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Los mismos

Con Cristina: Massa y Alberto Fernández en 2009.
| Cedoc.

La ideología es lo que lleva a los militantes a hacer política. Ellos son la base del sistema, son los amateurs, los que no cobran. A medida que la actividad política se profesionaliza y pasa a ser un modo de vida y, más aun, el único modo de vida y de forma ininterrumpida, la ideología va quedando en el camino para que la persona continúe teniendo trabajo.

Hay muchas excepciones que generalmente combinan vocaciones muy profundas con capital económico personal o un carisma especial que le permite a la persona hacer carrera en cargos electivos que se gana por mérito propio y el voto de la gente.

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Pero para gobernar hace falta una estructura de profesionales de la política que, generalmente, se reclutan entre personas que no tienen la suerte de estar entre esas excepciones y contar con los atributos de los más favorecidos.

El mejor y más exitoso ejemplo de las últimas tres décadas es Alberto Fernández, quien hasta una semana antes del cierre de listas para estas elecciones legislativas estaba con Scioli y era su mejor defensor mediático en TN y radio Mitre, para sin interregno pasar a cumplir el mismo papel como defensor de Massa.

En la noche del triunfo de Massa en las PASO causaba gracia escuchar a Alberto Fernández atribuirse el triunfo en primera persona del plural –“Ganamos”–, y declarar a los medios que “hoy empezamos a escribir una nueva historia”.

Muy pocos meses antes, en el Hotel Intercontinental, Alberto Fernández había realizado una conferencia de prensa para oficializar su ingreso al sciolismo, que informalmente ya integraba desde 2010. Allí dijo: “Scioli sería una gran alternativa para 2015”. Pocas semanas antes de las PASO, dijo por radio Metro que “entre Massa y Scioli elegiría a Scioli”.

Alberto Fernández llegó a Massa representando a Scioli en las negociaciones entre el gobernador y el intendente, pero no es la primera vez que se queda en la casa de la visita. Alberto Fernández conoció a Néstor Kirchner como enviado de Duhalde, de quien fue jefe de campaña en la candidatura presidencial de 1999.

A Duhalde ya le había creado el Grupo Bapro (esencialmente inversiones del Banco Provincia de Buenos Aires) en 1996, que condujo como vicepresidente hasta el año 2000, cuando fue electo legislador porteño por el partido de Cavallo.

Previamente, en el marco de un acuerdo entre Duhalde y Cavallo, enfrentados ambos con Menem, Duhalde le había encomendado a Alberto Fernández la misión de convencer a Cavallo de que apoyara la candidatura de Ruckauf para gobernador de la provincia de Buenos Aires, porque solo con el PJ perdería frente a Fernández Meijide.

En aquellos años, Ruckauf no tenía empacho de decir en privado: “Antes de tomar ninguna decisión importante yo consulto a Magnetto”.

Alberto Fernández fue el encargado de conseguir valuar en 75 millones de dólares el 18% de las acciones de una empresa de internet de Clarín, que hoy prácticamente ya no existe y que el Grupo Bapro pagó. Fue un gran regalo de la provincia de Buenos Aires a Clarín cuando la crisis de la convertibilidad ya se comenzaba a intuir.

Antes del Grupo Bapro, entre 1991 y 1996, Alberto Fernández integró el equipo de Cavallo en el Ministerio de Economía. Ahí había llegado en 1989 de la mano de Bunge y Born, cuando Menem le entregó a esa empresa la conducción económica. Y a Bunge y Born había llegado por recomendación del anterior equipo económico, porque Alberto Fernández había sido funcionario del mismo ministerio cuando Juan Vital Sourrouille era ministro de Economía de Alfonsín.

La carrera de Alberto Fernández, entonces, fue de Sourrouille a Bunge y Born, de Bunge y Born a Menem, de Menem a Cavallo, de Cavallo a Duhalde, de Duhalde a Kirchner, de Kirchner a Scioli, y de Scioli a Massa. Invicto.

Massa mismo es otro ejemplo de infalibilidad, aunque juega en otra liga, la de quienes tienen votos propios. De cualquier forma, debería cuidarse de no hacer aun más inverosímil su imagen de novedad con tantos funcionarios kirchneristas importantes (además de él mismo). Es lógico que los funcionarios técnicos pasen de gobierno en gobierno.

Redrado, quien también está con Massa, es un ejemplo similar al de Alberto Fernández. Y con diez años menos que los dos anteriores, Martín Lousteau califica dentro de la misma categoría, demostrando que la plasticidad no es sólo un atributo del peronismo sino, quizás, del posmodernismo.

El año pasado, Martín Lousteau era el candidato a encabezar la lista de diputados del Partido del Trabajo y la Equidad (Parte), con el que Alberto Fernández, como candidato a senador, pretendía competir en nombre del sciolismo en la ciudad de Buenos Aires en estas elecciones, en las que, finalmente, Lousteau terminó en el radicalismo y Alberto Fernández en el massismo.

Ejemplos de transversalidad también hay en el ecosistema PRO: Felipe Solá pasó de Duhalde a Kirchner, de Kirchner a Macri/De Narváez y de Macri/De Narváez a Massa. Y Lavagna, después de haber sido candidato a presidente de la UCR, siendo peronista de toda la vida, por poco no terminó siendo candidato del PRO a senador en la ciudad de Buenos Aires.

También al radicalismo, aunque más pudoroso y en menor medida, se le desdibujó su identidad partidaria con los ejemplos de Lousteau, y antes de Lavagna, más la frustrada alianza de Alfonsín con De Narváez en 2011.

En ese contexto, Scioli, quien también pasó de Menem a Duhalde y de Duhalde a Kirchner, parece contar con el don de la dosis (ambas palabras comparten su etimología, quizás no por casualidad), porque al tener cierta continuidad en el cambio no queda como un oportunista, calificativo que siempre le será más difícil sacarse de encima a Alberto Fernández.