Convivir con la inflación se convirtió en un doble desafío para la economía argentina. Por un lado, la velocidad con la que los precios se van adelantando unos a otros merece toda la atención de parte de productores y consumidores para no quedar al costado del camino. Pero también, por más capacidad de adaptación que el ciudadano de a pie muestre en esta gimnasia económica, lo urgente se agiganta frente a lo importante, con el enorme riesgo de enredarse en las exigencias del corto plazo para perder de vista el panorama de más largo aliento. Es la tentación de hacer uso y abuso de la táctica en desmedro de una hoja de ruta delineada por la estrategia.
Sobran ejemplos para verificar la elevación del dichoso “vamos viendo” a la categoría de política de Estado. Una aventura fascinante para cualquier economista…, salvo que este enorme laboratorio social en que se fue transformando la economía local lo estamos viviendo a diario como observadores participantes.
El particular sentido del tiempo con que el propio Gobierno fue dando respuesta a las diversas cuestiones con que fue interpelado su programa inicial, quizás obedeció más a resolver conflictos políticos internos antes que a una tendencia a la dilación permanente.
Las respuestas que el Gobierno fue dando obedecieron más a necesidades políticas
Pero de una u otra forma, el resultado fue muchas veces el mismo: la procrastinación y la resistencia a formular objetivos claros con líneas de acción consecuentes.
Si hay dos variables clave que oficiaron de termómetro para evaluar la performance fueron el tipo de cambio y la evolución del IPC. Desde los inicios de esta gestión, la norma fue romper la unidad del mercado cambiario, el consecuente control de cambios para detener la sangría de reservas y el renacimiento de una ilusión: que la expansión monetaria por las promesas electorales terminaría siendo inocua. La inactividad forzada por la pandemia apalancó la idea de que la teoría de que la correlación entre la oferta monetaria y el nivel de precios era muy baja, que la inflación obedecía a factores estructurales y multicausales con los que la sociedad debía lidiar desde hace años. El optimismo duró poco, y la verdad llegó a fin de 2020. Una vez más: el dólar “libre”, ese número rebelde e insignificante, no debía escaparse. A partir de allí se inició un ciclo de apriete monetario, endeudamiento interno y más cepo cambiario que dura hasta la actualidad.
Por eso, la inflación en este año par (no electoral) se estacionó nuevamente en el escalón de entre el 6% y el 7% mensual, una proyección del 100% anual y una estimación del 120% para el próximo, si no ocurre un brusco cambio de rumbo.
La estimación es una inflación del 100% para este año y del 120% para el que viene
Entre las alternativas para poner el pie en el freno en lugar de en el acelerador, lo que se baraja tiene más que ver con alternativas sutiles de continuar con las mismas fórmulas (la devaluación en cuotas, un sistema de ahogo de importaciones o un control de precios que logre poner paños fríos en un mercado recalentado). Todas estas iniciativas fueron tomadas por acción o reacción en el seno del Gobierno: salidas rápidas para romper la tendencia (como la adopción del “dólar soja”), pero también cuando tomaba medidas para contener las iras del ala K de la coalición, como la que le marcó la puerta de salida al exministro Guzmán.
El arsenal en materia de instrumentos de política económica parece agotarse en medidas como el bono para todos (aumento salarial de suma fija) o un impuesto para gravar algo más por única vez, claro. Nada nuevo bajo el sol. Con el Mundial a la vuelta de la esquina, el tiempo empieza a jugar un rol protagónico. No aporta soluciones, pero sí alguna distracción y la esperanza de que algún golpe de suerte pueda tranquilizar el ambiente. La puja política empieza a sentirse con más fuerza, y eso se reflejará en más presión sobre las metas que Sergio Massa se comprometió a defender en el programa acordado con el FMI. Sin embargo, entre tanta diagonal y conejo de la galera, no hay propuesta que vaya más allá de lo inminente. Una hoja de ruta que permita una cohesión de los medios para lograr los objetivos propuestos y evaluar las acciones para corregir o consolidar. Al fin y al cabo, una estrategia, la gran ausente en la discusión económica desde hace, al menos, un lustro.