Invierno desafortunado para Cristina de Kirchner y Mauricio Macri: a una le sobran los guantes y le faltan medias de lana. Al otro le ocurre al revés. Conclusión metafórica: van a tener frío en los pies o en las manos. Interesa la paradoja: son los dos grandes electores para 2023. Ella no tiene candidatos para la Presidencia, pero está en condiciones de nominar un abanico para la provincia de Buenos Aires como gobernador. Por su parte el ingeniero boquense dispone de varios aspirantes para la Casa Rosada (inclusive él mismo) y ninguno atractivo para la gobernación bonaerense. Un dilema: ambas elecciones se requieren entre sí, nadie puede pretender un triunfo en la nacional sin una performance razonable en la provincial.
La actual vice no piensa renovarle el contrato a Alberto Fernández (nunca, dicen, la relación estuvo peor) y lagrimea porque a su hijo Máximo no le alcanza el apellido para la sucesión presidencial. Error de madre, insuficiencia del vástago: parece que siempre va a ser una promesa.
Los de La Cámpora no registran peso en la balanza –aunque hay un esfuerzo económico para engordarlo a Wado de Pedro– y el propio entorno de la dama es una armada Brancaleone con sirvientes en lugar de creativos. Ejemplo: Parrilli. Se incluye a las mujeres, para que nadie piense que la opinión constituye violencia de género.
Tampoco hay gobernadores que la distraigan (aunque Sergio Uñac se ofrece con una timidez atávica que demanda terapia) y la alternativa de Daniel Scioli no figura en sus cálculos para el Ejecutivo. Si bien superó la etapa del desprecio, lo considera para un objetivo menor: le reserva el acompañamiento como número dos suyo en la lista de candidatos al Senado. No parece tentador para el nuevo ministro de Producción: ella entra a la Cámara alta gane o pierda, por la mayoría o por la minoría, mientras él carece de esa garantía si acepta ir de segundo.
Ese vacío de candidatos presidenciales no se traslada a la Provincia: allí, en su santuario, Cristina confía en la reelección de Kicillof o, ante cualquier acontecimiento, el reemplazo por Martín Insaurralde (aunque no comparte la simpatía de su hijo con el ex intendente). El “aparato” peronista se confundió: suponía que era suficiente cerrarle por anticipado cualquier investigación a Kicillof y que se fuera a la casa al pactar y repartir cargos con la oposición blindando el mayor órgano de control bonaerense.
Pero Cristina, además de agradecida por ese precavido gesto, impulsa a su asesor económico devenido en gobernador para permanecer otro mandato. Y el pupilo de Keynes o de Kalecki hoy dispone de pista libre: no mide mal y el resto que le compite desde el macrismo está divido en mil pedazos y en expresiones diferentes. Además, como se sabe, en ese distrito no hay segunda vuelta, se gana con poco.
Afectado. A Macri le afecta esta realidad bonaerense en su fracción, la falta de un liderazgo. “Son tantos, alguno se deberá bajar pronto para esclarecer el panorama”, reconoce. Al menos para distinguir un perfil que seduzca en esa inmensa y determinante tierra. El desfile de soñadores va de Santilli a Iguacel, de Ritondo a Grindetti. No solo este cuarteto respira en el PRO, habrá más alquimistas y también será necesario sumar algún radical intrépido.
Intentará superar Macri esta confusión de nombres, tal vez para mejorar su propia y desgastada imagen: sale a recorrer la Provincia para conseguir por sí mismo lo que no le logran los otros. Y empujar para la oposición una postulación vacante. De paso, agrega ahorros a su alcancía para modificar la opinión negativa en su contra. Una larga marcha, paciente (kshanti), como los budistas que él dice admirar y seguir: esperar hasta que se asiente el barro, el agua quede clara y se pueda tomar. Al menos así dice la enseñanza del maestro al discípulo.
Lo que le falta en la provincia, a Macri le sobra en el orden nacional: más de los dedos de una mano, incluyendo a él mismo, para correr en el Gran Premio. Parece que la abundancia de número sea un objetivo del ex presidente, como si adquiriera más altura por mayor cantidad de participantes.
Dicen que no atraviesa el mejor momento con Horacio Rodríguez Larreta, le reclama que no solo la gestión mueve al mundo, le disgusta la baja estatura de su equipo de gobierno y, en particular, esa visión conciliadora y gradualista del alcalde. Debe pensar que su ex colaborador juega en una categoría inferior a la cual desea ascender.
Algo de razón debe tener: por la caída en las encuestas, ahora HRL habla de reformas y hasta se atrevió a vetar el lenguaje inclusivo. Como si fuera Patricia Bullrich, su rival en la interna, a quien aprecia el ingeniero por ser menos ambigua y reconocerse más liberal que populista. Con esa metodología, de mayor pureza macrista, a Patricia le va bien hasta en el interior del país.
Segundo tiempo: Mauricio Macri ha instalado "la revancha"
Con los radicales, Macri pelea la distribución de los bienes personales, no le gusta que se apoderen de la Capital vía Lousteau ni el primer cargo de la fórmula nacional con Facundo Manes. Tampoco disputa con la que no recibió una moneda de Techint, la misma que nunca pudo formar un sucesor de nota en ningún territorio del país: Elisa Carrió. Igualita a Cristina.
Lo que exhibe Macri como novedad –al margen de su propósito de expulsar al cristinismo y conservar la unidad de Juntos por el Cambio a cualquier precio– es la obediencia debida a un programa. Como si fuera a respetar aquellas plataformas que distinguían antes a los partidos, superadas por la venalidad política en los últimos tiempos. Como si fuera Alem.
En ese plano, cabalga para fijar una Biblia económica en la que establezcan apuntes personajes como Sandleris, Laspina, Lacunza y un radical modernizado como Levy Yeyati. Seguramente adhiere Dujovne, no se sabe Prat Gay. Esos fundamentos, sin embargo, no se sabe si son los mismos de alguien en ocasiones cercano, Carlos Melconian, quien elabora un proyecto semejante desde la Fundación Mediterránea.
Difícil conocer el destino de esos trabajos, si se habrán de integrar, si los asume Macri, Rodríguez Larreta o el resto de la coalición. Otra duda: unos hoy estiman que la crisis económica puede explotar este año, inclusive son acusados por el gobierno de los Fernández de fomentar ese proceso de descomposición. Melconian, en cambio, cree que si hay personal idóneo en Economía, las dificultades se pueden atravesar y aterrizar sin una catástrofe hasta 2023. Aunque, claro, admite que la conducción de Economía no es precisamente idónea.