Espantarse y cancelar lo políticamente incorrecto puede ser por cierto banal; no lo es menos, sin embargo, alborozarse y celebrarlo.
De las limitaciones que al pensamiento impone la corrección política nada puedo agregar yo a lo ya dicho por Zizek. Pero el que se aboca a invertir por método las reglas de la corrección no está menos sujeto a ellas que aquellos que las acatan. Sigue dentro de sus límites y resulta igual de previsible: lo que dice está igualmente pautado (es la norma, sólo que puesta al revés).
Existen por otra parte cuestiones para las que ese parámetro, el de la corrección o la incorrección política, es más bien impertinente. Beatriz Sarlo ya formuló una lúcida advertencia al respecto, para dejar de suponer que todo pasa por ahí y que tan sólo desde el correctismo es posible deplorar algunas barrabasadas (o que deplorar algunas barrabasadas sólo puede implicar correctismo). Algún día alguien leerá Mein Kampf y descubrirá que es políticamente incorrecto. Apreciarlo como tal sería una cretinada. Pero deplorarlo como tal sería de lo más baladí.
A la libertad mejor dejarla en paz, no tiene nada que ver con esto. Burlarse con chistes tontos de Úrsula Bahillo a pocas horas de su asesinato, o proponer que se les den armas a las mujeres para así acabar con los femicidios, no son más que idioteces dañinas.
Entiendo que al autor le den cabida quienes creen que las redes sociales son propicias para eso. Que lo haga la presidenta del PRO ya me resulta más grave.