La lamentable y violenta invasión rusa de Ucrania, obliga a Argentina a reexaminar algunos lineamientos, como así también la implementación de su política exterior, incluyendo la relación con Rusia, antes y después del estallido de este trágico conflicto. Esto necesita ser hecho en momentos donde, si como decía el escritor ruso Lev Nicoláievich Tolstoi: “los más fuertes guerreros son dos: el Tiempo y la Paciencia”, guerreros que no parecen estar jugando a favor de Vladimir Putin.
Puede ser de utilidad analizar qué medidas se han tomado y se deberían tomar a partir de un enfoque de política exterior de horizontes diversos, que propone mantener relaciones positivas y simultáneas con las potencias establecidas, con los nuevos centros de poder –China, Rusia, India, Asean–, y con el exterior próximo. Según este enfoque, mientras que en lo económico y comercial no existen en situación general de paz limitaciones para desarrollar buenas relaciones con todas las naciones, hay en cambio que tener sumo cuidado al mantener relaciones políticas con gobiernos de naturaleza autoritaria, dado que éstas no comparten nuestros valores democráticos, de la defensa de la libertad y de los derechos humanos.
La voluntad de querer tener buenas relaciones económicas, y hasta en cierto grado políticas, con regímenes autoritarios, se limita considerablemente cuando estos cometen actos de violencia de naturaleza ilegal a nivel internacional. Un ejemplo claro de esto es cuando un régimen autoritario invade otro estado, como lo ha hecho Rusia en el caso ucraniano. Más allá de las razones y justificaciones –algunas lógicas y/o legítimas– que tenga Rusia, y tomando en consideración el daño real y potencial, particularmente en poblaciones civiles, que produce una guerra conducida con armas de avanzada tecnología, Argentina no puede sino condenar enérgicamente el accionar ruso, denunciar a Rusia en los foros internacionales adecuados, y hasta reexaminar la naturaleza de las relaciones económicas y de carácter tecnológico.
Hay que tener cuidado en las relaciones políticas con los países autoritarios
Al concentrarnos en el accionar previo de nuestra diplomacia, es importante señalar el peligro que conlleva las nominación de embajadores con simpatías ideológicas con respecto a los países autoritarios donde se los designa. En el caso de Rusia, tanto el embajador actual, como el anterior, que es hoy vicecanciller, no tuvieron ningún problema en no oponerse y hasta en alentar una visita del presidente Alberto Fernández a Moscú, en momentos en que Rusia tenía 130 mil soldados en las fronteras de Ucrania, y expertos como el historiador escocés Niall Fergusson advertían de una invasión inminente. La opinión de este tipo de embajadores puede deformar peligrosamente la visión de los hechos por parte del canciller y el presidente, especialmente si la formación de estos en materia internacional es sumamente exigua. En tiempos bélicos, esto es algo a tener en cuenta en el caso de China, donde el embajador argentino demuestra en forma constante su admiración por el Partido Comunista Chino.
Al analizar el comportamiento del gobierno argentino luego de la invasión rusa, se puede hablar de un enfoque gradual y medianamente consistente de nuestra diplomacia en su actuación en los foros internacionales relevantes, aunque ciertamente inestable dadas las diferencias ideológicas dentro del oficialismo. Así, el gobierno prefirió en febrero no condenar a Rusia en el ámbito de la OEA (Organización de Estados Americanos), lo que no es incorrecto necesariamente, ya que la OEA debería ser un foro para tratar cuestiones regionales, y en teoría los temas globales deberían ser tratados en foros globales. Por su parte, Brasil tampoco optó por condenar a Rusia en la OEA. Sin embargo, en marzo Argentina optó por apoyar una segunda condena a Rusia, mientras Brasil se abstuvo nuevamente. Por otro lado, la Argentina condenó la invasión rusa en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (Organización de Naciones Unidas) en Ginebra, que un argentino –Federico Villegas– preside, y votó a favor de su expulsión. A su vez, también condenó la invasión rusa en la Asamblea General de la ONU en Nueva York, a pesar de que el ya mencionado vicecanciller intentó, desobedeciendo instrucciones del canciller, minimizar esa condena. Obviamente Argentina no tuvo la oportunidad de manifestar su condena en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde no participa como miembro no-permanente desde el bienio 2013-2014, cosa que Brasil sí pudo hacer.
