En Tribunales aseveran que la jueza María Martínez Córdoba, que debía resolver sobre el futuro del fiscal José María Campagnoli, renunció asustada. No explicó los motivos de sus temores. Tampoco de dónde venían las presiones a las cuales aluden sus colegas. La periodista Natalia Aguiar, de PERFIL, mantuvo una breve conversación para consultarla sobre su renuncia. La magistrada prefirió no hablar. Aludió a un problema de salud. Su reemplazante en el jury votó a favor de José María Campagnoli y así el fiscal regresó a su lugar de trabajo.
Un bando celebró como si fuera una victoria futbolística. En el otro, los representantes judiciales cercanos al Gobierno se lamentaron por la derrota. Habían enfocado su energía contra Campagnoli a partir de su embanderamiento con los sectores de la oposición, como si el fiscal representara los males de la Justicia argentina.
Cuando la política se entiende como un problema de facciones, las prioridades se definen a partir de la destrucción del adversario.
La retirada por miedo entre los jueces se contagia de forma epidémica. Y lo insólito es que no lo hacen al enfrentar a bandas de narcotraficantes o a la mafia, como por ejemplo sus colegas italianos que perdieron la vida por la valentía de cumplir con su trabajo. Se van cuando los temas que deben abordar son atravesados por causas con una fuerte impronta mediática. Alcanza con recordar la retirada del juez Raúl Tettamanti cuando le tocó decidir sobre la Ley de Medios. En aquel entonces tampoco su señoría explicó de dónde venían las presiones. A nadie parece importarle ahora los motivos de la renuncia de Córdoba. Mucho menos a los dos bandos para los cuales lo más importante es vencer. La tenebrosa conclusión para el resto de los argentinos es que la Justicia se logra más fácilmente si se tiene capacidad de daño. Nada parecido a aquellos que la imaginaron como una forma de proteger a los más débiles y salvarlos de la arbitrariedad del poder.