COLUMNISTAS
obsesion por la justicia

Los testaferros

La orden de Cristina de encubrir a Boudou tiene la lógica de la autodefensa en tiempos de fin de ciclo y de crisis.

SILENCIO OFICIAL. Cristina Fernández
| Pablo Temes

Quién es más golpista? ¿Amado Boudou, procesado por haber recibido una megacoima que consiste en el 70% de una fábrica de billetes o los diputados opositores que intentan cumplir con su rol de control que les fija la Constitución nacional? ¿Quién desestabiliza más las instituciones y ensucia la investidura de Cristina? ¿El vicepresidente que no puede explicar su enriquecimiento veloz ni el de su socio, mejor amigo y cómplice o un gobernador como José Manuel de la Sota que reclama que Boudou pida licencia porque está acusado de “chorro”? ¿Quién traiciona el voto popular? ¿El que utilizó su cargo para cometer delitos o los medios independientes que denuncian semejante inmoralidad?

El silencio cómplice de Cristina y la orden de encubrir a Boudou tienen la lógica de la autodefensa. Mientras todos estamos atentos a la causa Boudou, la pelea contra los fondos buitre y el Mundial, la investigación sobre Lázaro Báez avanza y se acerca cada vez más al apellido Kirchner. Por eso, Rudy Ulloa Igor, el ex chofer de Néstor, otro que hizo fortunas en tiempo récord, empezó a desprenderse de sus bienes y a cederlos rápidamente a un testaferro. Hubo enviados de la familia presidencial para averiguar de quién eran algunas propiedades del muchacho de condición humilde, ayudante de Néstor, que en 1998 ya tenía un inexplicable plazo fijo de un millón y medio de dólares a su nombre. La sabiduría popular dice que el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón, pero no dice nada del que es testaferro de un testaferro. Inventos argentinos, como el dulce de leche.

Esa desesperación de pensar que si la Justicia se envalentona irán por ella es la que explica todas las decisiones y los discursos de Cristina. Utilizar los cuarenta años de la muerte de Juan Domingo Perón para cobijarse bajo la manipulación de la historia es vergonzoso. En síntesis, ese día Cristina dijo: Néstor y yo somos como Perón y Evita. Los gorilas y golpistas acusaron de tener cuentas en Suiza y de estupro a Perón. Es lo mismo que están haciendo ahora con idéntica complicidad de los grandes medios.
A Perón no le descubrieron cuentas en Suiza, pero a Lázaro Báez, sí.

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Hoy, la matriz corrupta del Estado es la que se convirtió en una mochila de piedras que no le permite al Gobierno seguir avanzando. Sus operaciones de prensa ya no duelen porque abusaron del recurso y ahora ya casi no tienen credibilidad, y sus contragolpes a la Justicia, sus excursiones punitivas que pretenden ser aleccionadoras para el resto, implosionan en medio del papelón como el intento de destituir al fiscal José María Campagnoli. ¿Sabrá Alejandra Gils Carbó que se vuelve de todos lados menos del ridículo?

Esta brecha entre el pensamiento lógico y el intento de ocultamiento de una verdad evidente es la que explica que cuadros políticos formados intelectualmente como la diputada Adela Segarra, el ex ministro de Economía Hernán Lorenzino o el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, hayan padecido una súbita ausencia de lenguaje o un irrefrenable deseo de huir del lugar incómodo en el que estaban. La legisladora del Movimiento Evita no pudo responder una pregunta sencilla de Marcelo Longobardi respecto de quién era el propietario de Ciccone cuando ella levantó la mano para estatizarla. Es que muchos descubrieron en ese momento, como dijo con lucidez el periodista, que según las 333 páginas que redactó el juez Ariel Lijo el Congreso estatizó una empresa cuyo dueño era el vicepresidente, que encabezó la sesión correspondiente en el Senado de la Nación. Amado es como Dios, está en todas partes. Fue el privatizador privatizado. Batió todos los récords de malversación de los dineros públicos y de mal desempeño porque estuvo de los dos lados del mostrador. Muchos kirchneristas no resisten un Veraz, un archivo, y tampoco una pregunta simple.

¿Qué podría haber dicho la diputada Segarra? Tierra tragame, como dijo Hernán Lorenzino cuando una periodista le hizo otra pregunta básica: “¿Cuál es la inflación en la Argentina?”. Lorenzino se largó con un discurso antioposición y rechazó las mediciones de las consultoras privadas con adjetivos e ideología. Muy bien, le dijo la periodista: “Entonces, ¿cuál es la inflación?”. “Me quiero ir”, dijo el muchacho que se fue y hoy tiene un exilio de lujo en un cargo más rentado y con menos exposición ante los cronistas molestos.

Algo similar le pasó a Capitanich cuando tuvo que dar las cifras reales de la pobreza. Otra vez respondió con un relato combativo e igualitario de rechazo a lo que informaban los medios no arrodillados. Pero, ante la repregunta sobre el porcentaje real de la pobreza, tuvo sólo dos palabras y un acto de suicidio político: “No sé”.
Lo más inquietante es que Axel Kicillof no abandona su sueño de ser el candidato a presidente de Cristina. Para lograrlo necesita instalarse con un suceso de gran repercusión, como puede ser arreglar con los buitres en la cornisa del precipicio y presentarlo como un acto de resistencia heroica. Pagará de más, como a Repsol y el Club de París, y dirá: “Mejor acuerdo no pudimos lograr. Los llevamos hasta el límite y los obligamos a aceptar”. Son fuegos artificiales que dañan la economía real pero que no la van a hacer entrar en una crisis descontrolada.

Lo que sí puede producir un tsunami institucional es la tentación chavista de Cristina. La intención de castigar, incluso con la cárcel, a los que den información que según el cristinismo conspire contra la democracia. Esa es una señal nefasta. El 9 de julio, en Tucumán, la jefa del Estado podrá verse cara a cara con Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela. Podría ser casi un símbolo, aunque ambos, Cristina pero sobre todo Maduro, están en el peor momento de sus respectivos gobiernos y con la imagen negativa en pleno crecimiento.

Andrés Larroque, un cuervo contra los buitres en el aguantadero prepotente en el que transformaron la Comisión de Juicio Político de Diputados, dijo que no estaban defendiendo a Boudou, que estaban defendiendo las instituciones ante el intento desestabilizador de una oposición que sigue la agenda de Magnetto. Esa es la forma del blindaje que el Gobierno intenta conseguir. Cada crítica, cada investigación, cada información distinta a la oficial, cada mirada divergente con el oficialismo, será ubicada en el casillero de la antipatria. Debilitados, intentan meter el mismo miedo que antes y por eso necesitan llevar su apuesta al extremo.

Huir para adelante siempre es un recurso. El más irresponsable. El más peligroso.