Desde un punto de vista económico y comercial, la invasión rusa de Ucrania ha despertado en ciertos círculos alemanes un renovado interés por tratados comerciales que le aseguren la provisión de alimentos y materias primas, incluyendo el acuerdo Mercosur-Unión Europea. Ya hay voces que claman porque Brasil y Argentina puedan suplir el trigo, el maíz y la soja que Ucrania no podrá venderles, y que para eso se flexibilicen las estrictas reglas fitosanitarias europeas. A su vez el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán informó recientemente que “Alemania apoya la realización de un ambicioso acuerdo UE-Mercosur por razones geoestratégicas, económicas, de política exterior y sostenibilidad”. También la Federación de Industrias Alemanas ha afirmado que “el gobierno alemán, durante su presidencia del G7, debe enviar una fuerte señal a favor de la apertura de los mercados y el multilateralismo e impulsar la firma de acuerdos comerciales con los países del Mercosur o Australia”. Pero Alemania es consciente de que el acuerdo no progresará mientras Jair Bolsonaro sea presidente de Brasil, dado su particular enfoque con respecto al desafío del cambio climático, y por sus enfrentamientos personales con el presidente francés Emmanuel Macron. Se especula que estas resistencias disminuirán en el caso de que el ex presidente Lula da Silva sea electo. La diplomacia y el liderazgo argentino deben estar listos para aprovechar esta potencial oportunidad.
Quizá haya llegado el momento de actualizar aspectos de la política de Defensa
En lo energético, Argentina ha perdido la posibilidad de aprovechar las oportunidades de negocio en el escenario mundial, a causa de la mayor demanda de gas no ruso, por no haber potenciado e incentivado en su momento su producción de gas natural. En consecuencia, debe sufrir el impacto en su balanza comercial, debido a las importaciones de gas que se deben realizar, y a la suba de su precio internacional. Eso no quiere decir que sea ya tarde para maximizar las capacidades de producción, transporte e industrialización de gas en el país. Se le debe dar extrema prioridad, especialmente por sobre los proyectos existentes para comprar usinas nucleares llave en mano. En efecto, el empleo de usinas nucleares en Argentina –parte de una verdadera política de Estado– ha tenido siempre dos justificaciones estratégicas: a) el generar energía, b) dominar la tecnología asociada a esta compleja y sensible fuente de energía. La compra de una usina llave en mano, independiente del país que la suministre, no cumple con este segundo y crítico requisito.
Desde el punto de vista militar, ante la inesperada y sorpresiva reaparición de un conflicto armado en Europa, y conscientes de estar en una “zona de paz” en el Cono Sur –con la excepción de las islas Malvinas– quizás haya llegado el momento de actualizar aspectos de nuestra política de Defensa. Así, dentro de una estrategia consensuada y acordada, un desafío mayor para la clase política argentina será examinar con pragmatismo cómo aprovisionarse de equipamiento militar avanzado, ante el veto constante británico a la compra de equipamientos que tengan componentes de ese origen.
Concluyendo, al principio de la guerra en Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin pareció ajustarse a la definición del general alemán Carl Von Clausewitz: “el agresor siempre es un amante de la paz, preferiría conquistar nuestro país sin encontrar oposición”. Mientras Putin decide, ante la sorpresiva resistencia ucraniana, si debe –y con qué objetivos– continuar esta guerra, Argentina tiene la oportunidad de revisar algunos objetivos y procedimientos de su política exterior.
*Especialista en Relaciones Internacionales. Autor del libro Buscando Consensos al Fin del Mundo. Hacia una política exterior con consensos (2015-2027).