Hace algunos años, Abelardo Castillo me confesaba las razones que lo llevaban a tener una agente literaria como Carmen Balcells, quien nunca había movido un dedo por conseguirle un contrato que valiera la pena, pero que aún así seguía siendo su agente. Castillo usaba el nombre de la española con fines extorsivos: cuando negociaba las cifras de un contrato y su requerimiento provocaba dilaciones, Castilo soltaba: “Entonces van a tener que hablar con Balcells”, frase que hacía que instantáneamente el camino se allanara y sus deseos fueran satisfechos: tener que lidiar con ella significaba un dolor de cabeza y un retroceso en cualquier conversación contractual, porque siempre se terminaba haciendo lo que ella quería.
Balcells murió en 2015 y quien heredó su inflexibilidad es Andrew Wylie, un agente estadounidense muy parecido a Stan Laurel, considerado el más poderoso e influyente del mercado. En un punto de recuerda al Hans Landa de Bastardos sin gloria. No por sus inclinaciones nazis, que no las tiene, sino porque se siente orgulloso del apodo que se ha ganado: “el Chacal”. Entre la lista de sus representados se encuentra la crema de la literatura universal, desde Borges a Baricco, pasando por Sontag, Kundera y Nabokov. La lista es enorme. Su nombre empezó a pronunciarse en voz alta la semana pasada a raíz de un hecho triste: Wylie, representante de Louise Glück, poeta estadounidense recientemente galardonada el pasado 10 de octubre con el Nobel de Literatura, se habría puesto a tantear editores españoles que quisieran publicar su obra. Mejor dicho re-publicar, porque hasta esa fecha la editorial por defecto de los libros de Glück en español era Pre-Textos, con sede en Valencia, a cargo de Manuel Borrás.
No importan los siete libros publicados por Pre-Textos en los últimos quince años, cuando la autora era aún más desconocida que ahora: Wylie salió a la caza de otro sello, y como si eso no bastara requiriendo que Pre-Textos se deshiciera del remanente de las viejas ediciones, que habían empezado a venderse con aceitada facilidad recién a partir del otorganiento del Nobel. Lanzar libros al fuego es desagradable, y naturalmente los dedos índices apuntaban a Wylie, el desalmado. Pero de pronto los acusadores empezaron a considerar que tal vez Ms Glück fue quien dio la orden a Wylie de que emprendiera la búsqueda de otro sello.
Borrás actualmente se siente enfermo y deprimido, y no es para menos. Ms Glück al parecer se ha sentido molesta por algo, razón que la llevó a comportarse como la esposa que luego de ganar varios millones en la lotería decide deshacerse del marido, partir de cero y rehacer su vida, para lo cual abre la agenda de pretendientes, dispuesta a quedarse con el mejor.
Hice algunas averiguaciones, preguntando quién toma las decisiones, si el autor o el agente, en un intento de ser piadoso con Ms Glück. Un amigo italiano representado por Wylie me dice que las decisiones las toma el autor. Al parecer Wylie solo toma decisiones sin consultar con aquellos autores que se desinteresan por completo en la toma de decisiones. David Rieff, otro autor estadounidense representado por Wylie, quien confiesa haber seguido el debate con estupefacción, me responde: “Uno puede simpatizar con Borrás y lamentar la decisión de Glück sin caer en la idiotez. La idea de que Wylie podría o querría imponer su voluntad a Glück es absurda. Y además es profundamente irrespetuosa con Glück”.
Distribuidas las responsablidades, solo esperamos que la historia concluya con ninguna editorial en español ofreciendo ni un euro por los libros de la poeta laureada. Pero eso sería demasiado bello para ser cierto. Tampoco se perdería demasiado: Glück no es Szymborska. Tampoco es Brodsky. Es solo otra poeta que ganó el Nobel. Podemos olvidarla sin problema.