Otro artículo de Oliver Burkeman en el Guardian que está dando que hablar. Esta vez comienza mofándose del “nuevo ateísmo”, diciendo que convirtieron su nuevo ateísmo en una nueva religión. Pero inmediatamente después se arrepiente de haberlo hecho, y no porque lo que haya dicho no sea cierto, sino porque acaba de leer un libro de David Zahl, Seculosity, y se dio cuenta de que es injusto mofarse. Porque aunque ya nadie vaya a la iglesia “queda el impulso religioso, la necesidad de lo que Zahl llama adecuación, o como se decía en una época, rectitud: la sensación de que nuestras elecciones de vida son aprobadas. Solo que ahora esta sensación de adecuación vamos a buscarla a otra parte: en el trabajo, en la política, en la tecnología, en el amor”.
Al parecer, David Zahl, que administra el sitio web cristiano Mockingbird (el cenzontle, que para los habitantes de América del Norte es lo que para nosotros el ruiseñor, un pájaro insoportable que canta lleno de éxtasis), se lamenta al ver vacíos los bancos de la iglesia. Pero según él, la crisis de la religión, la ausencia de fieles en las iglesias se debe al hecho de que nunca dejamos de estar en ella, ya que el verdadero problema es que lo que buscamos trabajando bien, construyendo una buena familia o votando por un buen político es lo mismo que lo que buscan los que hacen la señal de la cruz a cada rato y llevan una vida regida por los mandamientos de Moisés, esto es, la salvación.
“En la base de esta religiosidad laica está la idea de que estamos definidos por lo que hacemos, y por consiguiente, si queremos salvarnos debemos alcanzar una meta”. El libro de Zahl es una larga lista de los modos en que tratamos de alcanzar esa meta: “Trabajamos hasta tarde no solo para ganar más dinero, sino para justificar nuestra existencia; leemos libros para padres primerizos buscando el mejor modo de enseñarles a nuestros hijos, como si pudiésemos redimirnos criando adultos perfectos; le asignamos valor existencial al hecho de comer sanamente. Y combatimos batallas políticas o culturales con celo evidentemente religioso”.
Naturalmente, ni Zahl ni Burkeman son los primeros en hacernos notar el signo religioso, de secta, de muchos movimientos políticos (trumpismo, corbynismo, brexismo, y todas las variantes nacionales imaginables), incluso los movimientos a favor de la justicia social llevan todos la marca de la religión. “El problema es que nunca seremos salvados. Podemos buscar la salvación en Dios, o dejar de buscarla, pero el intento de inventarnos nuestro tipo personal de salvación está destinado a fracasar. Somos imperfectos y mortales, por lo tanto, no podemos alcanzar la perfección trabajando, criando hijos o amando. Si lo intentamos, solo terminaremos ejerciendo cada vez más control sobre nuestras vidas, mientras que las relaciones profundas y todas las demás experiencias significativas requieren la renuncia al control”. Eso sin contar con el capitalismo, que se la pasa imponiéndonos metas que al final resultan inalcanzables.
En el fondo, dice Zahl, está lo que los cristianos llaman gracia: la salvación es algo que se nos concede, no que se gana o se conquista, y no hace falta ser virtuoso, trabajador o buen padre para tener derecho a ella. De modo que los creyentes tienen algo a favor: saben cómo comportarse. Los demás, los no creyentes, dice Burkeman hablando en primera persona, “si aún no encontramos lo que estamos buscando, tal vez un buen modo de comenzar es dejar de buscarlo en los lugares equivocados”.