COLUMNISTAS
saberes

Lo inconcluso

imagen default
| Cedoc

La semana pasada narré una escena extraída del libro El zen en el arte del tiro con arco. Cuando iba a extraer la moraleja, advertí que me había quedado sin espacio. Acá va resumen y colofón faltante.

En el libro, su autor, Eugen Herrigel, describe su aprendizaje de arquero zen, guiado por un maestro japonés que venda sus ojos para que descubra el “aquí y ahora” disparando su flecha a un blanco que no ve, para que descubra que no hay yo interior y objeto exterior, sino que lo animado y lo inanimado deben ser uno y lo mismo: yo, arco, flecha, blanco.

 Un día, luego de años de tirar flechazos a la bartola, Herrigel suelta su flecha, siente que acertó, se quita la venda de los ojos y, efectivamente, su flecha ha dado en el blanco. Celebra eufórico y en ese momento su maestro le pega un sopapo en la nuca y le dice: “Nada de qué alegrarse. Es Ello lo que acierta”.

El relato es perfecto, la disolución del yo está garantizada. Pero ¿debemos creerle al narrador? ¿Comprendió la enseñanza? ¿Y si en vez de eso sintió de pronto lo poco que resulta todo luego de años de ansia sin resultado, y en vez de manifestar su desilusión mostró alegría para darle satisfacción a su maestro? O, peor aún, ¿acertó él, o fue su maestro quien lanzó la flecha,  harto del alumno que no la embocaba nunca? Tal vez, en ese reino de saberes centenarios y cortesías rituales, lo que el maestro no pudo hacer es decirle: “Rajá de acá, inútil, y andá a escribir el librito mentiroso que andabas buscando con la excusa snob de la experiencia de Oriente”.