Lo bueno del vértigo es que cada segundo tiene su historia. El raid de los Lanatta Brothers más el “trillizo” Schillaci tiene miles. Desde que se fugaron entre las costuras de una cárcel aparentemente blindada empujando un cascajo a la luz de la luna, hasta que se desmayaron de cansancio después de que los persiguiera un caos policial con todos los uniformes, pasaron dos semanas. En ese lapso se tirotearon con la policía caminera de Ranchos y estuvieron “rodeados” por las tropas del ministro Ritondo, tan rodeados como la jaula puede rodear al pájaro que está volando afuera.
Más tarde –siempre más tarde–, la autoridad detuvo al penitenciario Tolosa (que tira facha en Facebook junto a una rueda de salchicha parrillera), a un maestro pizzero de Florencio Varela de apellido Melnyk, conocido por su apodo “el Faraón” y por la calidad superior de sus fugazzetas y sus deliveries, y al ex gerente de Recursos Humanos de Hinchadas Unidas Argentinas, Marcelo Mallo, del que se difundió una foto junto a un retrato del Mahatma Gandhi.
Pero después de que Christian Lanatta le robó la camioneta a la suegra –momento tenebroso del evadido con sensación de silla eléctrica: escapar de la cárcel y visitar a la suegra–, revelándoles a los perseguidores que el trío tenía menos logística que el hombre de Cromagnon, la fuga entró en una etapa de suspenso. Lo que no impidió que los cerebros superiores de los noticieros serios siguieran aludiendo a ese tiempo muerto como aquel en el que ocurría una “cacería humana”. ¿Cacería humana en qué escenario, cuándo, con qué cazadores? Para los noticieros, no tener ninguna información es mejor situación que tenerla toda. Entonces, el aire se llena de especulaciones, de ficciones contadas por personas que no saben contar y de datos que la realidad material nunca confirma. A este revoltijo de sanateos lo llamamos noticia, y a la suma de estas noticias la llamamos noticiero, que es un servicio de non-fiction de mala calidad, bastante reciente y dedicado a hacernos hablar como robots sobre lo que no sabemos.
La fuga volvió a asomar la cabeza en el mismo océano en el que la había escondido, y consolidó una tendencia, que es la de la Argentina como pionera del turismo televisivo. No sé si el pudor autoriza a llamar “nicho” a este nuevo atractivo, pero no hay dudas de que el turista internacional no debe malgastar sus eneros bailando tango en Buenos Aires, ni asomándose a la Garganta del Diablo, ni esguinzándose los tobillos en una caminata por la Puna. Lo que tiene que hacer es encerrarse en el hotel a ver televisión. Quien haya tenido la suerte –siempre hay alguien que la tiene grande– de venir en enero de 2015 y seguir la muerte de Nisman, y de regresar este año para encontrarse con la fuga de General Alvear, debería ir reservando habitación para enero de 2017 porque el mundo está lleno de cool hunters y, en un pestañeo, la tendencia se convertirá en una moda de masas.
El sábado 9 de enero las cosas cambiaron. Apareció un ingeniero santafesino al que el trío amenazó de muerte, le perdonó la vida (hasta en la conciencia de los peores asesinos el bien puede imponerse al mal) y le robó la camioneta para plotearle con cinta plástica la marca “Gendarmería” con una laboriosidad conmovedora. Podemos imaginar a los tres gatillos de Quilmes quemándose las pestañas a la luz de una lámpara, extenuados, tratando de que el cutter con el que tratan de dar con la tipografía exacta no les rebane los dedos, como dijo la Justicia que ellos le rebanaron una oreja a Sebastián Forza antes de matarlo, en una inocultable cita de una escena inolvidable de Perros de la calle, de Quentin Tarantino, protagonizada por Michael Madsen.
Finalmente cae Martín Lanatta, ataviado como un figurante de The Walking Dead que ya tiene su muñeco argentino tipo Marvel. Luego anuncian la captura de los otros dos bólidos de carne. Venían por la senda de la desgracia. Habían pasado varias noches en los maizales santafesinos, en connivencia con las ratas y las serpientes maiceras, soñando pesadillas con monstruos de polenta. Pero ya está. Listo. Leo el tuit del Presidente: “Felicito a todo el equipo y a las fuerzas de seguridad por la captura de los prófugos. El trabajo en conjunto fue fundamental”. Me reprocho no haber votado a semejante mandatario, y con esa culpa clavada en el corazón subo al auto y me voy a Junín, solo, a un cumpleaños de 90, porque en la vida lo importante es divertirse. Cuatro horas de remordimiento apenas calmadas por la música de un pen drive en el que conviven a las patadas voladoras Glenn Gould y Marco Antonio Solís, quien ese mismo día tuvo que desmentir su propia muerte, como alguna vez lo hizo Mark Twain.
