COLUMNISTAS
ensaamiento sin fin

¡Malditos escritores!

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Hace un par de días, en una conferencia de prensa, un jugador, creo que se llama Platón Ibrahimovic, corrigió a su traductor, pasando al plural lo que éste había puesto en singular: un elogio de las cualidades de un colega, creo que Cretino Ronaldo. El traductor lo había hecho decir que Ronaldo era “el mejor” (jugador del mundo); Ibrahimovic aseguró que era “uno de los”. Semejante precisión en la atenuación del elogio puede presentarse, a la vista de los entendidos en el insignificante arte de patear una de cuero, como un caso estricto de justicia; leído en crudo, como simple noticia, afecta como una simple miserabilidad. ¿Le habría restado presunta grandeza pelotera a Platón el elogio sin límites? ¿Achicando las bondades del otro se incluía, pretendiéndose superior, o estaba dando a entender que in pectore se guardaba el nombre de otro? El fútbol, metáfora social dominante del principio de la excelencia que es la carne y la sangre de la productividad capitalista, pero no sólo el fútbol sino los otros deportes, y la escolaridad, y los premios y los concursos y los sistemas de promoción y puntaje apuestan toda identificación a la figura del destacado, del excluyente. El mundo se ha convertido en el juego del rey de la montaña, o en el juego de la sillita.

Recuerdo haber visto hace años una entrevista televisiva a los amigos de un tarambana que había embocado a una estrellita por entonces ascendente. Los amigos recordaban la emoción del chauchón cuando les dijo, no el nombre de la amada, sino el rango jerárquico que le atribuía en el catálogo de virtudes, y el lazo que lo unía con la imponderable: “Estoy saliendo con la number one”.

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Hoy leí una serie de breves respuestas de escritores a una pregunta colectiva realizada por una editorial nueva: “¿Contra quién escribe?”. Luego de un también breve y beatífico impulso inicial por curiosear y admirar la prosa, la inteligencia o el ingenio ajenos, me encontré surfeando en una orgía de ensañamiento contra lo que encontré como mala prosa de uno, la impostura de otro, las limitaciones del tercero, la alevosía del cuarto, la pretenciosidad del quinto, y así sucesivamente hasta el fin. Yo también estaba incluido en la colecta, y mi respuesta no era la mejor. Como bien dice Matilde Sánchez, un escritor no es necesariamente una buena persona. Sobre todo, cuando aspira a la ferocidad de los santos y no llega a ser mejor que aquello que desprecia.