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Mugre en campaña

Unos prefieren ponerla bajo la alfombra y otros quieren visibilizarla en forma oportunista.

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Alberto Fernández se mostró muy cercano a Joe Biden esta semana en su visita a la Casa Blanca. | Pablo Temes

La acepción segunda de la palabra energúmeno arroja la siguiente definición: persona colérica que, al enojarse, se expresa con violencia. Es un significado que cuadra a la perfección para reflejar el brutal ataque verbal a la Corte Suprema  –institucionalmente grave– que protagonizó el presidente Alberto Fernández en su lamentable discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso del miércoles pasado. Fue, además, una muestra más de la contradicción y la mentira con la que se maneja de manera habitual el Presidente. No fue la única mentira que se expresó en ese discurso. Hubo tantas que se hace tedioso contarlas. El abanico de faltas a la verdad y tergiversaciones fue tal que, no solo a todos los opositores, sino también a muchos oficialistas generó indignación.

A lo largo de esas dos horas de tedio, AF describió un país que es inexistente para un porcentaje creciente de la población. Nada significativo se dijo de la falta de seguridad y de la inflación. Esas realidades fueron pasadas por alto. Es la apología del relato. El mismo AF que supo fustigar esa metodología maniquea del kirchnerismo terminó siendo uno de sus exégetas. Más aún, el primer mandatario hizo el ridículo –otra vez– cuando al poco tiempo de terminar su discurso la realidad lo desmintió categóricamente con el enorme apagón que dejó sin energía a más de 20 millones de argentinos. Su divorcio con la realidad es alarmante. 

La balacera contra el supermercado propiedad de la familia de Antonela Rocuzzo, esposa de Lionel Messi, dejó al Gobierno desnudo ante la dura evidencia de los hechos. ¨Algo más habrá que hacer¨, dijo el Presidente al referirse vagamente a la dramática situación que se vive en una Rosario que está a merced del narcotráfico y el sicariato. “Los narcos ya ganaron¨, otra de las frases lamentables que pronunció sin ruborizarse Aníbal Fernández, hubiera significado en cualquier gobierno con algo de sensatez y vergüenza la renuncia del funcionario. Como es público y notorio, nada de ello va a ocurrir. Lejos de eso, el ministro fue confirmado. ¿Qué se puede esperar de alguien que confiesa tamaño fracaso?  

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El líder de una de las bandas narcos que asola Rosario, Ariel Cantero, tenía un teléfono fijo en su celda. ¿Es esto casual? Una de las discusiones absurdas de este tiempo es el permiso para que presos de cualquier calaña tengan teléfonos celulares. La evidencia es abundante en casos de delincuentes que, desde sus celdas, pergeñan delitos de alto impacto y gran violencia. Los fiscales y jueces honestos que persiguen a los narcotraficantes deben luchar contra un sistema de corrupción fenomenal que comienza en el poder político, pasa por miembros de las policías de todos los rangos y alcanzan también a jueces corruptos. 

Hubo tantas mentiras en el discurso del Presidente en el Congreso que es tedioso contarlas

La absurda disputa política entre el gobierno nacional, el gobernador de la provincia, Omar Perotti, y el intendente de Rosario, Pablo Javkin, es de no creer. La mera existencia de una Unidad de Investigación y Juicio especializada en Balaceras parece sacada de una novela del surrealismo mágico. 

La degradación de las capas sociales es el caldo de cultivo perfecto para que narcotraficantes y sicarios no encuentren mayores dificultades a la hora de reclutar gente. En su mayoría se trata de jóvenes que ya han visto una generación familiar al servicio de la delincuencia. Esto, claro está, no es fruto de la realidad actual sino de más de 25 años de decadencia. Rosario tiene –además-–una ubicación estratégica que beneficia al crimen organizado y el tráfico de drogas: es una de las grandes terminales portuarias de Argentina –cruzada por el polo agroexportador– y está atravesada por las principales rutas nacionales provenientes del norte, que desembocan en diferentes centros del país. Por otra parte, la ciudad es un lugar de convergencia de circuitos internacionales gracias al río Paraná y su cercanía con la Capital Federal. Nada de esto es una novedad. No había que ser un especialista para prever lo que podría ocurrir. Esto pone de manifiesto muy claramente la connivencia grosera de los distintos estamentos de nuestra dirigencia. La pregunta es la siguiente: si no se pone manos a la obra y de manera seria, ¿cuáles serán las próximas ciudades en caer? ¿Buenos Aires, Córdoba?, y una larga lista de etcéteras.

La política inescrupulosa no quiere ver que no se trata de Rosario y Santa fe; es un problema que pronto puede extenderse a todo el país. Eso sí, AF, cuya imagen personal y su lenguaje corporal indican que le cuesta cada vez más sostenerse al frente de la gestión, ha descubierto que los rosarinos “también son argentinos”, reflexión que no hace más que confirmar su pensamiento decadente teñido de impericia. 

La campaña política funciona como una divisoria de aguas entre quienes prefieren barrer la mugre debajo de la alfombra y aquellos que buscan visibilizar el tema de forma tardía y bastante oportunista. Unos y otros son responsables en diferente forma y grado. Una cosa es segura: sin un plan serio, sin profesionalismo, y sin una política de combate del narco sostenida en el tiempo por más de un gobierno –sea del color que fuere– a nuestra querida Argentina no le espera nada bueno.