En sus ocho años como jefe porteño y en estos como presidente, Macri sufre la primera gran crisis económico-política de su carrera. El es el principal responsable, pero enfrente tiene políticos, sindicalistas y empresarios que necesitan que se estrelle. Todos juegan en esta crisis. Uno pone en juego su futuro político. Los otros, su libertad: creen que si a Cambiemos le va bien, a ellos los jueces los llevarán a prisión.
Es que en las últimas semanas, en el círculo rojo comenzó a circular el fantasma de que detrás de la corrida cambiaria se esconderían manos financieras vinculadas con el pasado K. No es así, aunque la crisis sea funcional a aquellos que están privados de su libertad o temen estarlo.
Correr de atrás. Macri recibió un país estancado, con cepo, inflación del 20% al 30% y cuentas en rojo. Pero el cambio de mando no fue tan traumático, porque supo aprovechar el impulso ganador en medio del descrédito por el pasado. Nadie sabía si lo haría bien, pero una mayoría confió. Confió y deseó. Por eso, logró algo inédito: convencer de que, esta vez, la gobernabilidad estaba garantizada aunque no fuera peronista. Llegó a las elecciones de octubre sin un fuerte crecimiento económico (un 2016 con -2 % de PBI y un 2017 que terminaría siendo de +2,9%), pero con una mayoría que aún confiaba en el futuro.
El oficialismo no ganó octubre por la economía, sino por la esperanza que para muchos sigue representando. Pero después algo cambió. En principio, porque históricamente aquellos que votan a un presidente tienden a ratificarle su apoyo en la primera elección intermedia, para luego exigirle resultados concretos en los dos años que restan.
Macri salió de octubre con una imagen superior al 50%. Pero el clima mutó tras los escándalos de la reforma jubilatoria y la fatídica conferencia en la que Sturzenegger, Peña, Dujovne y Caputo anunciaron (como si el jefe del Central fuera parte del gabinete) la variación de la meta inflacionaria. El plan original era un 2018 con 10% y los expertos decían que en realidad rondaría el 15%. Lejos de la meta, pero 10 puntos abajo de 2017 y casi una tercera parte de la inflación de 2016.
Lo que siguió fue desconfianza, el dólar a más de $ 20 y analistas elevando sus pautas de inflación al 20%. Desde entonces, el Gobierno comenzó a correr de atrás a la economía y arrojó al fuego de la inflación la leña de nuevos tarifazos. Después le pidieron a Sturzenegger que, pese al ruido de las nuevas metas, de la inflación tarifaria y de la suba del dólar en el mundo, aquí lo mantuviera estable. Lleva invertidos US$ 9 mil millones y tasas del 40% que enfrían todo.
Plan 2019. Las encuestas señalan que esto tuvo un costo de más de 10 puntos en la imagen presidencial desde principios de diciembre. Los estrategas del PRO reconocen 8 y afirman que la caída estaba prevista: “Solo los ignorantes pueden pensar que la imagen positiva del Presidente se mantendría igual que al ganar una elección. En especial cuando sabíamos que íbamos a aprovechar el impulso de ese triunfo para corregir el déficit. Nuestra presunción era que Macri podía caer hasta 12 puntos. Al final serán menos. Lo importante es levantar para cuando llegue el momento de la reelección”.
Para ese entonces necesitan que Cristina Kirchner vuelva a ganar protagonismo e, idealmente, se presente como candidata presidencial. Las cuentas son así: según las mediciones oficialistas, ella es la única que levantó la imagen en los últimos dos meses. Serían apenas tres puntos, pero servirían para certificar que es poseedora de un núcleo duro que en una elección nacional podría llegar al 25% de votantes. Con ese porcentaje, dejaría relegados a un tercer lugar a los candidatos del PSP (“peronismo sin prontuario”), como Urtubey, Massa, De la Sota o Randazzo.
Los cientistas electorales del macrismo estiman que en ese escenario no habría segunda vuelta porque Macri alcanzaría el 40% y Cristina saldría segunda con una diferencia de más del 10%. “Pero aunque hubiera balottage –confían– la elevada imagen negativa que ella conserva haría imposible un triunfo del kirchnerismo”.
—¿Pero qué pasaría si es el peronismo no K el que sale segundo?
—Eso sería un problema.
A tiempo. El Gobierno necesita a Cristina libre y activa. Incluso esperaban que asumiera cierto protagonismo en estos días, pero esta vez ella logró contener su boca cerrada. Confían en que no será por mucho tiempo: el kirchnerismo movilizado en cualquiera de sus variantes (La Cámpora, los Moyano, D’Elía, etc.) reflotaría la teoría maoísta de las contradi-cciones. Según ese análisis, la actual crisis de confianza entre el macrismo y su base social pasaría a ser una contradicción secundaria frente a la contradicción principal que significaría el amenazante regreso del pasado.
La aspiración oficial es que una Cristina militante lograría soldar lo que los tarifazos y la inflación resquebrajaron entre el Gobierno y su alianza socioeconómica. Juran que el único candidato del oficialismo es Macri, pero no dejan de medir a Vidal, Rodríguez Larreta y Peña. Incluso a Patricia Bullrich, cuya imagen estaría creciendo, según aseguran.
En cualquier caso, serían demasiado optimistas si apostaran solo a una CFK recargada. La estrategia del “nosotros o el pasado” pudo ser muy exitosa tras el hastío de 12 años de kirchnerismo, pero puede resultar un búmeran si su electorado descubre que se trató de una fantasía que alimentó sus esperanzas y enflaqueció sus bolsillos. No. Así como en octubre Macri volvió a ganar con la memoria, en 2019 ganará únicamente si logra convencer de los beneficios económicos de reelegirlo. Para eso tiene que profundizar su sensibilidad política, porque solo con la sensibilidad de los CEOs y los economistas no alcanza.
Tiene a favor una oposición aún fragmentada y gobernadores que apuestan a que el país no se desmadre. No por generosidad, sino por necesidad. El resto de los políticos, empresarios y sindicalistas que no temen ir presos están en la misma. Hubiera sido mejor escuchar, dialogar y negociar tras el triunfo de octubre. Haber comprendido entonces que eso transmitía más poder, no menos. Pero está a tiempo.
Error impensado. Esta primera gran crisis política que Macri debe afrontar en su carrera ejecutiva parece afectar también los sensores de lo que siempre fue su fuerte: el diseño estratégico del mensaje. Solo así se entiende que durante días se haya cedido el protagonismo de la comunicación a sus aliados políticos.
Primero fue Carrió transmitiendo en directo desde Casa Rosada para “llevar tranquilidad a todos los argentinos”. Luego, los radicales presididos por Cornejo, saliendo de noche de la sede del Ejecutivo y enfrentando las cámaras con rostros tensos.
¿De verdad creyeron que eso llevaría tranquilidad? ¿De verdad suponían que la memoria colectiva no iba a linkear esas imágenes con las de otros gobiernos radicales dejando el poder antes de tiempo? Solo faltaba que apareciera Cavallo dando consejos y visitando el Banco Central. Y apareció. Sería riesgoso que Macri descrea de la importancia trascendental de la política.
Dejaría al país en manos de técnicos y economistas que no entienden de política, o de dirigentes que entienden la política de una forma muy distinta a la suya.