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preeminencias

Herejía y blasfemia

Sombras 20240511
Sombras | Unsplash | Ben Collins

En los Archivos Nacionales del coqueto barrio parisino de Le Marais se lleva a cabo una exhibición cuya base conceptual es el derrotero de la religión en Francia a lo largo de los siglos. El acento está puesto en nociones como herejía y blasfemia y sus tensiones con el poder de turno. Organizada cronológicamente, la muestra revela, tal vez sin habérselo propuesto, un fenómeno que un poco en chiste me gusta llamar “contra colonización”. Tras recorrer la relación que el catolicismo tuvo con monarcas, militares o revolucionarios, incluyendo las guerras de religión, llegamos a un presente en que el islam protagoniza todos los conflictos. Mención aparte merece el ninguneo generalizado de las iglesias francesas (también de las españolas) al papa Francisco, carente de homenajes o menciones, al igual que su antecesor, como si el último Papa hubiese sido Juan Pablo II.

En tanto temibles expresiones de ultraderecha (ultraderecha real, no la fantochada mileísta que el progresismo argentino llama de esa forma como si  no supiera ver las diferencias gigantes que nuestro gobierno tiene con fuerzas como las de Le Pen o Meloni) atraen, agitando banderas xenófobas, la idea de una Francia cada vez más diversa es innegable.

Ultraderecha real, no la fantochada mileísta que el progresismo argentino llama de esa forma

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Hace mucho que el olor predominante en varios barrios parisinos es el que sale de los kebabs y que el humus, el cous-cous, el tabbule y la carne halal son parte central de la oferta de los supermercados. La variedad étnica sigue en alza, con zonas que parecen cualquier lugar antes que Europa, delineando un cuadro tan literalmente variopinto como para que aparezcan personajes todavía más vehementes que Le Pen al momento de discriminar, tipo Éric Zemmour, ex candidato a presidente y colono orgulloso, que advierte sobre la peligrosa situación de los estudiantes franceses en zonas como Saint-Denis, donde la presencia árabe es enorme.

Aunque la preeminencia francesa –y europea en general– frente a sus antiguas colonias sea evidente, los colonizados parecen colonizar cada vez más las superficies transformándolas, gracias a su protagonismo en la agenda pública y la propagación de algunas costumbres, en algo que es, pero no es al mismo tiempo.

Suenan de fondo las líneas del cantito mundialista “Pero en el documento: nacionalidad ‘Francés’”.