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Presente incierto

Morbo al palo

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Morbo. En giros del lenguaje, en hábitos, en los programas televisivos como Gran Hermano”. | prensa telefe

Una parte sustancial de la sociedad argentina parece cultivar una perniciosa adicción al morbo. Los diccionarios, tanto el de la lengua como los de patologías, definen el morbo como una atracción hacia lo perverso y desagradable. En giros del lenguaje, en hábitos, en los programas de televisión que más se consumen (empezando por Gran Hermano y siguiendo por los de chismes), en las interacciones en las redes sociales, en el tipo de noticias falsas que se producen y se viralizan, en las cosas que suelen comentarse sobre personas ausentes en las reuniones sociales, en una gran cantidad de memes y en otros tantos aspectos de la cultura nacional se puede percibir fácil y repetidamente esa afición. Da la impresión de que se necesitara de malas noticias que confirmaran predicciones agoreras, nacidas ante todo del deseo de que a otro u otros les vaya mal, y revalidaran la propia condición de profeta. “Yo sabía”, “te lo dije”, “era de esperar” son frases que se dicen con aire triunfal, aun cuando la desgracia dañe también a quien las emite. Pareciera que las malas noticias acrecentaran la producción de adrenalina y las buenas produjeran desencanto. Predecir lo malo, esparcir y cultivar sospechas, husmear conspiraciones en cada situación otorgan certificado de astucia. Esparcir comentarios alentadores, observar con serenidad el desarrollo de los acontecimientos sin aventurar pronósticos negativos, confiar, con una confianza cimentada en argumentos lógicos, puede y suele ser visto como rasgo de ingenuidad, cuando no de tontería. Siempre habrá un detalle que, por ignorancia, por ligereza o por lisa y llana bobería, a quien confía se le escapa, y allí estará el agorero para despabilarlo.

La resaca

Curiosamente, resulta notoria la facilidad y la repetición con que esa porción pitonisa de la sociedad cae en estafas económicas previsibles a la distancia, como las diferentes versiones del esquema Ponzi, cree ciegamente en soluciones mágicas y personas providenciales, entrega su salud física a curanderos y su salud mental a pseudoterapias manipuladoras, derrocha dinero en distintos juegos de azar, oficiales o clandestinos, o vota una y otra vez a líderes populistas que la engañan, la timan, le prometen lo que nunca le darán, le roban su futuro y el de sus hijos y la convierten en habitante de un país oscuro y cada vez más alejado del mundo.

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Esta práctica termina por transformarse, en muchos casos, en un reflejo condicionado, o directamente en un tic. Afecta a personas de todo nivel social, económico, cultural e intelectual. Incluso se percibe en analistas y comunicadores. Como si una especie de virus trotskista hubiese contagiado una parte del inconsciente colectivo estableciendo la convicción de que cuanto peor vaya todo, mejor será. La aparición disruptiva de Javier Milei activó en esa parte significativa de la sociedad esta pulsión. Brotan por doquier los esperados e inesperados especialistas en lo que nunca ocurrió y en lo que, por lo tanto, se carece de antecedentes y pruebas (al menos en el plano nacional) para explicar por qué la propuesta del nuevo gobierno, nacido hace apenas 21 días, no va a funcionar. Algunos lucen títulos, otros son simples aficionados. Son muchos. Todos saben. De pronto, todos saben. Es imposible e inútil proponerles un compás de espera, que ni siquiera es de apoyo, es solo de espera. Acceder a lo desconocido con la humildad de no saber. Contemplar. Es decir, según define el pensador inglés John Gray la contemplación, observar sin interpretar y sin juzgar. Admitiendo que no sabemos qué pasará. Sabemos, sí, lo que pasó en los últimos veinte años, y fue horrible para todos, menos para quienes robaron y depredaron el bien común, para quienes lucraron con subsidios que solo alimentaron la inflación, para quienes se enriquecieron corrompiendo y corrompiéndose. No saber qué pasará significa solo eso. Es abrirse a los acontecimientos despojándose de la pretensión de adivinarlos y de predecirlos. Vale para todos, excepto para quienes hayan perdido privilegios, ventajitas, kioscos estatales y paraoficiales, cajas y cajitas, y pugnen para que pase lo peor.

*Escritor y periodista.