La forma del duelo, de la despedida, no siempre ha sido la misma. Los muertos de la guerra, los del exilio, los de las pestes, los abandonados, los desaparecidos, los que mueren en el hogar o en un hospital, los que fallecen a causa de injusticia, de violencia de género, cada uno ha tenido y tendrá su ritual funerario.
La pandemia, y como la han tratado los diferentes gobiernos del mundo, ha desarrollado sus propios ceremoniales, individuales y colectivos.
En nuestras tierras hubo dos grandes homenajes. El primero, convocado desde la Presidencia, a fines de junio en el CCK, con 24 velas representando a cada una de nuestras provincias y a la Ciudad Autónoma. Los cirios fueron encendidos por el propio Presidente, la primera dama y una niña, con la presencia de varios gobernadores y trabajadores esenciales. El primer mandatario cerró la convocatoria con un discurso retrospectivo de la situación.
El segundo gran homenaje fue la Marcha de las Piedras, en la que, luego de un llamamiento por redes, miles de personas colocaron nombres, fotos y palabras en piedras planas y las depositaron, unidas, en diversas plazas del país.
Familiares, amigas/os, realizaron un ritual colectivo y compartieron dolor y consuelo. Algunos desatendieron el sentido del duelo general para colar indignación política y pedidos de justicia, pero primaron la congoja y la posibilidad de una despedida que las normas impidieron en su momento, y por un largo tiempo, salvo el confuso episodio de Maradona.
El dolor espiritual no tiene medida, no puede cuantificarse, pero la comprensión, los gestos y el trato cálido y grupal pueden ayudar a atenuarlo.
Otra de las acciones inmensurables es la moral, no tiene medida ni surge de una ley, pero hay hechos que hacen que la moral, que en apariencia es intangible, se pueda ver y palpar, incluso es común escuchar que hay una doble moral.
La doble moral, a simple vista, sería tener dos morales. Una de ellas se desarrollaría en los ámbitos en los que conviene pensar, decir o hacer una cosa y la otra se extendería donde la primera moral no es útil. Se la sustituye por una nueva, en la que el provecho radica en pensar, decir o hacer otra cosa.
La doble moral cobra mayor notoriedad cuando emana de una persona de más autoridad. Se posa, de modo diferencial, en la mirada en los padres, madres, educadores, religiosos, políticos, jueces y dirigentes.
Pero cada uno de nosotros, cada persona, en diferentes ocasiones se enfrenta ante las dos morales, hay que decidirse por un camino a pesar de que, a veces, uno sabe que se está contradiciendo.
Un párrafo dentro de la doble moral se lo lleva la omisión. Este comportamiento, para ser fiel a su nombre, suele pasar desapercibido. El callar, el prescindir, el no comprometerse son expresiones de complicidad. Si consentimos a otros sus episodios de moral bifurcada, de algún modo convalidamos y repetimos esa conducta.
Las redes sociales, los medios de comunicación, las voces notables también pueden ser sostenedores y/o promotores de esta doble pauta. Si aplauden a los que mañana se tomarán a burla, si difunden encuestas dudosas, si se esconden en el anonimato o en la falsa independencia.
La pandemia, a pesar de tanto encierro y limitaciones, nos expone y, sobre todo, exige más transparencia a aquellos que nos obligaron, con sus normas, sus criterios, sus admoniciones y amenazas, a un comportamiento atípico.
El dolor, el duelo, en estos tiempos nos rodea y nos pega. Difícil hablar de un Estado presente cuando no nos acompañan, cuando nos abandonan los máximos responsables de ese Estado.
Cuesta definir qué es la doble moral, pero escarbando podríamos deducir que tener una doble moral es una manera de disfrazar que, al fin de cuentas, no tenemos ninguna.
*Secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR, CABA).
Producción: Silvina Márquez.