Mucho se criticó la incorporación de altos ejecutivos del sector privado en puestos importantes del equipo de gobierno de Cambiemos. Reconocidos politólogos, periodistas formadores de opinión y de los otros, sociólogos y –como no podía ser de otra manera– “políticos de carrera”, unieron sus voces para alertar sobre lo equivocado y lo peligroso de esa decisión.
Mucho también se dijo sobre las razones para semejante alarma. Desde la falta de una trayectoria política previa, hasta la carencia de una mínima sensibilidad social por parte de esos recién llegados. Se habló críticamente del “ecosistema empresario”, de la “ética de la gestión” y hasta se llegó a afirmar que los CEO's consideraban la política “como un obstáculo para la felicidad”. Como si una obsesión despiadada por los resultados, enquistada en todo líder empresario, nublara, o directamente eliminara, cualquier muestra de reconocimiento sensible del otro y sus necesidades. Claramente,
estábamos sufriendo la perversión de –según sus detractores– “un gobierno de ricos para los ricos”.
En este marco de críticas, uno de los señalamientos más agudos se refería a la ideología. O –para ser más preciso– a la falta de ideología. Se hacía referencia crítica a expresiones muy presentes en el discurso de los funcionarios, como “lo que quiere la gente” o “lo que la gente necesita”, para descalificarlas.
De este modo se buscaba ejemplificar lo hueco (carente de bases ideológicas sólidas) que era el proyecto del presidente Macri.
Se destacaba negativamente la falta de definiciones formales respecto a, por ejemplo, la educación y la salud públicas, la injerencia y el control del Estado en la actividad privada, el desarrollo tecnológico, la integración latinoamericana y muchos otros temas estratégicos. Más allá de entrar en la discusión sobre si efectivamente algunas de esas definiciones habían sido o no efectuadas por el equipo de gobierno; es indiscutible que constituyen aspectos fundamentales en la definición del perfil de un país.
Al respecto, creo que sería conveniente aclarar qué es lo que cada uno entiende por ideología. No sea cosa que –como bien señala Duran Barba en La política en el siglo XXI– estemos intentando explicar y entender la realidad asombrosamente cambiante de nuestro tiempo reinterpretando los escritos de filósofos y políticos de principios del siglo pasado. Pero –a los efectos de esta nota– voy a asumir que efectivamente no hubo una definición ideológica formal.
¿Qué tenemos entonces? Un proyecto de gobierno con líderes focalizados principalmente en la gestión, sin sensibilidad social y sin una ideología formal reconocida. Claramente… ¡La crónica de una muerte anunciada! (parafraseando a García Márquez).
Ahora bien, el resultado de la elección del domingo pasado mostró exactamente lo contrario. Pareciera ser entonces que ese equipo gobernante –tan criticado desde la vieja política– no sólo supo cómo entender qué es lo que quiere la gente sino que también… ¡Sabe cómo proveerlo!
El evidente deterioro de la calidad de vida de la población de las últimas décadas, se produjo mientras dirigentes tradicionales con ideas políticas tradicionales aplicaban sus metodologías tradicionales. Lo que se empieza a evidenciar ahora, es que resolver problemas básicos que tienen que ver con la vida de todos los días (cloacas, seguridad, asfalto, etc.), puede muy bien ser una forma válida y aparentemente exitosa, de hacer política.
Deberemos suponer entonces, que independientemente de ideologías salvadoras y de líderes iluminados que saben todo lo que se debe hacer; un gobierno que entienda “lo que quiere la gente” y lo gestione y lo provea; puede lograr que sectores postergados por años, recuperen la esperanza de mejorar su calidad de vida. Nada más y nada menos.
Es como si la gestión hubiera empezado a derrotar a la resignación. (Independientemente de la importancia que cada uno quiera asignarle a la ideología).
* Licenciado en Administración.