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“La información es un arma no muy diferente de las bombas”

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Valery Gerasimov. La desinformación es una “estrategia de influencia, no de fuerza bruta”. | cedoc

“Mientras las fake news y la posverdad son nociones genuinas de la posmodernidad, el concepto de desinformación procede de la doctrina militar de la antigua Unión Soviética durante la Guerra Fría”, señala el escritor y jurista español Mario Garcés en un artículo sobre los peligros de la información falsa, que acaba de publicar el portal de noticias 20minutos.es. Agrega Garcés: “De hecho, Lenin afirmaba sin pudor que ‘la información es un arma no muy diferente de las bombas’, solo unos días después de la Revolución de Octubre”. 

Entre 1917 y 2022 no parece que haya pasado más de un siglo: “La desinformación como estrategia no es ajena a Putin y a sus secuaces –señala el autor–. Lo explica a la perfección Valery Gerasimov, el hombre del maletín nuclear del autócrata ruso y jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, cuando define la desinformación como una ‘estrategia de influencia, no de fuerza bruta’, cuyo objetivo es ‘romper la coherencia interna del sistema político, económico y militar del enemigo, y no aniquilarlo’”.

En el mismo sentido –alertar acerca de los males de la información falsa o sesgada–, este ombudsman escribía hace tres años: “La caída de la imagen de confiabilidad en los medios de comunicación tradicionales produjo un efecto reactivo que algunos usuarios de formato digital supieron aprovechar para ocupar nichos de preferencia en un púbico que recién llegaba a internet para consumir sus propuestas. Florecieron los blogs, como sucedáneos de medios considerados serios, se encumbraron personajes que hoy serían definidos como influencers, aparecieron protagonistas de videos en YouTube que lograron efímeras o persistentes cualidades de ídolos populares. Lo superficial, no chequeado, audaz, temerario, logró superar (al menos por lapsos más o menos breves) la confiabilidad en los periodistas”. El artículo, titulado “Internet no es una fuente sino un mero instrumento”, señalaba que esa irrupción de novedosos formatos de comunicación “fue una oleada que tuvo al menos dos consecuencias importantes: universalizar, hacer masivo el acceso a las informaciones, transformar en protagonistas a quienes eran meros consumidores pasivos de la televisión, la radio, las revistas, los diarios y aun los crecientes espacios noticiosos en formato digital; y obligar a los medios convencionales a extremar sus medidas de protección contra noticias falsas, o distorsionadas, o sesgadas por intereses alejados del público y cercanos al poder, a los poderes”.

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La columna reproducía parte de lo que el semiólogo Umberto Eco anticipaba a comienzos del siglo: “Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo (…) Te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada”. 

La columna de abril de 2019 advertía a dónde apuntaba este ombudsman: “A la certeza de que internet y sus afluentes más o menos exitosos (Facebook, Twitter, Instagram, blogs, YouTube, Tik-Tok, incluso Wikipedia,) no constituyen fuentes confiables per se, sino que obligan a quienes acceden a sus propuestas a buscar por otras vías, revisar libros, archivos, aplicar horas o días (meses, tal vez) para determinar la veracidad de lo hallado en la web. Hace algunos años, un estudiante norteamericano introdujo (como experimento) información falsa en la biografía de un músico en Wikipedia. Hasta que se detectó la anomalía, pasaron dos o tres días, tiempo suficiente para que medios tradicionales tomaran como cierta la impostura y la publicaran sin chequear”.

O sea: propongo a los lectores de PERFIL ser cautos y no dar por cierto lo que puede ser (por acción deliberada o mera ignorancia) una enorme mentira.