El fin de año siempre invita a la reflexión, al balance de lo que pasó y a la revisión de los objetivos del año que comienza. Si bien esto se podría hacer cualquier día del año, fin de año en esta oportunidad tiene un significado especial. Parece que el mundo está superando, si es que las vacunas son efectivas, un evento sanitario de escala mundial del cual no se tiene antecedente en la historia reciente.
En nuestras tierras, la pandemia arrasó con fuerza. No vale la pena detenerse en contrafactuales acerca de qué hubiese pasado si la cuarentena duraba menos, etc. A pesar de ser un año particularmente influenciado por este evento, el gobierno tuvo que gestionar algunos temas económicos: algunos heredados, y otros que surgieron y se conjugaron con la difícil coyuntura que atravesó el país.
El ministro Guzmán demostró una gran habilidad, supo ‘vender’ tanto en forma interna como externa que tuvo éxitos en su gestión. El tema de la deuda es algo que el país no pudo resolver, ya que llegar a un acuerdo no es resolver un problema. Cuando en el mercado de deuda un contrato no se puede honrar, no es culpa de una u otra parte, simplemente los planes no salieron como se esperaba. Solucionar el problema es justamente recuperar la capacidad de celebrar nuevos contratos, que se restablezca la confianza. Argentina hoy tiene un riesgo país que alcanza los 1.300 bps y los bonos del canje cotizan a paridades similares a los de un país que está entrando en cesación de pagos.
Mientras se gestaba este éxito, la brecha cambiaria escalaba y, confiado en que la misma bajaría después del arreglo con acreedores, el gabinete económico no hizo nada al respecto. Con el acuerdo cerrado, la brecha cambiaria elevada en 70% y la continua pérdida de reservas, el BCRA tomó la iniciativa y endureció el cepo. El diferencial de cambios siguió creciendo. A continuación, el ministro tomó el control y nuevamente vendió el éxito de estabilizar la brecha en un nivel del 80%.
El año cerraría con inflación de 36,7% y caída del PBI de 10,9%
En un año de caída de doble dígito de la actividad, era lógico que la inflación cediera, y sobre eso se montaron un atraso tarifario y controles de precios. La inflación desaceleró del 53% al 35%, pero no fue sin costos: la pobreza acabo rondando el 45%.
Todas victorias pírricas. De cara al 2021 se renuevan los desafíos. Creemos que hay al menos tres cuestiones coyunturales que surgen a simple vista y están desatendidas, sumada a una adicional que es más estructural, política y de concepto.
La primera es la inflación, sobre una velocidad del 3,5%-4% mensual se montará un ajuste del precio de combustibles, energía, transporte y otros servicios públicos, y habrá que actualizar programas como el de precios máximos. Todo esto con una política monetaria que pierde grados de libertad siempre que el resultado fiscal tiene que ser financiado con señoreaje. Estamos yendo entonces a una aceleración inflacionaria sin ningún plan.
La segunda es la posibilidad de un recrudecimiento de la demanda de dólar libre. Se trata de un mercado que funciona guiado solo por expectativas y estas pueden ser muy volátiles cuando el público percibe que una situación se va de las manos de los hacedores de política.
La tercera es la anémica recuperación. Nuestro país cayó más que los vecinos, y se recupera también en forma muy lenta. Los últimos datos de actividad en ese sentido no fueron alentadores. Proyectamos que Argentina deberá esperar algunos años para recuperar el nivel de actividad de 2017, último año en el que la economía no estuvo en recesión. Esta recuperación lenta con una aceleración inflacionaria incluso podría traducirse en peores indicadores socioeconómicos.
La otra cuestión que preocupa es la del rumbo. Argentina se pone de pie, pero luego debe caminar hacia un lugar determinado. El Ministro de Economía ya dijo que no creía en planes. Tenía un plan integral, pero nunca apareció. Luego tenía un presupuesto plurianual, tampoco apareció. A. Fernández sigue en una especie de romanticismo que Argentina logrará lo mismo que en 2003-2007. En definitiva, no hay plan.
Sin embargo, orgullosa de su gestión y la de su ministro, Cristina Fernández comentó: “Acá la actividad económica la mueve la demanda. Y a la demanda no hay otra manera de hacerla que a través de salarios, jubilaciones, y con precios de alimentos accesibles”. Apareció un plan.
Pero esta frase está en completa contradicción con la visión del ministro. En 2016 en un debate junto a M. Rapoport organizado por el PND (Proyecto Nacional de Desarrollo) dijo que “de 2011 para acá lo hicieron mal…debido a que nos inventamos una teoría que siempre podés crecer empujando la demanda”, concluyendo que esa fue la razón del fracaso del modelo 2011-2015.
Difícilmente el ministro no tenga un plan conversado con su equipo. El problema es que si este entra en interferencia con los planes de la vicepresidenta podría generar señales confusas en el mejor de los casos, o descoordinación entre el Ministerio de Economía y las Secretarías de Comercio por ejemplo.
Hay un riesgo concreto de que la descentralización del poder en el oficialismo contamine la política económica. Adicionalmente a los problemas coyunturales habrá que añadir cómo resuelve la coalición de gobierno estas tensiones.
Lo peor que puede suceder es que el público perciba dichas tensiones, porque generan incertidumbre y eso se transforma en una actitud precautoria. Así, se podría despertar nuevamente el problema cambiario. Pesos hay, dólares a este precio no.
*Economista. Director LCG Consultora.