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mirando a 2019

Macri-Cristina II: utopías compartidas

El actual presidente y la exmandataria imaginan elecciones que los tengan como protagonistas excluyentes.

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DESEOS. Mauricio y CFK imaginan elecciones que los tengan como protagonistas excluyentes. | cedoc perfil

La semana pasada se desarrolló en esta columna la idea de que Macri y Cristina viven una suerte de enamoramiento que les impide imaginar el futuro sin la confrontación permanente entre ambos. Pero lo que los une es más profundo que esa incapacidad de construirse sin referenciar siempre en el otro.

Son dos exponentes fieles del fin de la modernidad, de la crisis de las ideas fuertes con sus partidos y religiones tradicionales. Solo que Macri es absolutamente posmoderno y Cristina es hipermoderna, porque generacionalmente absorbió la modernidad setentista, pero creció en el entorno de pragmatismo, escepticismo y frivolidad propios de la posmodernidad.

Desde allí comparten distintas utopías, relatos que dan por ciertos, destinos inevitables. Además de su objetivo común de volver a ser los protagonistas excluyentes de las presidenciales del próximo año.

Sin partidos. Ambos coinciden en la creencia de que los partidos políticos ya no importan. Y más allá de que le realidad muestre que las sociedades tienden a independizarse de la voz autorizada de los dirigentes tradicionales, su pensamiento es funcional a sus necesidades: tanto Cristina como Macri están huérfanos de estructuras partidarias propias. Sus fortalezas giran en torno a la comunicación directa con los votantes. Nada de democracia interna, debates interminables y propuestas consensuadas. El líder y el marketing electoral son más importantes que los partidos y los acuerdos políticos entre cúpulas.

Ella siempre ninguneó al justicialismo, pero se acercó a él ante cada nueva elección (la última vez no pudo porque Randazzo le presentó el escollo de la competencia interna). Al principio, los peronistas se ofendían porque los Kirchner no recordaran la simbología clásica de los cuadros de Perón, el escudito y la marchita partidaria. Después lo aceptaron como una de las tantas anomalías que sufrió el partido en su historia y el cristinismo terminó por blanquear que su único héroe era Néstor y que la nueva agrupación se llamaría Unidad Ciudadana.

El es el líder del PRO, un partido tan reciente y con tan poca vida interna que nadie conoce a su titular (su nombre es Humberto Schiavoni). El macrismo dice que los partidos no son importantes, aunque debió asociarse al radicalismo para aprovechar su estructura partidaria en todos los distritos.

Unión Ciudadana y el PRO ven la debilidad de las estructuras tradicionales, que es cierta, pero que a su vez coincide con que ambos son partidos nuevos, sin presencia hegemónica, ni cultural ni territorial. Convencer y convencerse de que sus carencias son sus fortalezas, que lo demás está perimido, es precisamente lo que más les conviene que suceda. Y cuando el análisis está tan cerca de lo que conviene, las conclusiones corren el riesgo de ser hijas de los deseos.

Al dejar de lado a los partidos políticos, tanto Cristina como Macri necesitan hacerse fuertes en la comunicación directa con sus votantes. Esta es otra utopía que comparten: los líderes no requieren intermediación comunicacional.

Cristina fue un clásico de la conversación unilateral de la tribuna política y de las cadenas nacionales. Como Perón, salvo que antes el relato descendía a través de estructuras partidarias rígidas y disciplinadas (Partido, movimiento, juventud, 62 Organizaciones, etc.).

En el caso del macrismo, personas informadas como Julián Gallo, a cargo de las estrategias digitales, hablan sin embargo de la decadencia de los medios tradicionales, aun sabiendo que marcas como Clarín, La Nación o PERFIL nunca tuvieron tanta audiencia como hoy, sumando todas sus plataformas online y offline. Sus contenidos son los que, para mal o para bien, siguen marcando las agendas nacionales.
Cristina y Macri resuelven de manera muy distinta la incomodidad de esa intermediación.
Mientras el kirchnerismo intentó destruir al periodismo, atacando a los críticos y generando una impresionante red de medios propios, el macrismo lo reemplaza por analistas que auscultan en forma permanente los intereses sociales, más allá de la opinión políticamente correcta de los medios. A esto le agregan el uso intensivo de las redes sociales para comunicar en forma directa.
También aquí los deseos y las necesidades pueden confundir. La utopía de un mundo sin periodistas es inherente al gobernante, incluso cuando conscientemente puedan entender la importancia institucional de su labor. Thomas Jefferson hizo célebre su frase de que prefería periódicos sin gobierno a gobierno sin periódicos. Lo que no se sabe tanto es que lo dijo antes de asumir la presidencia de los Estados Unidos. Luego, enojado con los medios, pidió que se les hiciera juicios a mansalva.

Por otra parte, sin medios ni periodistas, el mundo de la comunicación quedaría en manos de encuestadores y estrategas… que son los que justamente pronostican el fin de los medios tradicionales.

Sin religiones fuertes. La tercera gran idea compartida por ambos es la de entender que las estructuras jerárquicas de la Iglesia Católica perdieron predicamento entre los feligreses.
Macri tiene un gen light sobre las creencias místicas. Es un liberal que no practica los ritos católicos, se sube con facilidad a los colectivos new age y está convencido de que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo en el caso del aborto, aunque en público diga lo contrario porque teme herir sensibilidades.

Las distintas iglesias también resultan un filtro entre la política y las masas. Macri y Cristina son solo los ejemplos locales de dirigentes incómodos con jerarquías religiosas con las que negociar, conciliar o confrontar. Los Kirchner se enfrentaron con la cúpula católica hasta que Bergoglio fue elegido Papa.

A Cristina le llevó unas semanas aceptarlo a Bergoglio en el Vaticano, pero después supo sacarle provecho. Macri no le encuentra la vuelta y tampoco parece desesperarse por ello: Duran Barba está convencido de que su influencia política es cercana a cero.


Lo cierto es que las movilizaciones multitudinarias antiaborto impulsadas por las cúpulas católicas y evangélicas, que fueron esenciales para presionar a los legisladores, parecen indicar que su influencia sigue siendo real.

Necesidades y deseos. Los análisis macri-kirchneristas sobre la crisis de los partidos, los medios y las religiones tradicionales, parten de datos más o menos ciertos. Pero sobre esa verdad suman sus deseos de que la realidad termine siendo lo más parecida a sus necesidades.

 Hoy, sus deseos y necesidades confluyen en volver a imaginar elecciones en las que sean protagonistas excluyentes. Creyendo ambos que serán capaces de vencer al otro.
 Desear es el primer paso para conseguir y es correcto que cuanto más fuerte se desea, más chances hay de alcanzar un objetivo. Flaubert decía que si mirásemos siempre al cielo acabaríamos por tener alas. Los deseos son así de potentes. Solo que los líderes deben estar atentos a no confundir fantasía con realidad. Y no construir relatos que crean que sirven a todos cuando apenas son hijos de sus propias necesidades.n