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Estorbos

La vanidad

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Trataría sobre la infinita vanidad de los artistas, o quizá del patetismo, o de las dos cosas potenciándose. Puede ser un corto o mejor una obra de teatro itinerante en un ómnibus. Algunos de los pasajeros son actores, pero no se sabe cuáles. La historia es así: un escritor de unos 75 años, que ya tuvo su época de gloria, digamos, y que está un poco injustamente olvidado, dirige un city tour por Buenos Aires basado en su vida y en su obra. Como si fuera el Buenos Aires de Borges, pero él lo hace en vida y estando él en el ómnibus mismo. Como si Saramago hubiera organizado un city tour que se llamara La Lisboa de Saramago. Este escritor, entonces, hace un tour los sábados a la mañana al que van sus lectores, los lectores fieles que le quedan. La primera parada sería en la casa de su infancia. El autor lee fragmentos de su autobiografía y mientras lo hace señala por las ventanillas el escenario de la acción. Los turistas lectores escuchan y sacan fotos. Después se detienen en la escuela donde el escritor asistió de niño. Hay más lecturas de fragmentos, mientras caminan por los patios de la infancia del autor, que lee poemas alusivos escritos hace tiempo. Visitan las casas donde vivió, también las esquinas y los bares de su ficción. El lee diálogos de personajes, desmiente teorías equivocadas que nadie conoce. Muestra la esquina donde besó a su primera novia, que coincide con la esquina donde el protagonista de su primera novela besa a su primera novia, etc. Ya a las dos horas los lectores turistas están un poco cansados. El escritor dice que el recorrido está incompleto porque falta el lugar más misterioso, el lugar de su muerte, la gran pregunta, en qué esquina moriré, en qué hospital de esta ciudad. Se pone reflexivo, metafísico. Se detienen en una calle y anuncia que está tramitando en el gobierno de la ciudad la posibilidad de que esa calle lleve su nombre. Muestra papeles, enumera los justificativos, enumera los rechazos, las postergaciones. Le han dicho que quizá el hecho de que él haya vivido diez años en esa cuadra no justifica que se le ponga a la calle su nombre. Está indignado, hace circular una planilla para juntar firmas.

Algunos pasajeros se empiezan a amotinar, hablan entre sí, confabulan y por fin se deciden a matarlo. Lo desnucan con el matafuego en la última parada. No se sabe si lo matan por insoportable, para que se calle de una vez, o si lo hacen para que se cifre su destino, para hacer entrar de una vez por todas a su autor predilecto en la posteridad consagratoria. Al escritor, su vida misma, la prolongación de su vida, lo estaba estorbando. Quizá sienten que al matarlo lo ayudaron. La obra termina ceremoniosamente mientras colocan una placa en el lugar que dice: “Aquí murió el escritor fulano de tal en manos de sus lectores. Pero aún lo sobrevive la vanidad”.

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