Juan José Saer, uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX, nació en Serodino, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, y murió en 2005 en París, después de haber vivido casi 40 años allí. Una vez le preguntaron por qué nunca había vuelto a Argentina, y respondió: “En los 70, por obvias razones políticas. Pero luego, por la lengua. Quiero mantener intacto el castellano de Santa Fe de los 60, que es la lengua en la que escribo, y si volviese, rápidamente me contaminaría con los modismos actuales”. De Messi se podría decir lo mismo, pero al revés. Vivió 20 años en Barcelona, y ni rastros de ninguna otra sintaxis y entonación que la de su infancia en Rosario. Con respecto al habla, es como si Messi hubiera vivido dos décadas en España, dentro de un frasco. Y entonces, cuando saca a relucir la lengua, le sale intacta la del barrio La Bajada: “¿Qué mirás, bobo? Andá p’allá”. Messi, hasta ahora, no fue un gran declarante. Este es su debut. Con esa frase ingresa en la historia de las grandes frases argentinas, hecha de ironía, violencia y picaresca. “Que al salir, salga cortando”, dijo Martín Fierro y citó Jauretche, otro gran fraseador, sobre otro tema, pero que bien podría ser sobre la frase de Messi. De más está decir, por supuesto, que el podio de los grandes fraseadores nacionales lo integran Maradona, Borges y Perón. Nadie todavía como ellos.
Entre tanto, a lo largo de todo el Mundial, pero mucho más después de los triunfos contra Países Bajos y Croacia y los festejos multitudinarios, ocurrió algo sobre lo que vale la pena detenerse: el kirchnerismo (o el peronismo, o lo nacional y popular, como se lo quiera llamar) toma a la Selección y a la fiesta popular como propias. Casi como un triunfo propio. Es decir, toma como propia a la Selección de la que ninguno de sus miembros, de Messi a Scaloni (pero tampoco la AFA de manera institucional) emitió un mísero tweet de condena al atentado a Cristina Kirchner (no deben haber querido quedar atrapados en la grieta. Supongo que piensan que hay que ser democráticos y respetar todas las posiciones, tanto la de los que quieren que Cristina siga viva, como la de los que quieren asesinarla y verla muerta…). El mismo Messi y demás compañeritos que aparecen en todas las guaridas fiscales evadiendo al fisco. El mismo también que coqueteó con Horacio Larreta en los Juegos Olímpicos de la Juventud (si entran a la página del Gobierno de la Ciudad, todavía se encuentra esta noticia vieja: “Messi será la cara para promover los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018”). Curioso, ¿no?
Pero doblemente curioso es el hecho de que no solo el kirchnerismo toma a la Selección y los festejos como propios, sino también y, sobre todo, la oposición. Juntos por el Cambio también cree que la Selección tiene algo K (deben imaginar que una multitud popular reunida en el Obelisco puede terminar cantando “Mauricio Macri, la puta que te parió”, o “Cristina presidenta, Cristina presidenta…”). Por eso Larreta, desde el mediodía previo al partido contra Croacia, ya había llenado de vallas el centro, y preparado todo el operativo para reprimir, cosa que ocurrió horas después. Recordemos que para el PRO reprimir manifestaciones populares (a las que asocian indefectiblemente con el kirchnerismo) es parte central de su marketing electoral. Otro tanto ocurrió, como era previsible, con los medios socios o propiedad de Macri: La Nación tratando a Messi de vulgar, y Clarín diciendo que la Selección llegó a la final sin haberle ganado a nadie, entre decenas de notas del mismo tenor. Si Argentina sale campeón, se van a subir al tren unos días (intentando bajar el tema lo antes que se pueda) y si pierde la final, van a salir a criticar lo que sea.
¿Mañana habrá festejos? Argentina y Messi están otra vez en una final. Ojalá gane la Selección, sobre todo por mi hijo de 14 años, que ve en Messi al fútbol mismo. Y tiene razón. Bostero, bilardista y maradoniano –valga la redundancia– como soy, me rindo a los pies de Messi. Gane o pierda: ya es un mito viviente. Es leyenda.