COLUMNISTAS

La muerte del final

Por Jorge Fontevecchia. |Cabezas, Favaloro y Nisman comparten el triste privilegio de que sus muertes sean señales del fin de una época.

Metáforas sociales: Cabezas, Favaloro y Nisman.
| Cedoc

Cabezas, Favaloro y Nisman comparten el triste privilegio de que sus muertes sean señales del fin de una época. El asesinato de Cabezas, del accionar mafioso del menemismo. El suicidio de Favaloro, de la impotencia de De la Rúa. Y la muerte de Nisman (que sea suicidio o asesinato no cambia su carácter político), del trastorno kirchnerista del cual el fiscal tampoco era ajeno.

El poder en extremo siempre es anómalo, perturbado y –por su propio exceso– enajenado. Pero el kirchnerismo hizo de ese rasgo enloquecido del poder absoluto su cualidad más característica. No es casual que Néstor y Cristina Kirchner fueran los presidentes más desequilibrados de la democracia: su temeridad empatizaba con una sociedad que también había ido perdiendo los frenos después de tantos fracasos colectivos sucesivos.

En el duelo por Nisman, la sociedad duela la idea de Argentina país normal cada vez más perecida

Las muertes de Cabezas, Favaloro y Nisman son la metáfora de ese fracaso social y por eso tienen un valor simbólico que se expande como un rayo sobre el ánimo de todos. Sus muertes son como un certificado de defunción de un ciclo. Y la desazón y perplejidad que nos invade personalmente indican que, en el fondo, sabemos que las culpas no fueron sólo de Menem, De la Rúa o Néstor y Cristina Kirchner, ni se corrigen sólo con su retiro.

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La mera explicación de que Nisman tuvo que presentar su denuncia ahora porque podían removerlo como fiscal encierra la locura en la que estamos contagiados. Si las escuchas tienen varios años y el tratado con Irán se formalizó hace dos años, ¿por qué no presentó la denuncia antes? Incluso, ya no desde el punto de vista jurídico pero sí desde el político, podría haber presentado una denuncia previamente a que se consumara el tratado con Irán para contribuir a evitar su eventual aprobación plena.

En todos los ciclos, no pocos de los que al final se quejan con más vehemencia, como el converso, contribuyeron al ensalzamiento de lo que ahora fustigan. Pero fueron coherentes en procurar su propio beneficio. Crítica que le cabe al fiscal Nisman, independientemente de que –es obvio– nada hace a nadie merecedor de la muerte, ni le suprime importancia a su denuncia el hecho de que su valentía fuera tardía.

Pero tenemos que poder ver los grises abandonando el maniqueísmo de buenos y malos categóricos, porque primero apoyamos para, luego, con la misma superficialidad, achacar todas las culpas a los falsos dioses que construimos. Mientras, nosotros somos buenísimos, desgraciadamente invadidos por extraños que gracias a nuestro coraje ahora logramos expulsar. Esa visión es el principal agente de nuestra sostenida decadencia.

Hace algunas semanas, en otra columna titulada “Derecho a blasfemar”, defendí la prerrogativa de Charlie Hebdo a hacer lo que hacía pero sostuve que eso nada tenía que ver con el periodismo.
Ver lo bueno y ver lo malo de Charlie Hebdo o de Nisman nos hará más adultos, el único antídoto para que una muerte trágica sea un accidente o un crimen pero no una metáfora de nuestro fracaso social.

Tenemos que dejar de ser presa fácil de los oportunistas que nos seducen confirmando lo que nuestros deseos quieran que las cosas sean. Jubilar a los flautistas de Hamelín y pasar a ser nuestro propio DJ, dejando de bailar la música que ponen los aprovechadores para comprometernos con la construcción de una opinión autónoma que, como resultado de ese esfuerzo, no sea una hoja al viento que cambie al ritmo de lo último que escuchamos repetirse.

Si a usted, lector, no le gustara el kirchnerismo, piense que el kirchnerismo es, en gran medida, oportunismo. Y desarrolle un radar antioportunistas para no repetir la frustración. No registre sólo aquellas versiones que confirman sus juicios previos. En el terreno político y económico, no ceda a la excitante situación de estar poseído por las pasiones, al narcisismo del espejo y al eco de su voz, que tanto pueden devolverle políticos como medios de comunicación demagógicos. La falta de anticuerpos para la demagogia es causa de nuestra fragilidad.

Si se toma la política como un espectáculo y al periodismo como entretenimiento, seguiremos enajenados en el hipnótico péndulo de un extremo al otro aunque siempre dentro del área del fracaso. Esa forma de movimiento es falsa, es vértigo sin cambio.
La música de un flautista de Hamelín pasa de moda y viene otro; como en las telenovelas, la tensión nunca se puede sostener más que por un determinado período. Narraciones efímeras por relatos sin demasiado sustento.

Que la muerte de Nisman se convierta en otro caso policial enigmático como los de Angeles Rawson y Lola contribuye a amplificar su difusión, lo mismo que produjo la farandulización en las denuncias de Lanata sobre Báez hace dos años. Pero no ayuda a pensar lo importante.

Que respecto del tratado con Irán, es si hubo tentativa de encubrimiento (figura jurídica con más posibilidades de prosperar porque los hechos no se consumaron) o el tratado no fue aprobado por Irán porque el gobierno argentino no se comprometía a levantar las órdenes de captura de Interpol. Y esto último no quitaría que ese tratado siguiera siendo inconstitucional, un error de política internacional grave, junto a una ejecución chapucera, como denunció Pepe Eliaschev cuatro años antes que Nisman.

Todo un ciclo político adquiere sentido en contacto con el límite máximo establecido por la muerte

Y respecto de la independencia de la Justicia, si esta sólo puede consumarse completamente el último año de cada gobierno, cuando ya la capacidad de respuesta del presidente de turno está menguada y, de ser así, si fuera por culpa de un sistema que impide la independencia de la Justicia o por responsabilidades individuales de ciertos fiscales y jueces.

Este es el punto institucionalmente más importante porque el pacto con Irán es un caso, pero si la Justicia funcionara de manera diferente al final de cada ciclo político, la Justicia –sus integrantes que así actuaran– sería parte del problema y causante del fracaso social.

Dioses más falsos dioses, y héroes más falsos héroes, son parte de una misma mecánica, que se retroalimenta.