Llego a Junín, bajo directamente en una carnicería y veo la pantalla de C5N: “Sólo hay un detenido”. ¿Cómo puede ser? Veo al ingeniero secuestrado y liberado. Habla como si se hubiera tragado a Luis Landriscina, con una voz aflautada al final de cada palabra, y ya está claro que al cambiar el escenario cambió el género del cuento. Tres prófugos en el Conurbano son protagonistas de un policial sucio. En el campo, cualquier fuga es el Martín Fierro.
El día después, domingo 10 de enero de 2016, será recordado en la historia de la información como un momento de vanguardia. Crónica descubre esa pólvora. Consiste en tuitear sobre la pantalla, que transmite en vivo desde un pueblo de Santa Fe, y luego desde otro, y más tarde desde el río, donde los camalotes ya no se ven como hermosas plantas flotantes sino como temibles cómplices de dos hombres invisibles. Las cámaras desfilan por molinos, cabañas, madereras y arrozales, que nos traen una breve memoria histórica de la Revolución China. Hay vecinos que gritan como un Bee Gees señalando blancos falsos y policías que corren en ojotas. ¿Está mal o está bien? ¿Es un error o una proeza? ¿Son boludos o se hacen? Sabiéndose “profesionales” que trabajan en “equipo” y que ya fueron felicitados por el Presidente en un futuro que todavía no llega, ¿están sobrando a los prófugos? Las escenas tienen el espíritu visual del GTA (Grand Theft Auto) traducido a un gag de Peter Capusotto. Al que se ofende porque el espectador argentino se ríe de estas cosas hay que contestarle: ¿qué querés, que llore? Crónica machaca sobre lo que no pasa en la pantalla. Sus placas, comparadas con la falsa asepsia de TN, son una revolución porque describen la situación con el sarcasmo que pide el momento y que la televisión argentina siempre se niega a sí misma porque se cree que es la Biblioteca Nacional.
El episodio, de origen trágico, siguió su ruta cómica. Por lo tanto, el efecto también lo fue. El policía que no atrapa al ladrón es la base de un chiste muy antiguo de la civilización, mucho más si –como sucedió con esta fuga– tiene pasos falsos en ojotas, policías desorientados, folclores regionales, funcionarios amateurs y estructura de folletín. El espectador no tiene la culpa de que el episodio haya tocado naturalmente la cuerda de la comedia y que en los policías siguiendo a los prófugos –Aquiles siguiendo a mil kilómetros por hora a la tortuga que a va a diez– se haya visto a Charles Chaplin y al comisario de Trulalá.
El Gobierno fue el primero que le dio a este hecho de dos semanas un estatus de pura imagen. Que las cosas sucedieran en las pantallas y, si fuese posible, antes o independientemente de que sucedieran. Decir cosas impactantes (“los tenemos rodeados”), montar fotos de generalato con la situación bajo control (funcionarios mirando un mapa: una escena de TEG) y mostrarse inconvenientemente dominantes en la zozobra fue tendiendo una trampa de ficciones y confusión en la que terminó cayendo sin un gramo de épica. “No damos más” –se ve que hablan a dúo–, dijo el abogado de Cristian Lanatta y Schillaci cuando sus defendidos se entregaron. Venían del desierto del desamparo después de un gran esfuerzo. Como premio consuelo, el juez federal Sergio Torres les ofreció un poco de agua, que en ningún lado se le niega a nadie.
El cable, con más rating que la TV abierta
Al mediodía del sábado se informó que los tres prófugos habían sido detenidos. Y tal como lo cuenta Becerra en su artículo, muchos argentinos quedaron pegados a las pantallas televisivas, asistiendo a un espectáculo doble: el de la persecución en sí y el de cómo se nos informaba –o desinformaba– desde quienes dirigían la persecución. Lo cierto es que, durante esa tarde, TN lideró la audiencia, casi doblegando a Telefe, que seguía con Los Simpson. A las 14.00 TN era el dueño del rating con 9,7 puntos (ya había hecho picos de 10), seguido por Telefe con 5,5. Tercero –en la general– era C5N con 4,2. Crónica consiguió concitar la atención a partir del humor. Y logró el puesto siguiente, con un rating de 3,4.
El único canal que interrumpió su programación fue América. Los otros siguieron con la programación habitual. Y perdieron.
*Escritor.