Marshall McLuhan volvió y fue millones. El padre de la teoría de la comunicación, entre otras herencias, dejó su concepto fetiche: “El medio es el mensaje”. La movilización más grande de la historia argentina, que tomó por asalto las calles con patriotismo festivo y apartidario, fue el medio y el mensaje. La irrupción de multitudes en escena nunca es neutra. Siempre es un hecho político que incuba varios enigmas socio-culturales que los políticos e intelectuales deben desentrañar. Descubrir esas señales y leer su significado es un maravilloso desafío que le dará la iniciativa a quien lo logre hacer con mayor precisión. Sobre todo porque un fenómeno de semejante envergadura (tanta gente al mismo tiempo y en el mismo lugar casi espontáneamente) se explica por múltiples causas. Es como un objeto sagrado que no se puede profanar con chiquitajes electoralistas. El que intente poner sus manos especulativas en ese lugar será castigado en las urnas. Y el que sepa ponerse a la cabeza de esas demandas será beneficiado.
Fue una creación colectiva que sorprendió a los “dueños” de la palabra pública con un ánimo constructivo, solidario y de reconocimiento del otro como un hermano que viaja en el mismo barco. Eso solo ya tiene un valor de tierra fértil que entusiasma a los sembradores de esperanzas superadoras de tantos años de enfrentamientos y fracturas sociales. La misma reacción pero con intenciones de derribar injusticias atávicas y hartazgos por la falta de representaciones genuinas derivó en el volcán de 2001. Entonces hubo muertos, represión, saqueos y peligro de implosión institucional. Esta vez hubo alegría, convivencia en la diversidad y orgullo nacional. Se trata de dos apariciones contundentes que obligaron a los teóricos a ir a la cola de los acontecimientos. Aquel terremoto que se llevó puesto el flan de la Alianza siguió provocando remezones hasta hace muy poco tiempo. Tal vez los historiadores puedan decir que recién en este Bicentenario se puso punto final a aquel infierno. No hay que apresurarse en las conclusiones definitivas. Pero vale la pena apasionarse en el ensayo de probables respuestas. Muchas de las definiciones de aquella época se evaporaron en el aire del voluntarismo: “Piquete y cacerola/ la lucha es una sola” o los delirios de crear sóviets de vecinos en las plazas de Floresta.
Hay que tener cuidado con los afiebrados que quieren ver un nuevo 17 de octubre para rescatar al coronel Juan Domingo Kirchner de las garras de la corporación mediática. Por ahora ni Kirchner cumple, ni Cristina dignifica. Es verdad que el timón para salir de aquel 2001 estuvo en manos de los Kirchner. Aunque los ningunearon en el video proyectado sobre el Cabildo, recibieron el barco con viento en popa de manos de la dupla Duhalde-Lavagna, que cada día tiene más fuerza de posible fórmula del peronismo peronista. Se podría decir que el Bicentenario actuó como catalizador de un nuevo humor social que favorece los proyectos de desarrollo con equidad social. Que está dispuesto a protestar menos y a proponer más. Y eso favorece objetivamente a los que están en el gobierno. A todos. A los Kirchner, a Macri y a los gobernadores que vivieron explosiones populares similares en sus provincias. Los oficialismos están primeros en la línea de largada hacia 2011. Tienen a favor el vigoroso crecimiento económico y el disponer de los instrumentos para transformar la realidad y producir los cambios que extirpen cada vez más rápido las injusticias. De la eficiencia para resolver esos problemas concretos y evitar conflictos absurdos dependerá el éxito que tengan. La oposición en todas sus variantes (también el kirchnerismo en la Ciudad) podrá tener su revancha si fracasan las medidas, se multiplican los errores no forzados o se insiste en mantener un discurso intolerante que oculta graves hechos de corrupción que no despiertan el patriotismo de nadie.
Esto les cabe a todos y especialmente a los K. Sus ventajas de hoy se pueden derrumbar por su inmensa capacidad autodestructiva. ¿Qué camino van a elegir de ahora en más? ¿El del diálogo y la concordia que surge del mandato callejero albiceleste o el que les dictan sus tripas camorreras? ¿Cuál será el comportamiento de Cristina y Néstor hacia 2011? ¿Aceptarán mansamente el tono medido y la búsqueda de consensos o privilegiarán la impronta ideológica neopopulista de Ernesto Laclau, que les recomienda dividir para reinar y polarizar con el “enemigo perfecto”?
Lo políticamente correcto les impone tratar de recuperar sectores de la clase media rural y urbana con la ilusión de bajar las retenciones de maíz y trigo y con créditos blandos para pymes. La guerra popular prolongada los condena a no dar una sola explicación ni mostrar una boleta de depósito de los fondos de Santa Cruz, ya convertidos en uno de los grandes misterios de la ciencia moderna. Nada por aquí, nada por allá. Siempre estuvieron en la clandestinidad y ahora hay que contratar un ejército de detectives para saber dónde están o en qué se gastaron. Aparición con vida de los fondos de Santa Cruz.
Estas dos caras de la moneda se pueden trasladar a los acontecimientos de los últimos días. Una cosa es defender a Arturo Jauretche y otra muy distinta es encubrir los escándalos crecientes de Ricardo Echegaray o Ricardo Jaime. Otra es ver a Daniel Scioli abrazado con Pablo Bruera, a Alejandro Rossi con Ricardo Alfonsín y a Federico Pinedo con Guillermo Moreno. Esa Argentina de la concordia apareció con los diputados en el homenaje a Mariano Moreno, con Julio Bárbaro preguntando si puede volver a ser oficialista sin tener que hacer la venia o con Margarita Stolbizer reconociendo que su problema con los Kirchner muchas veces es más de forma que de fondo. El país de la discordia resurge cuando Cristina reinvindica (con segunda intención) la furibunda manera de amenazar con levantarse en armas que tuvo Juan Jose Castelli en los días heroicos de Mayo. O ese infantilismo primitivo de borrar a Cobos y a los ex presidentes de los protocolos y de la historia, como hacía el Kremlin.
Con olfato los K pueden adivinar por cuál sendero pueden crecer más en las encuestas. Una cosa es faltar al Teatro Colon por los agravios de Macri y otra que Florencio Randazzo y Jorge Coscia digan que ese festejo fue oligárquico o noventista. Los que hoy gobiernan y quienes aspiran a sucederlos deben saber elegir el medio y el mensaje. Mucho más después de esta nueva Revolución de Mayo que acabamos de vivir.