“El contexto es muy favorable para vincularnos más entre Rusia y la Argentina. Tenemos que ver la manera de que Argentina se convierta en una puerta de entrada de Rusia en América Latina, para que Rusia ingrese de una manera más decidida”.
Si hace menos de un mes estas palabras de Alberto Fernández ante Vladimir Putin en Moscú hicieron ruido, el ataque ruso a Ucrania las redimensionan. Para peor.
Es que a inicios de febrero, fecha de esa cita, “el contexto” ya era la escalada de las hostilidades, con febriles presiones de EE.UU. y Europa hacia Putin para evitar lo inevitable.
Otra vez víctima de su propia improvisación, Fernández debió explicar qué quiso decir, sobre todo porque en el marco de ese discurseo laudatorio y público hacia el anfitrión lanzó críticas a Estados Unidos.
Funcionarios muy cercanos al Presidente también tuvieron que salir a calmar las aguas en Washington, en medio además del bordado final del acuerdo con el FMI. Son esos mismos funcionarios albertistas –el canciller Santiago Cafiero, el secretario Gustavo Beliz, el embajador Jorge Argüello– quienes impulsaron endurecer apenas la reacción inicial más que tibia del Gobierno tras la ofensiva rusa sobre territorio ucraniano.
Igual, este endurecimiento no llevó a que el comunicado oficial utilice el término “invasión”. Tampoco logró que la Argentina firme la declaración de repudio de la OEA a Rusia, impulsado por la Administración Biden.
Es que amén de sus contradicciones y equívocos, el Presidente lidia con sectores del kirchnerismo que miran habitualmente con recelo a Washington y valoran una alianza con Moscú, pase lo que pase.
Las dos caras más visibles de ese posicionamiento suelen ser Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof.
Pero por estas horas han tenido más peso práctico para edulcorar la postura oficialista dos diplomáticos: Eduardo Zuaín, embajador argentino en Rusia, y Pablo Tettamanti, secretario de Relaciones Exteriores desde la gestión Solá, que también había sido designado embajador en Moscú en el kirchnerismo.
En Las puertitas del Sr. López, Carlos Trillo y Horacio Altuna idearon magistralmente a un hombre del montón, con una vida aburrida y mediocre, que abriendo una puerta viajaba a aventuras y fantasías de todo tipo.
A veces pareciera que Alberto Fernández busca y ofrece abrir puertas escapistas para zafar, en apariencia, de la declinante realidad argentina. Pero, como con el caso Putin, lo que abre puede que no sea un sueño sino una pesadilla. Si lo sabrá Ucrania.