La estrategia blue del oficialismo de subirlo al ring de la campaña electoral a Mauricio Macri, algo desaconsejado por el asesor español Gutiérrez-Rubí, ha dado sus frutos. Habrá que ver si son los deseados por el Frente de Todos o se acercan más a los deseos del principal socio en esa estrategia: el propio Macri.
Se sabe que el estímulo del FdT es agitar la figura del ex presidente, que no es candidato, para azuzar la grieta y mejorar sus agujereadas chances electorales, con la expectativa de que la pobre gestión macrista que terminó hace dos años barra bajo la alfombra la pobre gestión de los Fernández.
Funcional a ese objetivo es la desprolija (por decirlo suavemente) citación a indagatoria de Macri en la causa del espionaje ilegal a los familiares de la tripulación del ARA San Juan. El controvertido juez subrogante de Dolores, Martín Bava, luce ansioso para procesarlo antes del 14-N. Fuentes judiciales lo dan por descontado.
Pero evitemos las simplificaciones a las que son afectos ciertos medios y periodistas colegas. Lo de Bava orilla lo indecoroso, sí. Pero al ex presidente se le multiplican los casos de espionaje ilegal desde que estaba a cargo de la Ciudad, causa en la que fue desprocesado recién después de llegar a la Rosada.
Como jefe de Estado puso a su amigo personal y representante de jugadores, Gustavo Arribas, a cargo de la AFI. Y contó con el soporte de Silvia Majdalani, más experta en esto de llevar y traer. Ese grupo tiene varios expedientes abiertos y avanzados por espiar opositores, presos, dirigentes propios, empresarios, sindicalistas, periodistas. Lo del ARA San Juan se suma, no es una excepción.
En todos los casos Macri niega injerencia y se victimiza, pero admite que esas operaciones pueden ser obra de agentes de inteligencia cuentapropistas. Si logra salirse con la suya, zafará penalmente pero en lo político quedará como mínimo como un ineficiente naíf, al no saber lo que su amigo hacía en la AFI. Habría que ver qué es lo peor.
Tal vez eso explique la dificultad que tuvieron días atrás en una foto varias figuras del PRO que debieron salir a apoyarlo. Los rostros más que adustos de Santilli, Vidal, Larreta, el primo Jorge y Ocaña (única extrapartidaria) contrastaron en la producción con el que mostraba el sonriente Macri.
Amén de que varios de los fotografiados fueron espiados durante la gestión de Cambiemos, la seriedad da a una doble lectura, según explican allegados a esos protagonistas. Por un lado, la decisión política de sostener el argumento de la persecución judicial contra Macri. Por el otro, la incomodidad de no poder tomar la distancia que deseaban del ex presidente. La UCR no tuvo ese problema y cuestionó a Macri, por boca de Manes y Morales.
La sonrisa macrista va de la mano de su regreso a la campaña tras su estadía en Miami. Volvió el viernes a Córdoba, donde perdieron en las PASO sus candidatos, y acordó una tregua con Luis Juez, que había sido muy duro con él. Seguirá con alguna recorrida con Santilli y no insistiría con otro acto en Dolores, cuando vaya a declarar el miércoles 3, en vista de la muy módica convocatoria popular. Agregar su aparición estelar con Juana Viale por TV en la noche del sábado.
A esta reinstalación de imagen, Macri buscará sacarle provecho a la aparición, el jueves 4, de un libro. No, no es Segundo Tiempo sino La gran estafa. Historia secreta de cómo los Kirchner usaron la Causa Correo para perseguir a Mauricio Macri y su familia. La teoría K del lawfare pero del otro lado de la grieta. Alguna consulta informal hizo sobre ese proceso en la Corte Suprema.
Lo reservado también se extiende a varios encuentros. Entre ellos, con impacto en la interna, decidió contactar tras cinco años de distancia a Edgardo Cenzón, hombre tan clave como discreto en las campañas PRO hasta 2015. Renunció en 2016 como funcionario de Vidal y se alejó de la política. Larreta lo está repatriando con la mira puesta en 2023, pero Cenzón le planteó con su crudeza habitual qué tácticas y nombres había que cambiar para corregir viejos errores y salir de la comodidad.
El nombre de Cenzón provoca temblores alrededor del jefe de Gobierno porteño. Macri lo sabe casi mejor que nadie.