Elijan su propio Menem. El que fue preso político en la dictadura. El que La Rioja eligió una y otra vez como gobernador y, después de la Presidencia, senador. El de las patillas a lo Facundo Quiroga, el del entretejido capilar o la avispa cutánea. El de las fotos con artistas internacionales. El de la Ferrari. El de sus aventuras amorosas con personajes de la farándula. El de conductor del programa periodístico de más rating.
Podrían transcurrir horas en describir esa fachada y agregarle anecdotario. Pero hay que ocuparse de lo que hizo Carlos Menem en las profundidades estructurales del país, al que dio vuelta como una media tanto en tiempo como en forma. Y, obviamente, en sus efectos.
Como buen peronista, supo adaptarse a los tiempos. Y esos años 90 fueron neoliberales, exacerbados aquí tras la debacle económica de Alfonsín. Por eso, aunque llegó al poder con la promesa de salariazo y revolución productiva, al rato (tras su propia hiperinflación) abrazó a Cavallo, la convertibilidad y la privatización del Estado.
Ese modelo sin ninguna contención social disparó los índices de pobreza como nunca antes se habían visto. Pero la fiesta del 1 a 1, el eterno aspiracional de que somos Primer Mundo y el mejoramiento de servicios públicos concesionados hicieron que la dinámica fluyera.
De esa estrategia formó parte el alineamiento con EE.UU., la reapertura de relaciones con Gran Bretaña y la incorporación como aliado extra OTAN, que incluyó el envío de tropas al Golfo Pérsico. No se evaluaron las represalias, como fueron los atentados en la embajada de Israel y en la AMIA.
Aunque llegó al poder con la promesa de salariazo y revolución productiva, al rato (tras su propia hiperinflación) abrazó a Cavallo, la convertibilidad y la privatización del Estado
Esos actos terroristas desnudaron otros de los colores de Menem, acaso unos de los más sombríos: su desdén por la justicia. Sumemos el armado de una Corte Suprema vergonzosa, a su imagen y semejanza. O los indultos a militares genocidas y a ex jefes guerrilleros.
A ese legado de injusticia le ha sumado otro que es primo hermano: el de la corrupción. A partir de Menem, funcionarios públicos que se enriquecen en la tarea empezó a ser la regla en vez de la excepción. Amparados, claro, por una justicia ineficiente o directamente venal.
No todo es oscuro, como nada en la vida. Menem modernizó servicios básicos e infraestructura que estaban anquilosados. Y terminó definitivamente con un estigma que hoy resulta demasiado lejano pero no lo era entonces: el poder militar.
Luces y sombras fueron siempre coloreadas por Menem con el mismo pincel, el de la amoralidad. Se hacía, se avanzaba, no importaba cómo ni por qué. Se podían vender armas a otros países ilegalmente y después hacer estallar una fábrica de armamento para destruir pruebas, por caso. El vale todo en su máxima expresión.
Los procesos históricos se encadenan con eslabones diversos y que pueden explicar el siguiente. Entender el menemismo es entender el surgimiento del kirchnerismo, que abrevó de aquellas aguas festivas noventistas y fue mutando parcialmente. También Menem, que no dudó en tranformarse en un K funcional para tener tranquilidad política y judicial. Un verdadero hacedor amoral.