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OPINIÓN

La banalidad del mal

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Dictadores. Galtieri de Malvinas, como Videla con los desaparecidos. | cedoc

Sigue de ayer: “Mi 2 de abril”

 

“Me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la incuestionable maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de enraizamiento y motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso”, escribió la filósofa Hannah Arendt sobre Adolf Eichmann, el asesino nazi que se estaba juzgando en Jerusalén después de haber sido atrapado viviendo una doble vida en Argentina y llevado a Israel en 1961, juicio que ella cubrió para la revista New Yorker.

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Ese párrafo de Arendt representa a la perfección la impresión que me generó la mayoría de militares argentinos que integraron la última dictadura militar en puestos de comando y que fui conociendo. El concepto de banalidad del mal que acuñó Hannah Arendt para explicar la monstruosidad del teniente coronel de la SS que se juzgó en Jerusalén, uno de los mayores asesinos de la historia, generó mucha controversia. Es más tranquilizador decir que quienes producen actos monstruosos son monstruos. Los monstruos son más fáciles de identificar y cubrirse de ellos. Más siniestra resulta la estupidez cometiendo monstruosidades.

Correré el mismo riesgo de Arendt al referirme a la banalidad de parte de los dictadores argentinos: recibir críticas por ser mal interpretado; lo banal no reduce responsabilidad de los culpables pero luce más humano. Y resulta inaceptable la humanidad en un asesino. Lo mismo pasa con la estupidez: podría percibirse como un atenuante a la responsabilidad del asesino, pero no es esa mi intención sino ayudar con mi experiencia a las nuevas generaciones de periodistas con lo único que se pueda sacar de las desgracias: enseñanza.

Videla me pareció un estúpido. Lo mismo Galtieri. Mencioné en la columna de ayer el llamado de Reagan no bien zarpó la flota argentina con destino a Malvinas captada por los satélites norteamericanos pidiéndole que parara el desembarco porque Estados Unidos ayudaría a Inglaterra. Lo que desoyó al igual que después, ya con Argentina en las islas, rechazó tontamente la propuesta de tres banderas con intervención de las Naciones Unidas. 

Hoy quiero sumar un ejemplo de Videla. A comienzo de 1980 el entonces presidente citó a los directores de medios a la Casa Rosada. Estábamos Ernestina de Noble, Bartolomé Mitre, Aníbal Vigil, Bernardo Neustadt, Hugo Gambini y yo. Todos tenían décadas de experiencia mientras que era la primera vez que yo había sido incluido en una reunión así. Tenía 23 años el año anterior, cuando había estado detenido en El Olimpo, y supongo que me sumaron para disimular las denuncias sobre los desaparecidos. Como ese año vino a investigar una misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la dictadura permitió que Jacobo Timerman abandonara el país y desmantelaron todos los campos de concentración. De hecho, El Olimpo fue el último sitio clandestino de detención del Ejército que se cerró, en marzo, y yo estuve allí en enero.

Videla les anunciaba a los conductores de medios que había serio riesgo de una guerra con Brasil porque las dictaduras de ambos países no se ponían de acuerdo en la cota de las represas que compartían en el río Paraná (Itaipú, Brasil, y Yacyretá, Argentina). Meses antes, cuando estaba en El Olimpo, tras las sesiones de tortura y simulacro de fusilamiento, una especie de comisario político hablaba de la guerra que por entonces iba a ser contra Chile por los diferendos limítrofes pendientes.

Guerra era lo que querían, con Brasil, con Chile, con Inglaterra, como terminó siendo. Necios en todos los casos. Lo que aquí cuento ya lo declaré a la Justicia Federal dos veces: en 1984 al regresar del exilio y nuevamente en 2012 en Comodoro Py, en el juzgado de Daniel Rafecas. Son los cuarenta años de Malvinas ayer, 2 de abril, y la cercanía con el 24 de marzo, fecha del golpe y día en que siete años después ordenaron mi arresto por traición a la patria, lo que trae a mi memoria recuerdos de aquellos años y la necesidad de compartir esas tristes experiencias con las nuevas generaciones de periodistas. De aquella reunión por “la guerra con Brasil” no queda nadie vivo, tanto Noble como Mitre, Vigil, Neustadt y Gambini murieron, además del propio Videla, quien hablaba con parsimonia de una eventual guerra con nuestro vecino como si se tratara de algo normal.

Otro ejemplo de la banalidad de Videla se puede percibir hoy en el video que registra una conferencia de prensa en septiembre de 1979 –año en que la dictadura comenzó a sentir la resistencia de la sociedad civil–, donde el periodista José Ignacio López, con valentía extrema, le pregunta por los desaparecidos, palabra que nunca antes había sido públicamente verbalizada, y Videla, titubeando, respondió estúpidamente: “Mientras sea desaparecido, no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tienen entidad, no está... ni muerto ni vivo, está desaparecido”. 

Como propusieron varios integrantes de la Academia Nacional de Periodismo, el Día del Periodista debería ser cambiado por ese en que José Ignacio López le preguntó a Videla por los desaparecidos.

Hannah Arendt, en otro de sus libros, La condición humana, escribe: “El totalitarismo no es la dominación despótica sobre las personas sino un sistema donde las personas son superfluas”. Un sistema donde no hay “quién” sino “qué”, donde la sociedad puede ser totalizada y por tanto “todo es posible” como creyó Galtieri con la Guerra de Malvinas o Videla con los desaparecidos. 

Pero cuidado: Videla y Galtieri, como Eichmann, eran seres mediocres como muchos de otros poderosos que, sin mucha reflexión, actúan movidos por su deseo de ascender o mantenerse, sin reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Por eso nadie debe tener el poder absoluto ni la posibilidad de perpetuarse en el poder. El poder hegemónico es el problema y no el extraordinario mal de una determinada persona o grupo de ellas.

En la proporción que corresponde al mundo actual, casi sin dictaduras, la enseñanza indica precaución ante cualquier posición en que el poder se pueda ejercer sin contrapesos. El mal es ignorancia.