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Aceleraciones

La velocidad de la voz

¿Por qué nos apuramos al hablar? ¿No es hablando que el tiempo pasa mejor? El desconcierto de las voces ante la velocidad que imponen los celulares, sin esos escalones que significaban los silencios.

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. | Cedoc Perfil

¿Por qué tanto apuro para llegar a decir algo? ¿No es hablando que el tiempo pasa mejor? ¿A quién se le ocurrió un programa para acelerarnos? Las voces estamos desconcertadas con la velocidad impuesta por el celular. Los silencios siempre han sido nuestros escalones para poder hablar, y ahora pretenden quitárnoslos solo para satisfacer el apuro insalubre de oyentes impacientados. 

Parece que solo quisieran escucharnos para hacernos callar. A nadie le interesan nuestros tonos, cadencias, el distinguido timbre que nos caracteriza. La voz humana es como la huella digital: única, intransferible. Y duplicando nuestra marcha –porque ni siquiera se conforman  con el 1.5– pretenden allanar el camino del entendimiento, derribando las huellas de la comunicación, la materialidad sensible de nuestra naturaleza, la conversación. 

A nadie le interesan nuestros tonos, cadencias, el distinguido timbre que nos caracteriza

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Es cierto que en ocasiones nos entretenemos con interjecciones o titubeos, no siempre estamos diciendo lo que otros están esperando que digamos. El lenguaje nos ofrece toda suerte de derivas, lateralidades del decir que pueden llegar a ser más atractivas que el intercambio estipulado. Además, las voces ponemos en marcha un ejército de palabras que nos aguardan para salir a pasear. 

Recuerdo que el propio Sancho Panza decía que los refranes se le amontonaban en la boca pugnando por salir: “Sé más refranes que un libro y se me vienen tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a cuento”. Con esto quiero dejar sentado que las voces no somos meras transmisoras de información fáctica. Con la aceleración tecnológica hasta los mensajes de voz más sentimentales están pasando a velocidades que ni siquiera el corazón alcanza. 

Lo único que falta es que las personas se pongan a cabalgar con la lengua para adelantarse a que les apuren sus voces, llegando a hablar a una velocidad mayor que el deseo mismo de hacerlo… Quedándose sin voz.