“Nisman no sufrió un accidente, no se suicidó, sino que lo mataron y se trata de un magnicidio de proporciones desconocidas que merece respuesta por parte de las instituciones de la República”, fue la contundente frase con la que la jueza Sandra Arroyo Salgado lapidó la hipótesis del suicidio que desde el primer momento sobrevoló la investigación del caso. Habrá que ver qué sucede cuando sus peritos deban confrontar en sede judicial a sus pares del cuerpo médico forense ante el nivel de disidencias con la investigación oficial que planteó la ex esposa del fiscal difunto. Pero la presencia del doctor Osvaldo Raffo entre los profesionales que la acompañan le da a su aseveración una resonancia mayúscula.
La palabra magnicidio tiene consecuencias jurídicas: su ámbito de investigación es la Justicia federal. En las cercanías de la fiscal Viviana Fein sostienen que ése es el objetivo de Arroyo Salgado. Lo mismo piensa y dice Maximiliano Rusconi, el abogado de Diego Lagomarsino, cuya situación sigue siendo delicada.
En este contexto, si la Presidenta creyó que la apresurada y sorpresiva decisión del juez federal Daniel Rafecas de desestimar la denuncia de Nisman iría a poner fin a la conmoción y a la controversia creada tanto por su acusación como por su muerte, se equivocó de cabo a rabo. La destemplanza con que acometió la última parte de su discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso que pronunció ante la Asamblea Legislativa demostró cuán afectada está Cristina Fernández de Kirchner por todo este episodio.
Es una perturbación que no cesa, circunstancia que se hace evidente cada vez que en sus expresiones y en las del resto de sus funcionarios se hace mención del caso.
Se reiteran entonces no ya las críticas a la denuncia del fiscal, sino las descalificaciones a su persona. Pelearse con un muerto es no sólo desdoroso, sino también patológico. A Nisman lo han tratado de homosexual –curiosa forma de descalificación proveniente de un gobierno que ha enarbolado la bandera de la igualdad de género-, de borracho y de golpista. Los últimos episodios de esta saga fueron dos: uno, la información aparecida en Infojus, que es el sitio oficial del Ministerio de Justicia, en la que se que consignaba el hallazgo de un nivel de 1,79 gramos de alcohol en sangre del cuerpo inerte del fiscal; la otra, la acusación de desestabilizador que se le endilgó en la costosa solicitada difundida por el Gobierno no sólo a través de los diarios nacionales, sino también en algunos internacionales, como The New York Times, Le Monde, La Stampa y The Washington Post.
A ello hay que agregarle el “Nisman versus Nisman” que la Presidenta mencionó durante su discurso del domingo pasado, haciendo referencia en forma absolutamente descontextualizada de dos documentos opuestos escritos por el fiscal muerto. Debieron pasar varias horas para que se aclarara que lo del alcohol en sangre era un error y que, en verdad, se trataba de la presencia de alcohol en el estómago. Respecto de la solicitada que recorrió el mundo en la que se acusa a Nisman de desestabilizador no resiste el más mínimo análisis.
“Nunca vi una disidencia de tamaño nivel”, dijo en la mañana del último viernes por radio Continental la fiscal Fein. El dilema aumenta cuando se evalúa la calidad de los peritos designados por la jueza Arroyo Salgado y por la disponibilidad de recursos con que contaron. Tres datos cobran singular relevancia: el primero es la posición del cuerpo; se afirmó que no era la original; el segundo, la ausencia de espasmo cadavérico; y el tercero, la hora de fallecimiento. Según se sabe, el punto 12 que no se presentó, se explaya sobre la hipotética manera en que se habría producido la muerte de Nisman. Este caso plantea una dificultad mayúscula, que es la ausencia de testigos. Ante esa circunstancia, la única forma de llegar a la verdad es a través de las pericias. Sólo ellas, si están bien realizadas, podrán conducir a la resolución de este hecho trágico. “El cadáver debe hablar”, es la frase que en la jerga forense refleja esa realidad. Por eso, si no aparecen nuevos elementos y las disidencias no se resuelven, el destino inexorable y ominoso de la investigación habrá de ser el fracaso.
En los ámbitos judiciales involucrados en el caso se vive un clima de creciente intranquilidad. Los colaboradores del fiscal muerto atraviesan por un momento de gran incertidumbre no exento de temor. Tienen la presunción cada vez más evidente de que los fiscales que han sido designados para hacerse cargo de la UFI-AMIA dejarán de lado la dirección que Nisman le había impreso a la investigación.
Sorpresa. “Rafecas se quiso sacar la causa de encima cuanto antes y, de paso, hacerle un favor a Cristina. A muchos de los que habitamos los tribunales de Comodor Py les sorprendió lo que hizo, a otros no”, cuenta una fuente judicial que conoce el caso. El fiscal Gerardo Pollicita esperaba que el juez se detuviera a considerar aunque sea algunas de las medidas de prueba que le solicitó. Pollicita habló con Rafecas en el despacho del magistrado. Se conocen desde hace mucho. Las diferencias entre ellos fueron abismales. Lo insólito es que en el mismo día en que el juez se desentendía de la causa le llegaban más escuchas. ¿Cómo sabía que ninguna tenía valor?
Las escuchas constituyen un verdadero problema para el Gobierno. Quedan allí expuestas conversaciones que demuestran el insólito protagonismo de personajes marginales a los que el kirchnerismo otorgó una entidad increíble en el marco de la negociación del memorándum con Irán.
Es ese impacto político lo que más desasosiega a la Presidenta y varios de sus funcionaros. Obviamente entre los más preocupados están los que deben afrontar las próximas elecciones para renovar sus cargos o aspirar a otros de mayor envergadura. Antes de la muerte de Alberto Nisman había en el entorno político de Daniel Scioli un cierto optimismo que hoy aparece sensiblemente menguado.
La presentación y la denuncia de la jueza Sandra Arroyo Salgado abre dos interrogantes: el primero, ¿cómo murió Nisman?; el segundo, ¿quién lo mató? A ellos hay que agregarles un tercero: ¿se sabrá alguna vez la verdad?
Producción periodística: Guido Baistrocchi y Santiago Serra.