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Elecciones 2019

Roberto Lavagna, el orden y algo más

El economista sabe que, en un país líquido como el nuestro, tiene que confeccionar un guión que incluya institucionalidad, normalidad y certezas. Pero un relato político también necesita épica.

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El shock estético del verano, que le permitió saltar los paredones del círculo rojo y llegar –probablemente, por primera vez– a los celulares de los centennials y millennials, y no mucho más. | Cedoc Perfil

La grieta parece que tiene un retador: Roberto Lavagna. Desde su aparición viral  (sandalias, medias Nike y bermudas: el kit indumentario), en enero pasado, el economista –según la mayoría de los estudios demoscópicos– ha crecido en intención de voto. A un ritmo lento pero constante, su imagen positiva comenzó a traducirse en porotos en las urnas. El experimento, calibrado por el peronismo lírico, el socialismo santafesino y el ala socialdemócrata del radicalismo, cuenta con varios desafíos en la esfera comunicacional.

El primer reto de Lavagna es, sin duda, demostrar que es una alternativa de poder más que una oferta electoral. Para ser decodificado por la ciudadanía como un potencial inquilino de Balcarce 50, el ex ministro de Economía deberá exhibir una base programática precisa (las soluciones técnicas a los problemas del país), una arquitectura política sólida (la herramienta para materializar dicho plan) y un relato político eficaz (la narrativa para explicarles a los ciudadanos de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos). Cada uno de los elementos de este trípode es esencial: si alguno de ellos falla, se desbarajusta el resto del dispositivo.     

Acto seguido, la meta será imponer su encuadre de la realidad. ¿Desde qué ángulo –cultural, económico, militar, internacional, etc.– fotografiamos a la Argentina? Esto es importante ya que la perspectiva ganadora configurará el debate público a lo largo del período electoral. Cambiemos ofrece el enmarcado de transparencia. El kirchnerismo se concentra en el bienestar material. Lavagna, en cambio, apuesta por la unidad nacional. Según él, ha llegado el momento de jubilar a la grieta como principio ordenador de nuestro sistema político. Misión de alto riesgo. Ahí está Sergio Massa para atestiguarlo.   

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El fundador de Ecolatina debería diseñar una polarización que simplifique el actual escenario

Sabemos que al país se le traba el motor dialéctico: solemos rebotar entre tesis y antítesis por décadas. Nos cuestan las síntesis y el desempate siempre llega por colapso, no por superación. Además de este rasgo de nuestra cultura política, existe una explicación neurocognitiva que acercó allá por los años ochenta el politólogo francés Jean Laponce: los seres humanos, por una cuestión de economía mental, ordenamos la información en planteos binarios. Ergo, el fundador de Ecolatina debería diseñar una polarización que simplifique el actual escenario. Una propuesta, ya esgrimida por varios analistas, sería dicotomizar contra el “Partido de la grieta”. Desnudar el mecanismo maniqueo que beneficia solo a dos fuerzas y tiene paralizado al país.        

Otra arista a resolver es la convergencia de las tres arenas comunicacionales: redes sociales, territorio y periodismo. Dejar claro que, a esta altura del siglo XXI, es un candidato transmedia. Hasta ahora, Lavagna y su equipo solo se han acotado a la televisión, a entrevistas pensadas para un público politizado. En el mundo 2.0, se ha visto poco: el shock estético del verano, que le permitió saltar los paredones del círculo rojo y llegar –probablemente, por primera vez– a los celulares de los centennials y millennials, y no mucho más. El metro cuadrado, directamente, ausente. Todavía no hubo cara a cara con el vecino. Todo se mantuvo en la superestructura, entre reuniones, roscas y otras logias políticas.       

Sandalias y medias: la historia detrás del primer cartel de "Lavagna presidente"

Con un dólar atlético, una inflación indómita y una pobreza que no conoce techo, un economista con el CV de Lavagna cotiza en alza. La correlación entre perfil y contexto despierta optimismo en “la tercera vía”. Casos semejantes, en otros campamentos políticos, son los de Axel Kicillof, emergente en tierras bonaerenses, y Martín Lousteau, que suena como compañero de fórmula presidencial. El inconveniente, en este sentido, sería olvidar a Weber: no es lo mismo el científico que el político. Uno aporta tekné; el otro, praxis. Como dice el dirigente peronista Jorge Arias, “Lavagna habla de los problemas de la Argentina; debería comenzar a hablar de los problemas de los argentinos”. En criollo: pasar de la macroeconomía a la heladera del ciudadano a pie.  

Para lograr un liderazgo competitivo, es clave el equilibro entre datos fríos (números, estadísticas, porcentajes, etc.) y datos calientes (emociones, historias de vida, imágenes). Los primeros brindan solidez argumentativa; los segundos, empatía. Lavagna sabe que, en un país líquido como el nuestro, tiene que confeccionar un guión que incluya institucionalidad, normalidad y certezas. Pero un relato político también necesita épica. El orden como utopía sabe a poco. Las personas necesitamos ilusiones que nos despeguen del gris de la rutina, que nos dibujen horizontes de prosperidad, que nos hagan sentir parte de un proyecto. En esta dirección, rehabilitar el gentilicio “argentino” sería una trama interesante. Quizás liviana, pero indispensable para forjar un futuro en común.   

*Docente e investigador de la UCA. Doctorando en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid