Técnicamente no fue más que una torpeza. Un mal intento (otro) de congraciarse y decir lo que la otra persona prefiere escuchar.
Politicamente fue más que una torpeza, un error (otro) no forzado. La dejó picando, servida en bandeja para el aprovechamiento de opositores y, peor aún, quedando a la intemperie ante los propios, muchos de los cuales ya no se sienten cómodos en el rol de justificadores seriales.
Desde afuera, una catarata de indignaciones de esas que no diferencian gravedades. Para un amplio grupo ( de la dirigencia y de la sociedad) sigue siendo más condenable lo que se dice que lo que se hace, como si el discurso fuera más determinante que la propia gestión. Hasta suelen desautorizar sus propias críticas escandalizadas al no poder diferenciar lo esencial de lo complementario.
Desde adentro, los propios más piadosos bucean argumentos: “se comunica mal” , dicen ( lo mismo decía el macrismo ante sus desaciertos de gestión) o “el presidente se siente cómodo con su estilo de improvisar”. Como si se redujera a un stand up de la saraza.
Con mirada más sofisticada y comprensiva, hay otros de la propia tropa para quienes Alberto Fernández cree que ese lugar del discurso, de la palabra, y no otro, es en donde puede ejercer su parcela de poder.
En cambio, el fuego amigo más implacable prefiere las definiciones simples y suele decir que el problema no es el exceso de exposición presidencial sino que eso es precisamente lo que lo deja en evidencia.
Miradas pretendidamente objetivas y más abarcativas no se detienen en el presidente y hablan de una revelación de nuestra colonización cultural como sociedad: “¿Por qué debería ser ofensivo descender de indígenas y valioso venir en barco de Europa?”, se preguntan.
Pero más allá de las especulaciones posibles, se ha dado un fenómeno que parece representar una visagra, que trasciende a la política y que puede ser más contundente que los votos: el tsunami de memes que se desataron a partir del blooper sobre mexicanos, brasileños, argentinos y europeos. Las reacciones en las redes sociales se viralizaron como pocas veces, acentuando la ridiculización y multiplicándola al infinito.
Difícil saber hoy hasta que punto llega el daño, pero es probable que lo más difícil de remontar para Alberto Fernández no tenga que ver con las reacciones de los mandatarios latinoamericanos, ni las cientos de publicaciones internacionales con la frase de la polémica que dio la vuelta al mundo sino esa “condena colectiva” que lo ubica en aquel lugar de donde Perón decía que era imposible volver.
Si asi fuera, comunicar mejor o exponerse menos no será suficiente. Sería parecido a acelerar encajado en la arena. Cualquier situación, real o inventada podría tenerlo como involuntario protagonista en millones de teléfonos celulares y sus aplicaciones. Sería un grave error político tomarlo como algo frívolo. Es mucho más que humor.
Puede ser su peor éxito. El desafío más inmediato que tiene como presidente es no convertirse en sucesor del “Pipita” Higuaín y quedar exiliado en un meme.