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Momento Sputnik

15_11_2025_sputnik_cedoc_g
URSS LE GANÓ A EE.UU. en 1957, hoy China humilla a EE.UU. y Argentina es tercera en discordia. | cedoc

El 4 de octubre de 1957 el éxito del programa espacial ruso humilló a los Estados Unidos cuando la ex Unión Soviética colocó en el espacio el primer satélite de la humanidad y durante los 22 días que permaneció sobrevolando la cabeza de los hogares norteamericanos el Sputnik 1 sacudió a la primera potencia mundial que tras solo cinco meses apuró la creación de la NASA. La reacción de los Estados Unidos, que 11 años después venció espacialmente a aquella Rusia colocando el primer hombre en la Luna, asoció el “momento Sputnik” también con el “momento Eureka” cuando la realidad obliga a reaccionar y superarse.

En enero de este año, mientras Donald Trump estaba recién asumiendo su segundo mandato presidencial, Estados Unidos tuvo otro momento Sputnik, lo que algunos calificaron como un Pearl Harbor tecnológico, cuando China anunció el lanzamiento de su primera inteligencia artificial conversacional: Deep Seek, tan potente como Chat GPT, pero mucho más eficiente económicamente porque lo lograron invirtiendo para su desarrollo solo un seis por ciento de lo que había invertido Open IA en la suya (6 mil contra 100 mil millones de dólares) y solo en un mes superó a Chat GPT como la aplicación gratuita más descargada en dispositivos Apple, hoy mayoritarios en Estados Unidos.

Otro llamado más de atención a un Donald Trump que ya tenía la guerra comercial con China como tema en 2016 durante la campaña para su primera presidencia y a mitad de su mandato durante la pandemia de 2020 soportó que Estados Unidos fuera dependiente de ciertos suministros médicos que solo se fabricaban en China por ser más baratos, dejando en evidencia que la globalización económica había perdido de vista cuestiones de índole estratégica.

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Asegurar la cadena de suministros siempre estuvo en consideración del análisis militar, las guerras de fin del siglo pasado tuvieron el suministro de petróleo como desencadenante, suministro que dejó de ser estratégico a partir de que con el fracking logró la década pasada desplazar a Arabia Saudita y Rusia como mayores productores de gas y petróleo del mundo, además de asegurar su autoabastecimiento.

Algunos analistas consideran que los Estados Unidos tendrían inevitablemente perdida la guerra comercial con China cuando esta termine de incorporar a la producción y a la modernidad a la otra mitad de su población que vive en el interior alejada en gran medida del progreso que desarrollaron en los últimos cincuenta años. Y que esa eventual derrota solo podría ser subsanada con una guerra militar previa cuando todavía la ventaja bélica de Estados Unidos es tres a uno frente a China.

Otros consideran que el tercio de poderío militar chino sobre el norteamericano igual alcanzaría para poder destruir Estados Unidos y que volvería a funcionar la mutua disuasión de la época de la Guerra Fría con la ex Unión Soviética.

También que la reciente distensión en el conflicto comercial por los aranceles, más que el resultado de que Trump hubiera conseguido sus objetivos, habría sido el resultado de la temporal rendición de Trump frente a la amenaza de China de cortar totalmente el suministro de tierras raras a empresas norteamericanas de las que hoy Estados Unidos, junto a sus aliados, no es autosuficiente. Tregua hasta que consiga lo mismo que con el fracking, pasar a ser superavitario, incluso en su propio territorio, también de tierras raras, cuya dificultad está en el proceso de separación.

No resulta ilógico incluir este contexto como una de las causas de la muy amistosa relación del gobierno de Trump con el de Milei colocando el vínculo entre los dos países, como dijo su recién llegado embajador en Buenos Aires, en el mejor momento de su historia. Y considerar el acuerdo comercial entre los dos países anunciado el jueves en Washington como parte de este proceso.

Proceso que, aún en construcción, permite diferentes hipótesis de futuros posibles donde cada parte de la grieta política argentina no puede ver la posibilidad de que resulte diferente a su imaginario cuando en realidad tanto podría ser un punto de bifurcación para la historia argentina, concretándose la tesis de desarrollo por invitación donde la Argentina está realmente siendo convocada al club de progreso capitalista occidental (pronto se firmará además el tratado Unión Europea-Mercosur), como terminar en un banal acuerdo arancelario más, similar a los 150 que está llevando adelante Estados Unidos con distintos países del mundo de los que anunció otros tres junto con el nuestro en estados tan poco relevantes estratégicamente como Guatemala, El Salvador y Ecuador.

En la columna del programa de la mañana de ayer en Perfil desarrollamos en extenso el caso de la maquilas chinas disfrazadas de mexicanas infiltradas en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los conceptos de off-shoring, near-shoring y re-shoring, como la resignificación de la doctrina Monroe contra cualquier potencia extracontinental, sumado a hipótesis sobre las menciones en el epítome del acuerdo específicas sobre el agro (ganadería versus soja) y farmacéuticas.

El otro punto de bifurcación fue entre 2001 y 2005, primero con la caída de las Torres Gemelas en Nueva York y, junto con ellas, cualquier momentáneo interés de Estados Unidos por Latinoamérica, que impidió por meses a Cavallo obtener apenas un cinco por ciento de la ayuda que consiguió Milei de Estados Unidos para salvarse de la misma hecatombe, en su caso el default por la caída de la Convertibilidad; y segundo, con el “Alca-rajo” en la IV Cumbre de las Américas de Mar del Plata a George W. Bush impulsada por Chávez, Kirchner y Lula.

Los errores de la Argentina y Estados Unidos crearon condiciones para el reacercamiento: Estados Unidos confió en que, teniendo la moneda universal y controlando las finanzas, no precisaba controlar procesos industriales, y la Argentina, al pasar a ser nuevamente un crónico deudor en dólares y ejemplo de crisis financieras, para no caer en el abismo, depende más del presente inmediato del país que maneja las finanzas y fabrica los dólares que del país que le compra sus productos y dinamiza su economía y exportaciones. Paradojas ambas de la historia. Resta ver la cara final de la moneda que está en el aire.