las monogamias sucesivas haya reformateado otros campos de las fidelidades afectivas, desplazándose en algunos casos a la política, y que vayamos camino de que cada vez menos gente sea radical o peronista toda la vida y las adhesiones políticas sean sucesivas y necesariamente temporales. También, que como la necesidad del ser humano de ser parte sea la misma, se compense la “brevedad” con una mayor intensidad, siguiendo la sentencia de Pascal sobre que la presión es inversamente proporcional al espacio.
Los presidentes creen recibir amor eterno pero, como en las parejas, lo que abunda son las monogamias sucesivas
En la fase de enamoramiento todo es posible: Macri habla de veinte años ininterrumpidos de crecimiento; Kirchner, de 16 años K con cuatro períodos presidenciales entre él y su mujer, la re-re de Menem (su segunda reelección), y hasta el Tercer Movimiento Histórico que continuara a los de Yrigoyen y Perón con el que soñó Raúl Alfonsín. Sueños que no sólo tuvieron los líderes en su momento de apogeo sino que fueron acompañados por la pasión de una parte mayoritaria de la sociedad que también creyó que “ahora sí”, que había llegado el mesías esperado, como bien describe el mito atávico.
En el campo amoroso de la pareja, Lacan sostenía que en el enamoramiento se daba lo que no se tiene a alguien que no es. En el campo político, la mayoría de la sociedad le transmite al presidente triunfante, y que inicia un ciclo nuevo, un mensaje de amor eterno que no tiene cómo sostener en el tiempo porque el presidente nunca podrá ser un mesías. Pero mientras tanto se influyen mutuamente sin que la falsedad respecto de la duración del vínculo sea necesariamente negativa ni impida lo que puedan construir juntos.