La vida en el Universo y el Universo mismo son mecanismos magníficos de transformación de lo más simple y elemental a lo más complejo y extravagante, lo que se advierte en su proceso de aparición y desarrollo, sus formas de organización y expansión, y que, medidas en millones de años, llevan al surgimiento paulatino de nuevas formas vivas, de lo inanimado a lo animado, desde una o dos organismos unicelulares que flotan en sopas primigenias hasta, y entre tantos otros, el desarrollo de ojos, oídos, narices, pies, manos, y de miles de millones de neuronas interconectadas de miles de millones de modos que configuran el órgano más asombroso de la naturaleza, homólogo o fractal de los sistemas conectivo del Universo que lo parió. Y es curioso que esos cerebros complejísimos terminen eligiendo a energúmenos para que los gobierne.
Cosas raras como esa se han visto y seguirán viéndose. Una forma absorta o poética o quietista prescindiría tal vez de rechazos tempranos o de entusiastas o demoradas aprobaciones y podría leer lo real por corte: entonces surgiría el asombro y la aceptación sabia de que la vida y el arte y la política no son sino intuiciones y asombros parciales y sucesivos, islas de ideales inalcanzables y separadas entre sí por tediosos fastidiosos océanos de defraudación y horror. Quizá convendría adoptar un punto de vista que imite las prácticas científicas que estudian la evolución de los fenómenos, solo que, si no somos científicos –y pronto no los habrá en la Argentina si los orates siguen asfixiando a las instituciones especializadas en su surgimiento y desarrollo–, si no lo somos –decía– lo que se pierda será sustituido por los deletéreos encantos de la ignorancia. Y la indocta ignorancia, en estos tiempos oscuros, se celebra a sí misma bajo los rituales de las teorías conspirativas y la proliferación de la paranoia. Hoy, miércoles, mientras escribo esta columnilla, leo que una troupe de jóvenes sonrientes se juntó en las escaleras de un Museo de Ciencias Naturales para denunciar que los dinosaurios son un invento de los paleontólogos que excavan las tierras de este mundo para exhibir los huesos falsos que plantaron antes y demostrar de manera fraudulenta la utilidad de su profesión. ¿No se está volviendo el mundo un sitio encantador?