Todos mienten. Dicen una cosa y hacen otra. Emiten una promesa y la incumplen. Expresan algo hoy y lo contrario mañana. Reniegan de su pasado como si no lo tuvieran. Si se les ponen delante de las narices las evidencias de sus mentiras (en forma de textos, fotos, audios, videos, documentos que llevan su firma) lo niegan y, en el último de los casos, dicen, sin que se les mueva una pestaña ni les aparezca un asomo de rubor, que fueron sacados de contexto. Sean presidente, vicepresidenta, ministro de Economía, vocera presidencial, jefe de Gabinete, canciller, diputados, o se trate del cargo o la función que se tratase, mienten. Cuanto más ambiciosos (por ejemplo, si van detrás de una candidatura), más mentirosos. Cuanto más desesperados (por ejemplo, en el final de sus penosas gestiones o si huelen la sombra de la Justicia), más mentirosos. Y siempre negadores de lo evidente.
Acaso nunca hayan mentido tanto y tan burdamente como ahora, en el ocaso de una experiencia monstruosa, que nació hace cuatro años y fue calificada, incluso por quienes hoy olvidan u ocultan haberlo hecho, como una genial maniobra política, cuando fue en realidad otra torpeza de quien siempre eligió mal. Pero siempre mienten. Y, más allá de la indignación a menudo impotente que generan en grandes sectores de la sociedad, terminan por imponer la mentira como única verdad. Al menos para ellos se naturaliza de tal manera, es hasta tal punto su modo de vivir, que termina por ser la única verdad.
En el libro Por qué mentimos (cuyo título original en inglés es The honest truth about dishonesty), el estadounidense Dan Ariely, criado y educado en Israel, psicólogo conductual especializado en economía del comportamiento y Premio Nobel de Medicina 2008, ofrece algunas pistas para comprender, aunque jamás justificar, este tipo de comportamiento. Una cosa es irritarse por fraudes y mentiras menores a cargo de personas en definitiva irrelevantes, dice Ariely, y otra es la institucionalización del fraude a escala mayor. Este es posible, señala, cuando unos pocos con información y poder privilegiado se desvían de la norma y contagian a los de su alrededor, quienes además contagian a otros hasta que en un tiempo relativamente breve todos quienes actúan así empiezan a considerar adecuadas sus propias conductas. Tan adecuadas y normales les parecen, cabe agregar, que cuando alguien se las señala como fraudulentas son capaces de ofenderse.
Para ilustrar hasta qué punto estas conductas se naturalizan entre los mentirosos y fraudulentos, Ariely cita el caso de Peter Sessions, congresista republicano por Texas, quien preguntado por las decenas de miles de dólares pertenecientes al fisco que perdió en el casino Forty Deuce, de Las Vegas, respondió: “Para mí ya no es fácil saber qué es normal”. Dejemos de lado la anomalía psíquica que sugiere la pérdida de contacto con la realidad, un delirio que suele ser habitual en casos de ambición desbordada, e imaginemos qué respondería, en un raro caso de sinceridad, alguno de nuestros numerosos embusteros y fraudulentos si tuviera que dar cuenta de sus trapisondas. Posiblemente lo mismo que Peter Sessions. Y, una vez más, esto no lo justificaría.
Ariely advierte que cuando el fraude y la mentira se instalan como única verdad en un determinado ámbito, la propagación del virus es tan veloz y extendida que ya no importan las diferentes ideologías o los distintos orígenes de los infectados, y estos, aunque en apariencia se digan opuestos o adversarios entre sí, son mucho más parecidos de lo que se piensa. En el caso de la política, señala, esto crea las condiciones bajo las cuales la conducta poco ética de cualquier mentiroso o fraudulento traspasa las fronteras de su partido e influye en otros con independencia de su filiación. Cuando aparece el fantasma de la deshonestidad, afirma el autor de Por qué mentimos, nace también el autoengaño, y los deshonestos (sea su deshonestidad moral o económica) se dan excusas para crearse una opinión positiva sobre sí mismos. Escuchémoslos hablar, veámoslos actuar, y todo quedará confirmado.
*Escritor y periodista.