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La Virgen mufa de Colón que afectó la santa fe

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Poca fe. Un vidente ciego señaló la escultura de la Virgen como la causa de una mala racha. Los jugadores la bajaron y la destrozaron. | cedoc

Perder un clásico, se sabe, puede derivar en consecuencias impredecibles. Con Colón pasó eso: una derrota con Unión en agosto de 2011 encadenó una serie de episodios que provocaron un escándalo en toda la provincia. Estuvieron involucrados jugadores, un vidente no vidente, la Justicia, la Iglesia y, por supuesto, los hinchas. Y todo porque destruyeron la escultura de una Virgen a la que consideraban “mufa”. Un despropósito: ¿a quién se le puede ocurrir semejante herejía nada menos que en Santa Fe?

El disparate comenzó cuando el plantel del Sabalero se convenció de que la mala racha que venían padeciendo de local tenía una responsable: la Virgen que estaba en una de las tribunas del estadio Brigadier López. La idea se las había inoculado un ciego al que convocaron porque tenía chapa en eso de auyentar energías negativas. Y parece que el diagnóstico del vidente no vidente fue riguroso. Después de caminar unos minutos por el césped, preguntó: “¿Acá hay una Virgen?”. Las miradas de todos se clavaron en esa imagen blanca, inmaculada, de dos metros y medio que había donado Jorge Fosatti diez años antes, cuando pasó por el club como entrenador. Unos días después el altar quedaba vacío. 

El rumor sobre la desaparición de la Virgen empezó a circular por las calles santafesinas y cayó una denuncia penal contra el club por “robo calificado”. La Comisión Directiva reaccionó con un comunicado que explicaba que en realidad la imagen estaba en un proceso de restauración. Fue por esos días cuando en las calles de Santa Fe aparecieron las primeras pintadas: “Garcé ateo, devolvé la Virgen” y “Garcé, la Virgen no se mancha”.

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Hasta que el tema llegó a las misas. El arzobispo José María Arancedo y el sacerdote Olidio Panigo se ocuparon del asunto y desde el altar atendieron a Germán Lerche, presidente de Colón, que por esos días estaba ocupado con la octava reelección de Don Julio. 

La bola creció y se hizo inmanejable. A los dirigentes de Colón no les quedó otra que rehacer lo deshecho. Alguien se acordó de que la Virgen original la había hecho Saúl Miller, un escultor nacido en San Lorenzo que ahora vivía en Villa Anisacate, un pueblo perdido de Córdoba con 2 mil habitantes. Fueron hasta allí y se encontraron con un escollo: como la primera Virgen no la había hecho con un molde, la secuela no podía ser idéntica.

“La puedo hacer lo más parecida posible”, prometió el artista, autor además de un monumento de Néstor Kirchner y otro de Mercedes Sosa. Miller cumplió: le salió algo parecida.

Entonces Ariel Garcé puso la cara y mandó un comunicado al juzgado. Dijo que entre el plantel –todos creyentes, eso sí– tomaron la decisión de restaurar la Virgen porque la veían medio deteriorada, que alquiló una grúa para bajarla, que la trasladaron en una camioneta, que por unos baches inoportunos se rompió, que cuando la vio en pedazos sintió una profunda culpa y se largó a llorar, y que furioso por su desdicha tiró los fragmentos de la escultura. “No hubo mala intención, no hubo mentiras, no hubo falta de respeto –enumeró Garcé, visiblemente afectado por la pérdida irreparable–. Hubo una decisión devota y un accidente”.

Más de dos meses después los dirigentes instalaron la réplica que había hecho el escultor de Villa Anisacate. Pero hubo cierta resistencia. Aparecieron hinchas que no la querían. Por mufa.