Gracias a Google aprendo que un libro con las páginas sin cortar se llama “intonso”. La palabra se ha vuelto tan rara como el objeto, ya que ahora los libros vienen cortados y no hay que tomarse el trabajo de separar las hojas. Por casualidad encuentro un intonso en la biblioteca y me doy cuenta de que los libros intonsos marcaron mi infancia: mi primer contacto con la literatura fue el permiso de mis padres para ayudarlos a cortar los libros que compraban, tarea para la que se empleaba un cortapapeles, instrumento infaltable entonces en los escritorios.
Cuando descubro el libro intonso, recuerdo que también tengo un cortapapeles. Está dentro de una pequeña caja de cartón que me regaló un funcionario del cine coreano en Mar del Plata. Es de metal y tiene la forma de un sable curvo en miniatura. En la caja hay una foto que funciona como manual de instrucciones. Aunque la leyenda está en coreano, las fotos ilustran cómo el objeto puede usarse tanto como señalador como para abrir cartas. El sable no tiene mucho filo y lo atribuyo a la intención de que el usuario inexperto no se lastime o a una connotación más simbólica y pacifista: después de todo, no es necesario que los sables tengan filo si existe la bomba atómica que la familia Kim del Norte amenaza tirarles a sus hermanos del Sur. La falta de filo no es grave, porque sólo viene sin cortar el borde superior del libro, que está troquelado. Lo difícil de los libros sin cortar eran los bordes laterales: allí había que ser muy preciso y era casi imposible que no quedaran barbas después de la operación.
El libro en cuestión se llama Los Rolling Stones en Perú y me pregunto qué me llevo a comprarlo, aunque concluyo que fue la curiosidad por saber qué fueron a hacer los Rolling Stones a Perú. La mejor frase del libro resultará una explicación mejor: “Uno jamás recuerda a Jagger y compañía porque nadie los olvida”. Cierto, los Stones son tan omnipresentes que uno se sorprende de que existan detalles particulares acerca de un fenómeno que no se distingue de la sopa mediática. El libro de los abogados Sergio Galarza y Cucho Peñaloza (el primero es además escritor y el segundo presentador de televisión) intenta rescatar a los individuos del estrellato reconstruyendo dos viajes con la ayuda de testigos desmemoriados y amantes inciertas. Primero, el que Mick Jagger, Keith Richards y Anita Pallenberg emprendieron en 1969 a un país en el que sólo eran celebridades dudosas y lejanas, donde todavía se podían permitir el lujo del turismo. Después el de Jagger en 1981 a Iquitos para filmar Fitzcarraldo con Werner Herzog, aunque su actuación quedó fuera del montaje final. De esa estadía habla también Conquista de lo inútil, el excelente diario de rodaje del propio Herzog. Ni Galarza ni Peñaloza lo habían leído cuando publicaron su libro en 2004, ni Herzog los leyó a ellos. Pero ambos coinciden en señalar que Jagger se comportó en la selva como un caballero y les cayó muy bien a los nativos. Si me encontrara a Jagger, me gustaría hacerle una pregunta: si alguna vez usó un cortapapeles para abrir un libro. De ser así, el detalle nos uniría a todos los que nacimos antes de que fuera posible imaginar que el rock and roll se convertiría en un asunto de viejos que recorren los grandes estadios del mundo.