Los argentinos gritan en las redes sociales, se enfurecen, se indignan, hacen marchas en medio de una pandemia en el momento más delicado en términos sanitarios. Mucho ruido.
El interrogante es si todo ese escándalo, cargado de enorme intensidad, conduce hacia lugares que mejoren lo que tanto necesitamos que cambie.
Apelando a las comparaciones, que hoy ocupan un espacio central en un intento de demostrar lo genial que somos política o socialmente, no debemos irnos hasta Suecia ni hasta el País Vasco. Basta con trasladarnos muy poco, para observar cómo, del otro lado del Plata, Uruguay, que cuenta con una sociedad civil con voz propia, es capaz de exigir la rendición de cuentas de sus gobernantes, legisladores y magistrados, durante una pandemia por coronavirus también. Si quisiéramos irnos más lejos, podríamos mencionar a Portugal, como nación donde sus poderosas instituciones también han contribuido a encarar las problemáticas más relevantes.
Guillermo O’Donnell, en base a una tipología que aborda fortalezas y debilidades de las democracias, al referirse a Uruguay, o a Portugal, identifica a estas naciones como democracias representativas, democracias en las cuales “…el representante es responsable por sus acciones ante quienes lo autorizaron a hablar en su nombre”. Para el autor, estas democracias operarían “... mediante una red de poderes relativamente autónomos (es decir, instituciones) que pueden examinar y cuestionar, y de ser necesario, sancionar actos irregulares cometidos durante el desempeño de los cargos públicos”.
Qué lejos nos encontramos de este tipo de democracia, donde la voz ciudadana y la acción de las instituciones políticas superan las discusiones estériles, que nos alejan ostensiblemente de la reflexión, el diálogo y el verdadero empoderamiento como Estado y como sociedad.
*Politóloga y profesora (UBA). (www.sandrach.com.ar)
