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Macri y el prepucio de Cristo

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Una de las novedades de esta campaña es la participación masiva de ciudadanos que nunca se habían interesado en política y que fueron el eje del triunfo del PRO. Decenas de personas me contaron que habían fiscalizado en los lugares más diversos. Familias enteras pasaron el día en las mesas, ilusionados con la posibilidad de que la Argentina cambie. No buscaban dinero o empleo, ni pertenecían a un líder político. Esto fue una revolución. Se derrumbaron prejuicios vigentes durante décadas: la idea de que era imposible cambiar el país y la suposición de que estábamos condenados a que nos gobierne siempre el populismo.
La mayoría de los ciudadanos se sentía excluida de la política. Parecía una actividad propia de punteros, funcionarios que quieren cargos para enriquecerse o candidatos que hacen de la campaña un concurso de injurias. Pasa en todo el continente: la mayoría de las personas quiere “que se vayan todos”. En Argentina, un 60% está harto de que sigamos en  lo mismo.

Al analizar las propagandas políticas hechas desde el siglo pasado, vemos que los candidatos tienen un mismo libreto: invocan alguna ideología y dicen que terminarán con la corrupción, la miseria y el narcotráfico. Serios, solemnes, inmóviles.
En la campaña de Cambiemos mucha gente encontró que con su voto, con su militancia en la red y con la fiscalización, podía cambiar el país.
Según avanzó la campaña, creció el entusiasmo: en agosto llegó a 800 mil el número de argentinos que se habían inscripto como voluntarios, que se movilizaron con las formas propias de la sociedad post moderna y consiguieron un triunfo que sintieron propio, porque en realidad les era propio.
Con las categorías de la Guerra Fría es imposible clasificar al PRO, porque no surge de análisis intelectuales que conservan tradiciones, sino del contacto con la gente real, de carne y hueso, con problemas y sueños concretos. Surge de abajo hacia arriba, de la gente hacia los dirigentes, de la realidad a la teoría. En el círculo rojo, algunos no entendieron esto cuando pidieron que el PRO “se comporte como adulto”, que hiciera todo lo que la gente rechaza.

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Según ellos, Macri debía aliarse a un partido tradicional para adquirir peso, necesitaba exhibir un grupo de ex funcionarios para mostrar seriedad y tenía que renunciar a sus escenarios alegres y a los bailes en sus celebraciones. Era hora de repetir los discursos de siempre, en los escenarios de siempre, con los podios de siempre. De que Macri abandonara su vestir informal, se pusiera traje y posara para que le hagan una estatua. Todo eso significaba alejarse de sus votantes y de su núcleo duro, que exigía un cambio.
El resultado de esta elección se explica por muchos factores, pero ante todo por la capacidad que tuvo la dirigencia del PRO de interpretar los nuevos tiempos. La campaña se asentó en el trabajo de cientos de miles de personas libres, que nunca se habrían sacrificado para que volvieran al poder viejos dirigentes de cualquier tipo. Su utopía era en realidad un cambio y no se podía defraudarlos.  Leo Allatius fue un teólogo que nació años después de la muerte de Copérnico. Inquieto por el movimiento del cosmos, escribió De praeputio domini nostri Jesu Christi Diatriba (Discusiones sobre el prepucio de nuestro Señor Jesucristo), libro en el que propuso que en el momento de la ascensión de Jesús a los cielos su santo prepucio se extravió, chocó con Saturno y se convirtió en esos inquietantes anillos que alarmaban a la naciente astronomía de la época. Parecería absurda la discusión cuando ya se había dado la revolución copernicana.

De manera semejante, algunos insisten en interpretar la política con categorías que caducaron. Reclamaron que Macri se aliara para contar con punteros necesarios para ganar las elecciones en un sistema electoral obsoleto. Que firmara acuerdos de gobernabilidad con viejos partidos, que anunciara nombres rimbombantes para su gabinete y que dejara de ser el cambio para convertirse en uno más de los antiguos. Si hacía eso, los militantes virtuales, columna vertebral de la campaña, lo habrían abandonado.
Es difícil de creer que esos miles de voluntarios que se movilizaron para defender los votos de María Eugenia Vidal pudieran haber tenido el mismo entusiasmo para defender los de Felipe Solá. Hay una nueva política que nace y el PRO es la expresión más avanzada de esa nueva forma de ver el poder en la América española.