Entra Giménez con un penal en los bolsillos y sólo se detiene en el camino hacia el centro de la cancha para esperar al línea Serrano. El ayudante se demora en un abrazo y un beso con el jefe de seguridad de Boca. El mismo brazo quedaría inmóvil en una jugada que los jueces de básquet sancionarían con “los tres segundos”, y para Serrano es nada. Como en la perinola, cada cual pone lo suyo desde el primer instante. Lo de mucha gente es reclamar dignidad a sus jugadores. Lo de los barras es apaciguar con amenazas esos cantos. Otros aportan a la desvergüenza y claman por la derrota. Los jugadores y Troglio ofrecen el desconcierto y la impotencia de quienes conocen su destino. Los dirigentes que fueron con los barras a Estancia Chica pasan el dato de lo actuado. Hay proezas que no pueden silenciarse: son dignos soldados de la causa de Muñoz. Muñoz no está. ¿Dónde está nuestro general? La tropa sabe: hay un programa partidario en el que se anuncian los postulados de su gestión. No podía faltar. Los jugadores de Boca no gritan los goles. No les sale. Algunos hombres tienen pudor, todavía, porque la alegría no se inventa, hay que sentirla. Unos cantan “Me parece que el pincha no sale campeón” y a otros les parece que River es el que no sale campeón. En la noche, mezclados con don Yiyo y La Mignon: Giménez, Serrano, dirigentes, barras, los ingenuos, los ofendidos, los que no vienen más “se lo prometen”, los que gozan.
Grondona no puede ver el partido, y si va a la cancha le gritan cosas horribles e injustas. En una noche que se prometía fatal, el presidente del fútbol no prende la televisión, dice. Giménez, “el mismo que se vistió de Superman hasta que Marconi le acercó la kriptonita de su jefe y terminó humillado pero haciendo la venía”, le pone fin a la negra noche del fútbol. A la mañana siguiente ya se conoce el trasfondo de lo sucedido. “No vi nada”, dice el Jefe. “No sé nada”, dice su gran alumno Muñoz. La Comedia de la Mentira está en marcha, dice el periodismo. Los jugadores no acusan recibo de la invitación a hablar con la Justicia. Quizá piensan que tomando distancia se alejan de los problemas. El miedo se les respeta. Pero olvidan que hay una palabra peor. Muñoz va, total, qué le hace una mancha más al tigre. Recita lo que luego ofrece a los periodistas. “Nadie me dijo nada”. O “no fui yo quien envió a mis subalternos de la directiva y a los barras a hablar con los jugadores con la orden de perder, yo no sé nada”. “Estaba tan tranquilo que ni vi el partido”, fíjense. El juez, como otros tantos que intervienen en el fútbol grondoneano, asiste indefenso, como la Justicia misma, al vacío de los jugadores y a la verborragia de Muñoz. El corte de la actuación de los medios se hace en Muñoz. Más arriba, el negocio mismo peligra. La pelota puede estar mugrienta, pero la AFA no se mancha. Llegará el lunes, como siempre. Los barras declararán que fueron al asadito habitual. Los dirigentes dirán que estaba rico, y los jugadores, que no les impidió la digestión. Una novia quizá pierda hasta al novio por meterse, qué mujer, en un mundo de hombres. De Hombres. El fiscal se mirará con el juez y caratularán como fracaso a un expediente que sólo sirvió para consumir algunas hojas. Grondona dirá que traigan pruebas, que no hablen por hablar, que no dañen al fútbol. Algunos futbolistas buscarán nuevo club. Muñoz quizá sea reelecto, y si no, será gerente de Punto Gol, candidato a presidente de la AFA o número uno de alguna delegación a los partidos rusos. Algunos diarios pondrán otros ruidos sobre los verdaderos temas. Consumida esta comedia escandalosa que ya tapó varios meses de la discusión por los dineros que le corresponden al fútbol (del fideicomiso que están tramando, ni se informa), buscarán futuras indignidades. Para indignarse y denunciarlas. Eso es todo... y pasa.