La carta del gobernador jujeño. ¿Preocupaciones “morales” o bolsonarización de la salud pública?
Si al gobernador jujeño le preocupa la reciprocidad en la oferta de salud pública a los extranjeros, debe dar una discusión interna evitando el postureo ampuloso con un presidente vecino y la acusación de inmiscuirse en asuntos externos. Evo Morales no habló de López o De Vido. Nos guste o no, converge con reputados juristas en señalar la falta de debido proceso en el caso Sala a quien le une un lazo cultural-identitario más fuerte que el que tiene con sus connacionales del Beni o Santa Cruz, y que no interrumpe una línea trazada hace siglos en un escritorio colonial.
Los números de la OCDE y la OIT señalan complementariedad laboral y aporte a la riqueza nacional del país vecino. El desempleo disminuyó de un 25% en el 2002 al 5,9 en el 2010; mientras que el porcentaje de inmigrantes se mantuvo constante. Un mero auto de fe que nos remita a nuestro entorno cotidiano da cuenta de lo pertinaz e industrioso de una comunidad omnipresente en labores evitadas por los argentinos más que en hospitales públicos a los que acuden poco y no con tours rentados en Oruro. El impacto presupuestario de la demanda de salud pública de extranjeros es nimio. El de los bolivianos, despreciable: 4,9% de la población que vive en Argentina es extranjera. Dentro de este grupo los bolivianos representan un 19,7%. Para la OIT solo seis de cada diez inmigrantes de países vecinos concurre al hospital. La DNP coincide en la baja demanda de atención de inmigrantes legales e ilegales en hospitales del AMBA.
La bolsonarización de la salud pública apela, a través de una distorsión en las representaciones de soberanía, al “sentido común” de vastos sectores cautivados por un discurso que convierte, en un marco de racionalización presupuestaria al nulo ahorro devenido por la restricción en la atención a los extranjeros en mejora nacional. Afectando negativamente la percepción hacia éstos. El mismo discurso que transformó, como un Midas generoso en “milagro económico” a toda nación con una tasa de crecimiento, valor de moneda constante, y ausencia de inflación como Bolivia. Pero acaso aquéllo que obsesiona al gobernador jujeño, sea también una vara para medir el bienestar de un país. Bolivia no posee un sistema de salud público y gratuito, es precisamente su presidente quien lo impulsa como objetivo principal de su agenda de este año. La esperanza de vida boliviana es de 69 años (la más baja de la región) unos 8 años inferior a la Argentina de 77, la brecha en la edad promedio que la gente alcanza a vivir en ambos países es una medida de desarrollo inapelable, una película mejor que cualquier foto. El valor de 77 es el resultado de la dispersión de la variable por las enormes de-sigualdades regionales en la sanidad que los países desarrollados con índices de 81 a 84 han flanqueado. Para combatirlas, es tan o más eficiente que la medicina curativa, la prevención dada por el acceso a la información y al agua segura (alcantarillado y red cloacal) acaso lo que debería desvelar al gobernador de una provincia con carencias crónicas en ambas. Lo dicho no niega el debate. El acuerdo alcanzado con Chile por el uso del hospital de Esquel es un ejemplo. Pero atendiendo a las posibilidades reales del caso: Bolivia no es Chile ni Uruguay.
La reciprocidad no es solo intercambio de facturas. Muchas enfermedades como el Hantavirus surgen de conflictos ambientales en ecosistemas ciegos a las fronteras. Urge un abordaje cooperativo y transnacional en la investigación y tratamiento de las mismas.
Si bien, por caso, el acceso universal a la educación de alta calidad admite posturas ideológicas distintas, la mercantilización en el acceso a la salud nos interpela en lo profundo de nuestra humanidad. Hay una correlación directa entre la excelencia de la salud pública y los años que vive la gente en los países de más alto desarrollo. Un asunto de vida o muerte nos debería igualar más allá de clases y naciones si queremos un mundo mejor.
*Geógrafo UBA.